/ lunes 4 de noviembre de 2019

Protestas latinoamericanas

Las semanas que anteceden fueron particularmente ilustrativas a cerca de la forma de pensar y del destino manifiesto de eso que los europeos y norteamericanos llaman Latinoamérica, es decir, las naciones que están de México hasta la tierra de fuego.

Me refiero a la serie de manifestaciones populares y violentas en algunos lugares como Ecuador y Chile, la vuelta al poder de uno de los adefesios más lacerantes en Argentina, es decir, a lo que ellos mismos denominan como “peronismo” y el descarado fraude electoral estelarizado por uno de los más ridículos dictadorzuelos de por estos andurriales en Bolivia: esto es, estamos hablando precisamente de Evo Morales.

Tratando de interpretar estos fenómenos, me vienen precisamente a la mente las reflexiones que constantemente han vertido tanto el Nobel de literatura Mario Vargas Llosa y el periodista Andrés Oppenheimer. Podríamos aquí también anotar, aunque desde otra perspectiva, al ilustre Gabriel García Márquez.

Ambos, o los tres, y utilizando métodos de exposición diferentes, han coincidido en considerar que el pueblo latinoamericano, si es que lo podemos tratar como una unidad, ha sido asolado en el ámbito político, y desde tiempos inmemoriales, por la demagogia intermitente de las dictaduras militares, de los líderes populistas y, en general, de los oportunistas que ven en la pobreza generalizada de la región una oportunidad de oro para hacerse de adeptos y de poder, explotando la ignorancia y las falsas expectativas que se pueden crear en esas situaciones de desesperación existencial y desamparo histórico.

Pareciera que en esta particular región existiera una propensión genética a postrarse irracionalmente ante el halo supuestamente elevado y omnipresente del militarismo antidemocrático; a someterse incondicionalmente al mesianismo político – religioso que se expresa en el surgimiento de líderes populistas que ensalzan la superioridad moral de los pobres, promoviendo un resentimiento decadente para venderles espejitos que proyectan una historia de revanchas sobre agravios inexistentes entre clases sociales, teniendo como consecuencias funestas, ambas posturas, el hundir más a los países involucrados en estas locuras irracionales, hacia los abismos de las quiebras financieras devastadoras, el desmantelamiento de las instituciones estatales y, en ocasiones, la sepultura de los regímenes incipientemente democráticos.

De otra forma no podemos explicarnos cómo, por ejemplo, en la Argentina están retornando al poder los mismos Kirchneristas (¿así se escribirá?) después de unos pocos años de que fueran expulsados del mismo por escándalos manifiestos de corrupción y cuyas políticas bananero – socialistoides hundieron a Argentina en una debacle económica que tardará, y ahora más, décadas en recuperarse. Si es que lo hace.

¿De qué otra manera nos podríamos explicar que Evo Morales, con aspiraciones a perpetuarse ad infinitum en la presidencia de Bolivia, aspirante principal a ser declarado hitlercito de barrio, se haya reelecto, previo fraude electoral también de escándalo, y sin que aparentemente suceda nada?

¿Y cómo entender que el país más rico de estas latitudes en términos absolutos y relativos, nos referimos a Chile, el que menos pobres tiene, el que más ingreso per cápita, uno de los más democráticos, en fin, el que está a punto de salir de ese espiral de jodidez latinoamericana, tenga a chicos de colegio que van a la escuela a diario en vehículo nuevo protestando porque subieron el pasaje del metro?

Pues aquí si habrá que coincidir con los autores supra señalados, pues, al parecer, el atraso y subdesarrollo latinoamericano no habrá que buscarlo en la adopción de modelos económicos llamados neoliberales y supuestamente superados, otrora dominantes y rapaces, según estas posturas, sino en un atavismo histórico – existencial de estos pueblos que viven, podría decirse sin eufemismos, en una jodidez que llevamos latente en lo más profundo de la masa encefálica.

Las semanas que anteceden fueron particularmente ilustrativas a cerca de la forma de pensar y del destino manifiesto de eso que los europeos y norteamericanos llaman Latinoamérica, es decir, las naciones que están de México hasta la tierra de fuego.

Me refiero a la serie de manifestaciones populares y violentas en algunos lugares como Ecuador y Chile, la vuelta al poder de uno de los adefesios más lacerantes en Argentina, es decir, a lo que ellos mismos denominan como “peronismo” y el descarado fraude electoral estelarizado por uno de los más ridículos dictadorzuelos de por estos andurriales en Bolivia: esto es, estamos hablando precisamente de Evo Morales.

Tratando de interpretar estos fenómenos, me vienen precisamente a la mente las reflexiones que constantemente han vertido tanto el Nobel de literatura Mario Vargas Llosa y el periodista Andrés Oppenheimer. Podríamos aquí también anotar, aunque desde otra perspectiva, al ilustre Gabriel García Márquez.

Ambos, o los tres, y utilizando métodos de exposición diferentes, han coincidido en considerar que el pueblo latinoamericano, si es que lo podemos tratar como una unidad, ha sido asolado en el ámbito político, y desde tiempos inmemoriales, por la demagogia intermitente de las dictaduras militares, de los líderes populistas y, en general, de los oportunistas que ven en la pobreza generalizada de la región una oportunidad de oro para hacerse de adeptos y de poder, explotando la ignorancia y las falsas expectativas que se pueden crear en esas situaciones de desesperación existencial y desamparo histórico.

Pareciera que en esta particular región existiera una propensión genética a postrarse irracionalmente ante el halo supuestamente elevado y omnipresente del militarismo antidemocrático; a someterse incondicionalmente al mesianismo político – religioso que se expresa en el surgimiento de líderes populistas que ensalzan la superioridad moral de los pobres, promoviendo un resentimiento decadente para venderles espejitos que proyectan una historia de revanchas sobre agravios inexistentes entre clases sociales, teniendo como consecuencias funestas, ambas posturas, el hundir más a los países involucrados en estas locuras irracionales, hacia los abismos de las quiebras financieras devastadoras, el desmantelamiento de las instituciones estatales y, en ocasiones, la sepultura de los regímenes incipientemente democráticos.

De otra forma no podemos explicarnos cómo, por ejemplo, en la Argentina están retornando al poder los mismos Kirchneristas (¿así se escribirá?) después de unos pocos años de que fueran expulsados del mismo por escándalos manifiestos de corrupción y cuyas políticas bananero – socialistoides hundieron a Argentina en una debacle económica que tardará, y ahora más, décadas en recuperarse. Si es que lo hace.

¿De qué otra manera nos podríamos explicar que Evo Morales, con aspiraciones a perpetuarse ad infinitum en la presidencia de Bolivia, aspirante principal a ser declarado hitlercito de barrio, se haya reelecto, previo fraude electoral también de escándalo, y sin que aparentemente suceda nada?

¿Y cómo entender que el país más rico de estas latitudes en términos absolutos y relativos, nos referimos a Chile, el que menos pobres tiene, el que más ingreso per cápita, uno de los más democráticos, en fin, el que está a punto de salir de ese espiral de jodidez latinoamericana, tenga a chicos de colegio que van a la escuela a diario en vehículo nuevo protestando porque subieron el pasaje del metro?

Pues aquí si habrá que coincidir con los autores supra señalados, pues, al parecer, el atraso y subdesarrollo latinoamericano no habrá que buscarlo en la adopción de modelos económicos llamados neoliberales y supuestamente superados, otrora dominantes y rapaces, según estas posturas, sino en un atavismo histórico – existencial de estos pueblos que viven, podría decirse sin eufemismos, en una jodidez que llevamos latente en lo más profundo de la masa encefálica.