/ domingo 10 de noviembre de 2019

México con anhelo de paz

Los recientes hechos de Culiacán y el deleznable crimen perpetrado a la familia LeBarón, donde murieron tres mujeres y seis niños, nos hace no solo replantearnos la estrategia de seguridad sino la coordinación que deben tener presente los Poderes de la Unión y los distintos ámbitos de gobierno para enfrentar la ola de violencia que atraviesa el país. No podemos sino exigir justicia. Respaldar y apoyar a las víctimas. No politizar un suceso tan atroz. Unirnos como sociedad.

El objetivo primordial del Estado, desde su creación, ha sido la seguridad de las personas. La ecuación de Hobbes sigue latente. La evolución constante de la sociedad pone como eje medular a la persona, a sus derechos humanos, y por ello lo que este México dolido necesita es paz y la mayor seguridad de sus habitantes. Incontables encuestas aseveran que las y los mexicanos no nos sentimos seguros. Un profundo miedo ha invadido al país. Esa es la triste realidad y lo que debe asumir con responsabilidad este gobierno.

La tragedia, lo sabemos, es la terrible herencia que deja la mal llamada Guerra contra el narcotráfico que inició Felipe Calderón, no midiendo las consecuencias. Asumiendo un discurso político donde morirían personas inocentes pero que al final saldríamos avante. Grave error. En efecto, murieron muchas personas inocentes, como los dos estudiantes del Tecnológico de Monterrey en 2010 por citar un ejemplo, y la violencia con el devenir de los años se incrementó.

El actual Presidente de la República no podía seguir esa vertiente de sangre y fuego. Lo que pretende es pacificar al país. Su discurso es adecuado, no queremos más sangre sino paz. Sentirnos seguros, tranquilos. Por ello todos debemos asumirnos como agentes de cambio porque México nos necesita. El grado de deshumanización con que actúa la delincuencia organizada en sus crímenes ha superado toda expectativa. Debemos generar una estrategia integral que incorpore legislación, políticas públicas y criterios judiciales, para revertir tal situación. No podemos permitir que el crimen organizado genere otra cabeza de hidra ni que éste se sienta empoderado para enfrentar al propio Estado.

La estrategia de seguridad debe maximizarse. Involucrar a toda la sociedad. Llamar al pueblo a un cambio de conciencia verdadero. Generar espacios de diálogo fructífero. Escuchar a los especialistas. Acompañar a las víctimas porque su camino es tortuoso y plagado de incertidumbre. Desarrollar políticas de prevención con ejes transversales como la educación y cultura de paz. Mecanismos óptimos para que, gradualmente, México alcance la tan esperada paz.

Somos un pueblo cálido, honrado, unido. No lo debemos olvidar.

Los recientes hechos de Culiacán y el deleznable crimen perpetrado a la familia LeBarón, donde murieron tres mujeres y seis niños, nos hace no solo replantearnos la estrategia de seguridad sino la coordinación que deben tener presente los Poderes de la Unión y los distintos ámbitos de gobierno para enfrentar la ola de violencia que atraviesa el país. No podemos sino exigir justicia. Respaldar y apoyar a las víctimas. No politizar un suceso tan atroz. Unirnos como sociedad.

El objetivo primordial del Estado, desde su creación, ha sido la seguridad de las personas. La ecuación de Hobbes sigue latente. La evolución constante de la sociedad pone como eje medular a la persona, a sus derechos humanos, y por ello lo que este México dolido necesita es paz y la mayor seguridad de sus habitantes. Incontables encuestas aseveran que las y los mexicanos no nos sentimos seguros. Un profundo miedo ha invadido al país. Esa es la triste realidad y lo que debe asumir con responsabilidad este gobierno.

La tragedia, lo sabemos, es la terrible herencia que deja la mal llamada Guerra contra el narcotráfico que inició Felipe Calderón, no midiendo las consecuencias. Asumiendo un discurso político donde morirían personas inocentes pero que al final saldríamos avante. Grave error. En efecto, murieron muchas personas inocentes, como los dos estudiantes del Tecnológico de Monterrey en 2010 por citar un ejemplo, y la violencia con el devenir de los años se incrementó.

El actual Presidente de la República no podía seguir esa vertiente de sangre y fuego. Lo que pretende es pacificar al país. Su discurso es adecuado, no queremos más sangre sino paz. Sentirnos seguros, tranquilos. Por ello todos debemos asumirnos como agentes de cambio porque México nos necesita. El grado de deshumanización con que actúa la delincuencia organizada en sus crímenes ha superado toda expectativa. Debemos generar una estrategia integral que incorpore legislación, políticas públicas y criterios judiciales, para revertir tal situación. No podemos permitir que el crimen organizado genere otra cabeza de hidra ni que éste se sienta empoderado para enfrentar al propio Estado.

La estrategia de seguridad debe maximizarse. Involucrar a toda la sociedad. Llamar al pueblo a un cambio de conciencia verdadero. Generar espacios de diálogo fructífero. Escuchar a los especialistas. Acompañar a las víctimas porque su camino es tortuoso y plagado de incertidumbre. Desarrollar políticas de prevención con ejes transversales como la educación y cultura de paz. Mecanismos óptimos para que, gradualmente, México alcance la tan esperada paz.

Somos un pueblo cálido, honrado, unido. No lo debemos olvidar.