/ martes 1 de octubre de 2019

¡No se olvida!

Este 2 de octubre, se cumplen 51 años de uno de los eventos más trágicos de los que se tenga memoria, nada más importante que recordar a aquellos jóvenes que perecieron en la lucha por democratizar a las instituciones del México contemporáneo. 1968 marca un antes y un después en la forma de entender la política actual.

Hoy transcribo un fragmento de la revista “La Garrapata, el azote de los bueyes”, pero de un 3 de octubre de 1979, en aquellos ayeres a once años y hoy a 51 de los sucesos que hoy son historia, va pues el “In Memoriam”, que fue parte de la editorial de aquel legendario número que perteneció a mi padre.

“Hace once años, Huitzilopóchtli decidió darse una vueltecita por la Plaza de las Tres Culturas, donde se topó con un mitin de estudiantes y gentes sencillas del pueblo. Como ya se andaba oxidando por la falta de ejercicio, le dio por rememorar sus viejos tiempo de temible guerrero, arreando parejo con niños, mujeres y hombres. La metralleta vomitó fuego, la bayoneta calada se tiñó de rojo, la fusca del guarura tronó y tronó hasta el punto de ignición. Aún se ignora el número de víctimas que dejó el capricho del dios guerra. Quizás jamás se sepa cuántos mártires anónimos ofrendaron sus vidas en aras de la democracia, cuya vigencia en México constituía la demanda esencial del movimiento estudiantil-popular, que se encendería el 26 de julio de 1968, cuando las “fuerzas del orden” la emprendieron a toletazos contra una manifestación de chavos, y se apagara aquel trágico 2 de octubre del mismo año, con una matanza marca diablo decretada por Gustavopóchtli.

Han pasado once años, pero el 2 de octubre no se olvida. Las banderas que los estudiantes enarbolaron durante su movimiento no se han arriado todavía. Por suerte, gracias a la sangre generosa derramada, el gélido aliento de Tezcatlipoca, que soplara aquella tarde aciaga en Tlatelolco, ha perdido mucho de su fuerza, y el pueblo ha avanzado un trecho en el camino de la democracia. No obstante aún le esperan tareas ingentes que ha de enfrentar para verse totalmente libre. El pueblo quiere libertad y lucha por ella, con el derecho como escudo y la ley como arma. Son las fuerzas oscuras y regresivas las que imponen las reglas del juego de la violencia y la muerte. Tal y como ocurrió el 2 de octubre. Un régimen como el de Díaz Ordaz, despótico y autoritario, que hizo llover fuego y metralla sobre la Plaza de las Tres Culturas, no debe repetirse jamás. El pueblo no desea, ni se merece más Tlatelolcos, ni más Gustavopóchtlis, ni más 2 de octubres. Las diferencias de clase han de dirimirse en un plano civilizado. Invariablemente, las revoluciones son consecuencia de la violencia reaccionaria. Ahí está Nicaragua a la vuelta de la esquina, como vivido ejemplo. No olvidemos a los mártires del 2 de octubre. Su memoria se levanta como un sólido muro entre la legalidad y la represión”. *Texto redactado fiel a su original publicado en “La Garrapata” en 1979.

Este 2 de octubre, se cumplen 51 años de uno de los eventos más trágicos de los que se tenga memoria, nada más importante que recordar a aquellos jóvenes que perecieron en la lucha por democratizar a las instituciones del México contemporáneo. 1968 marca un antes y un después en la forma de entender la política actual.

Hoy transcribo un fragmento de la revista “La Garrapata, el azote de los bueyes”, pero de un 3 de octubre de 1979, en aquellos ayeres a once años y hoy a 51 de los sucesos que hoy son historia, va pues el “In Memoriam”, que fue parte de la editorial de aquel legendario número que perteneció a mi padre.

“Hace once años, Huitzilopóchtli decidió darse una vueltecita por la Plaza de las Tres Culturas, donde se topó con un mitin de estudiantes y gentes sencillas del pueblo. Como ya se andaba oxidando por la falta de ejercicio, le dio por rememorar sus viejos tiempo de temible guerrero, arreando parejo con niños, mujeres y hombres. La metralleta vomitó fuego, la bayoneta calada se tiñó de rojo, la fusca del guarura tronó y tronó hasta el punto de ignición. Aún se ignora el número de víctimas que dejó el capricho del dios guerra. Quizás jamás se sepa cuántos mártires anónimos ofrendaron sus vidas en aras de la democracia, cuya vigencia en México constituía la demanda esencial del movimiento estudiantil-popular, que se encendería el 26 de julio de 1968, cuando las “fuerzas del orden” la emprendieron a toletazos contra una manifestación de chavos, y se apagara aquel trágico 2 de octubre del mismo año, con una matanza marca diablo decretada por Gustavopóchtli.

Han pasado once años, pero el 2 de octubre no se olvida. Las banderas que los estudiantes enarbolaron durante su movimiento no se han arriado todavía. Por suerte, gracias a la sangre generosa derramada, el gélido aliento de Tezcatlipoca, que soplara aquella tarde aciaga en Tlatelolco, ha perdido mucho de su fuerza, y el pueblo ha avanzado un trecho en el camino de la democracia. No obstante aún le esperan tareas ingentes que ha de enfrentar para verse totalmente libre. El pueblo quiere libertad y lucha por ella, con el derecho como escudo y la ley como arma. Son las fuerzas oscuras y regresivas las que imponen las reglas del juego de la violencia y la muerte. Tal y como ocurrió el 2 de octubre. Un régimen como el de Díaz Ordaz, despótico y autoritario, que hizo llover fuego y metralla sobre la Plaza de las Tres Culturas, no debe repetirse jamás. El pueblo no desea, ni se merece más Tlatelolcos, ni más Gustavopóchtlis, ni más 2 de octubres. Las diferencias de clase han de dirimirse en un plano civilizado. Invariablemente, las revoluciones son consecuencia de la violencia reaccionaria. Ahí está Nicaragua a la vuelta de la esquina, como vivido ejemplo. No olvidemos a los mártires del 2 de octubre. Su memoria se levanta como un sólido muro entre la legalidad y la represión”. *Texto redactado fiel a su original publicado en “La Garrapata” en 1979.