/ miércoles 4 de marzo de 2020

No se trata sólo de cumplir

Hace apenas una semana comenzamos la Cuaresma. Muchas veces asociamos este tiempo litúrgico a evitar la carne los viernes, a comida especial, a ayunar algunos días, a dejar de fumar o beber, en algunos casos a no rasurarse hasta parecerse a Jesús de Nazaret, y a tantos otros signos externos.

Los pequeños o grandes sacrificios solo tienen sentido si nos ayudan a tener actitudes diferentes con Dios y con los demás, sobre todo a mejorar nuestro carácter, nuestro interés por los necesitados y los cercanos, nuestra relación con Dios. La Cuaresma no se trata de palomear una lista de cosas por hacer para terminar diciendo ¡ya cumplí!, aunque en el fondo quizá siga siendo la misma persona egoísta de siempre.

El Papa Francisco en varias ocasiones ha criticado duramente esta actitud. Ser un buen cristiano no significa solo cumplir una serie de devociones piadosas o asistir a celebraciones litúrgicas. Por supuesto el Papa no quiere decirnos que ya no hay que rezar o ir a Misa, pero sí quiere prevenirnos contra el hecho cómodo de pensar que ser un buen creyente es tener un expediente “impecable” por no dejar de cumplir los actos de piedad, que deben ser un medio para amar más a Dios y a los demás, no un fin. ¿Dónde está el justo medio? Cada uno tiene que encontrarlo, pues las circunstancias personales son muy variadas.

El tiempo de Cuaresma es una ocasión ideal para examinar la propia vida, evitando examinar a los demás como a veces solemos hacer, siempre juzgando sobre lo que deberían hacer, descuidando lo que nos toca. Si voy a salir de viaje, es bueno checar cuanta gasolina trae el coche para ponerle si es necesario. Si quiero comprar algo, me aseguro de tener el dinero suficiente para hacerlo. Constantemente en la vida valoramos situaciones para determinar qué hacer, qué cambiar, qué mantener.

Con nuestra vida personal pasa lo mismo. Hay que conocernos para hacer los ajustes necesarios. No basta con saber qué cambiar, hay que ponerlo en práctica, pero hace falta el diagnóstico previo. De eso se trata la Cuaresma, de dejar un poco a un lado lo que me impide estar concentrado en lo importante, es decir, en mi relación con Dios y los demás. Las mortificaciones que podamos hacer durante este tiempo, nos deben ayudar a no estar solo pensando en nosotros mismos, que es siempre la raíz de todos los pecados. Animémonos a vivir este tiempo como una oportunidad para conocernos, purificarnos, centrarnos nuevamente en ser mejores personas, y sobre todo en tratar más a Dios, que siempre va unido con tratar mejor a los demás. ¡Gracias!

Hace apenas una semana comenzamos la Cuaresma. Muchas veces asociamos este tiempo litúrgico a evitar la carne los viernes, a comida especial, a ayunar algunos días, a dejar de fumar o beber, en algunos casos a no rasurarse hasta parecerse a Jesús de Nazaret, y a tantos otros signos externos.

Los pequeños o grandes sacrificios solo tienen sentido si nos ayudan a tener actitudes diferentes con Dios y con los demás, sobre todo a mejorar nuestro carácter, nuestro interés por los necesitados y los cercanos, nuestra relación con Dios. La Cuaresma no se trata de palomear una lista de cosas por hacer para terminar diciendo ¡ya cumplí!, aunque en el fondo quizá siga siendo la misma persona egoísta de siempre.

El Papa Francisco en varias ocasiones ha criticado duramente esta actitud. Ser un buen cristiano no significa solo cumplir una serie de devociones piadosas o asistir a celebraciones litúrgicas. Por supuesto el Papa no quiere decirnos que ya no hay que rezar o ir a Misa, pero sí quiere prevenirnos contra el hecho cómodo de pensar que ser un buen creyente es tener un expediente “impecable” por no dejar de cumplir los actos de piedad, que deben ser un medio para amar más a Dios y a los demás, no un fin. ¿Dónde está el justo medio? Cada uno tiene que encontrarlo, pues las circunstancias personales son muy variadas.

El tiempo de Cuaresma es una ocasión ideal para examinar la propia vida, evitando examinar a los demás como a veces solemos hacer, siempre juzgando sobre lo que deberían hacer, descuidando lo que nos toca. Si voy a salir de viaje, es bueno checar cuanta gasolina trae el coche para ponerle si es necesario. Si quiero comprar algo, me aseguro de tener el dinero suficiente para hacerlo. Constantemente en la vida valoramos situaciones para determinar qué hacer, qué cambiar, qué mantener.

Con nuestra vida personal pasa lo mismo. Hay que conocernos para hacer los ajustes necesarios. No basta con saber qué cambiar, hay que ponerlo en práctica, pero hace falta el diagnóstico previo. De eso se trata la Cuaresma, de dejar un poco a un lado lo que me impide estar concentrado en lo importante, es decir, en mi relación con Dios y los demás. Las mortificaciones que podamos hacer durante este tiempo, nos deben ayudar a no estar solo pensando en nosotros mismos, que es siempre la raíz de todos los pecados. Animémonos a vivir este tiempo como una oportunidad para conocernos, purificarnos, centrarnos nuevamente en ser mejores personas, y sobre todo en tratar más a Dios, que siempre va unido con tratar mejor a los demás. ¡Gracias!