/ lunes 9 de noviembre de 2020

Omnipresencia tecnológica

Somos la sociedad con mayores tecnologías de la comunicación en la historia humana. En ninguna otra época habían existido tantos dispositivos para informarnos e interactuar con los demás. La era actual se caracterizar por una opulencia de artefactos conectados en red que posibilitan acciones comunicativas. Como señala Verón (2015) las prácticas sociales se transforman por el simple hecho de que existen medios. Estas prácticas se condicionan en cierta forma a una omnipresencia tecnológica constituida por viejos y nuevos medios. Hay un ecosistema tecnológico que se impone a nuestra realidad: teléfonos móviles, tabletas, computadoras, televisores inteligentes, videojuegos, drones, autos conectados a internet, etcétera.

La presencia de estos dispositivos en nuestra vida diaria tiende a comprimir los hechos, los acontecimientos cotidianos, pero también las ficciones. Esta “realidad” es fijada en superficies electrónicas sobre las cuales se distribuye las formas simbólicas en espacios públicos. Para los hermenéuticos de la comunicación el papel de los artefactos electrónicos en la sociedad contemporánea no se limita a la producción y reproducción de contenidos simbólicos, sino que tal representación constituye en su origen el principio de una “realidad mediatizada”. En otras palabras, las tecnologías -viejas y nuevas- de la comunicación constituyen la base material sobre la cual se confecciona el mundo simbólico en el que vivimos.

Debido al desarrollo de internet, las tecnologías de la comunicación han dejado de ser un simple medio para “difundir” formas simbólicas. Estas tecnologías omnipresentes devienen en algo que vivimos. Mientras que en la era de la televisión tradicional las audiencias jugaban un rol casi-pasivo, con las redes sociales digitales los usuarios tienen tanta libertad comunicativa que han convertido al emisor en el mensaje. Debido a la omnipresencia tecnológica las prácticas sociales a través de estos novedosos dispositivos se efectúan de forma no consciente. Es decir, reconocemos la importancia de la tecnología de la comunicación en nuestras vidas, pero su desarrollo escapa de nuestra voluntad. El contexto en el que vivimos es muy diferente al de hace 10 o 20 años. La omnipresencia tecnológica ha profundizado en las sociedades modernas la realidad mediatizada.

La pandemia ocasionada por el coronavirus SARS-CoV-2 erosionó aún más el viejo modelo vertical de la comunicación: pocos emisores para muchos receptores. Como escribí en este espacio a principios de marzo pasado, el confinamiento impuesto a la sociedad ahondaría las prácticas autoimpuestas por la omnipresencia tecnológica. Estos hábitos que ya se han convertido en un modelo hegemónico, se caracterizan por la comunicación de muchos con muchos. Producto de la crisis sanitaria, existe una mayor penetración en cuanto a disposición y conexión, pero también una mayor penetración de nuevas prácticas en espacios que no estaban tan digitalizados. Basta con ver la manera en la cual eran usados los nuevos medios antes de la pandemia y cómo se utilizan en la actualidad. Hoy la omnipresencia tecnológica permite a las personas continuar realizando sus actividades cotidianas. Es un hecho que el mundo material adquiere cada vez más sentido por la realidad mediatizada.



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Somos la sociedad con mayores tecnologías de la comunicación en la historia humana. En ninguna otra época habían existido tantos dispositivos para informarnos e interactuar con los demás. La era actual se caracterizar por una opulencia de artefactos conectados en red que posibilitan acciones comunicativas. Como señala Verón (2015) las prácticas sociales se transforman por el simple hecho de que existen medios. Estas prácticas se condicionan en cierta forma a una omnipresencia tecnológica constituida por viejos y nuevos medios. Hay un ecosistema tecnológico que se impone a nuestra realidad: teléfonos móviles, tabletas, computadoras, televisores inteligentes, videojuegos, drones, autos conectados a internet, etcétera.

La presencia de estos dispositivos en nuestra vida diaria tiende a comprimir los hechos, los acontecimientos cotidianos, pero también las ficciones. Esta “realidad” es fijada en superficies electrónicas sobre las cuales se distribuye las formas simbólicas en espacios públicos. Para los hermenéuticos de la comunicación el papel de los artefactos electrónicos en la sociedad contemporánea no se limita a la producción y reproducción de contenidos simbólicos, sino que tal representación constituye en su origen el principio de una “realidad mediatizada”. En otras palabras, las tecnologías -viejas y nuevas- de la comunicación constituyen la base material sobre la cual se confecciona el mundo simbólico en el que vivimos.

Debido al desarrollo de internet, las tecnologías de la comunicación han dejado de ser un simple medio para “difundir” formas simbólicas. Estas tecnologías omnipresentes devienen en algo que vivimos. Mientras que en la era de la televisión tradicional las audiencias jugaban un rol casi-pasivo, con las redes sociales digitales los usuarios tienen tanta libertad comunicativa que han convertido al emisor en el mensaje. Debido a la omnipresencia tecnológica las prácticas sociales a través de estos novedosos dispositivos se efectúan de forma no consciente. Es decir, reconocemos la importancia de la tecnología de la comunicación en nuestras vidas, pero su desarrollo escapa de nuestra voluntad. El contexto en el que vivimos es muy diferente al de hace 10 o 20 años. La omnipresencia tecnológica ha profundizado en las sociedades modernas la realidad mediatizada.

La pandemia ocasionada por el coronavirus SARS-CoV-2 erosionó aún más el viejo modelo vertical de la comunicación: pocos emisores para muchos receptores. Como escribí en este espacio a principios de marzo pasado, el confinamiento impuesto a la sociedad ahondaría las prácticas autoimpuestas por la omnipresencia tecnológica. Estos hábitos que ya se han convertido en un modelo hegemónico, se caracterizan por la comunicación de muchos con muchos. Producto de la crisis sanitaria, existe una mayor penetración en cuanto a disposición y conexión, pero también una mayor penetración de nuevas prácticas en espacios que no estaban tan digitalizados. Basta con ver la manera en la cual eran usados los nuevos medios antes de la pandemia y cómo se utilizan en la actualidad. Hoy la omnipresencia tecnológica permite a las personas continuar realizando sus actividades cotidianas. Es un hecho que el mundo material adquiere cada vez más sentido por la realidad mediatizada.



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