/ lunes 12 de julio de 2021

Reflexiones fiscales (rudas)

No creo que exista nadie en este país que, gustoso, corra cada mes, o cada quince días, o cada que realice algún acto considerado como fuente de imposición tributaria (por ejemplo, comprar un inmueble) a llevar su dinero al fisco. Razones de sobra tenemos para no querer contribuir al gasto público como nos obliga nuestra Constitución Política.

Hace poco conocí una reflexión que hacía un norteamericano que venía continuamente a nuestro país, no se sabe si por placer, negocios o necesidad, pero lo que sí se notaba es que conocía de sobra a cerca de nuestro sistema tributario, pues tenía una radiografía muy precisa sobre el tema. Palabras más, palabras menos, el susodicho comentaba que los mexicanos eran realmente imbéciles (usó esa denominación) en materia de impuestos. Fundaba su calificativo con el argumento en el sentido de que los gobiernos cobran tributos a los habitantes de un país con la finalidad de administrarlos adecuadamente, proveyendo de servicios públicos a la misma población que los pagaba. Por ejemplo, decía, el Estado con ese dinero que le damos construye carreteras, vías de comunicación, calles, aeropuertos, escuelas, universidades, hospitales, centros de salud, sistemas de agua potable, drenaje, alumbrado público, paga a policías, al ejército y a otras agencias para que nos proporcionen seguridad personal y comunitaria y un sinfín de etcéteras adicionales. Como esos servicios se proporcionan con impuestos que ya pagamos, lo justo es que no se cobren a la ciudadanía, o bien, se cobren en una menor medida a su costo real. De allí tendremos que, por decir algo, cuando mande a mis hijos a una buena universidad, no me carguen el valor real de ese tipo de educación.

Continuaba diciendo que, en México, por decir algo, si quieres trasladarte en tu carro de Zacatecas Capital a Fresnillo Capital (también es Estado, recordemos), tenías que pagar por ida y vuelta por concepto de peaje unos cincuenta pesos. Si quieres ir de estos mismos lugares hacia la Ciudad de México, tenías que pagar de casetas por ir y venir algunos tres mil pesos, aproximadamente. Por ser pasajero nacional en un aeropuerto cobran, por viaje, algo así como veinticinco dólares; en vueltos internacionales, como cincuenta dólares. Si quieres beber agua, sería suicida hacerlo directamente de la llave, pues la misma está contaminada hasta con heces fecales del murciélago mismo que nos pegó el Covid – 19. Cuando te enfermas de algo delicado también sería una estupidez pararte en un hospital público o que proporcione servicios a asegurados, pues los más seguro es que te mueras o bien por esperar, o bien por el mal servicio, o bien por la falta de medicinas o de insumos, así que lo más conveniente para tu salud es que cuando te de un padecimiento grave hay que vender hasta el calcetín de la abuela para pagar los elevados honorarios médicos. Cuando vas a matricular a tu hijo a una escuela, en el nivel que sea, ni siquiera pensar en inscribirlo en un plantel de educación pública, pues de allí saldrán sólo rebuznando (sic), así que hay que pagar elevadísimas colegiaturas en escuelas privadas si quieres que tus hijos sepan algo más que eso. Cuando sales a la calle en tu vehículo tienes altísimos riesgos o bien, de sufrir un asalto o una agresión física, o bien, algún daño en tu vehículo por caer en un bache, cuando te vaya bien. Y así, muchos etcéteras sobre la malísima calidad de las prestaciones estatales. Entonces ¿dónde están los dineros que se pagan si tengo que volver a pagar otra vez por los pésimos servicios públicos que recibo?

Entonces, dijo, es entendible que muchos mexicanos no quieran pagar impuestos, y que las autoridades aquí traten mejor a un homicida o a un violador de menores o mujeres que a un evasor fiscal.

No creo que exista nadie en este país que, gustoso, corra cada mes, o cada quince días, o cada que realice algún acto considerado como fuente de imposición tributaria (por ejemplo, comprar un inmueble) a llevar su dinero al fisco. Razones de sobra tenemos para no querer contribuir al gasto público como nos obliga nuestra Constitución Política.

Hace poco conocí una reflexión que hacía un norteamericano que venía continuamente a nuestro país, no se sabe si por placer, negocios o necesidad, pero lo que sí se notaba es que conocía de sobra a cerca de nuestro sistema tributario, pues tenía una radiografía muy precisa sobre el tema. Palabras más, palabras menos, el susodicho comentaba que los mexicanos eran realmente imbéciles (usó esa denominación) en materia de impuestos. Fundaba su calificativo con el argumento en el sentido de que los gobiernos cobran tributos a los habitantes de un país con la finalidad de administrarlos adecuadamente, proveyendo de servicios públicos a la misma población que los pagaba. Por ejemplo, decía, el Estado con ese dinero que le damos construye carreteras, vías de comunicación, calles, aeropuertos, escuelas, universidades, hospitales, centros de salud, sistemas de agua potable, drenaje, alumbrado público, paga a policías, al ejército y a otras agencias para que nos proporcionen seguridad personal y comunitaria y un sinfín de etcéteras adicionales. Como esos servicios se proporcionan con impuestos que ya pagamos, lo justo es que no se cobren a la ciudadanía, o bien, se cobren en una menor medida a su costo real. De allí tendremos que, por decir algo, cuando mande a mis hijos a una buena universidad, no me carguen el valor real de ese tipo de educación.

Continuaba diciendo que, en México, por decir algo, si quieres trasladarte en tu carro de Zacatecas Capital a Fresnillo Capital (también es Estado, recordemos), tenías que pagar por ida y vuelta por concepto de peaje unos cincuenta pesos. Si quieres ir de estos mismos lugares hacia la Ciudad de México, tenías que pagar de casetas por ir y venir algunos tres mil pesos, aproximadamente. Por ser pasajero nacional en un aeropuerto cobran, por viaje, algo así como veinticinco dólares; en vueltos internacionales, como cincuenta dólares. Si quieres beber agua, sería suicida hacerlo directamente de la llave, pues la misma está contaminada hasta con heces fecales del murciélago mismo que nos pegó el Covid – 19. Cuando te enfermas de algo delicado también sería una estupidez pararte en un hospital público o que proporcione servicios a asegurados, pues los más seguro es que te mueras o bien por esperar, o bien por el mal servicio, o bien por la falta de medicinas o de insumos, así que lo más conveniente para tu salud es que cuando te de un padecimiento grave hay que vender hasta el calcetín de la abuela para pagar los elevados honorarios médicos. Cuando vas a matricular a tu hijo a una escuela, en el nivel que sea, ni siquiera pensar en inscribirlo en un plantel de educación pública, pues de allí saldrán sólo rebuznando (sic), así que hay que pagar elevadísimas colegiaturas en escuelas privadas si quieres que tus hijos sepan algo más que eso. Cuando sales a la calle en tu vehículo tienes altísimos riesgos o bien, de sufrir un asalto o una agresión física, o bien, algún daño en tu vehículo por caer en un bache, cuando te vaya bien. Y así, muchos etcéteras sobre la malísima calidad de las prestaciones estatales. Entonces ¿dónde están los dineros que se pagan si tengo que volver a pagar otra vez por los pésimos servicios públicos que recibo?

Entonces, dijo, es entendible que muchos mexicanos no quieran pagar impuestos, y que las autoridades aquí traten mejor a un homicida o a un violador de menores o mujeres que a un evasor fiscal.