/ domingo 29 de agosto de 2021

Seré la última

La génesis del grupo fundamentalista de los talibanes en Afganistán se remite a los muyahidines, guerrilleros que derrocaron al ejército de la ex Unión Soviética en 1989. En su guerra santa iniciada en la década de los noventas del siglo pasado y en su fanática cruzada impusieron el terror y la burka como símbolo de la aniquilación de los derechos humanos de las mujeres. Con este antecedente, Afganistán preocupa, particularmente, a las mujeres.

La historia de Nadia Murad, narra las aberrantes entrañas de los combatientes del Estado Islámico. Su vida está contada en el límite de la supervivencia, el valor, el heroísmo, el coraje, también en el dolor, la tristeza y la humillación jamás imaginada e infligida a cualquier ser humano.

En su autobiografía “Yo seré la última”, Nadia narra cómo los talibanes asesinaron a su familia, aniquilaron a su pueblo y liquidaron la diversidad cultural y religiosa. “Los yazidíes, junto con otras minorías religiosas y étnicas, son lo que una vez hizo de Irak un gran país”. Dentro de todo el exterminio, el relato detalla la amputación espiritual y física de las mujeres. “Muchas supervivientes se sometieron incluso a cirugía para recuperar la virginidad, se hicieron reparar el himen con la esperanza de borrar el recuerdo y estigma de la violación”.

La voz de Nadia nos hace vislumbrar que el genocidio es una violación hacia la humanidad. Y la violación a cada mujer, representa la aniquilación o el más grande atentado a la persona. “Estar muerta era mejor que ser vendida como mercancía y violada hasta tener el cuerpo hecho pedazos”.

Su voz es la denuncia de la barbarie de sus secuestradores, torturadores y violadores, hombres enajenados con la absurda y radical interpretación del Corán. “No comprendo cómo alguien puede quedarse impasible mientras miles de yazidíes son vendidas como esclavas sexuales y violadas hasta que sus cuerpos se rompen. No existe justificación para esta clase de crueldad”.

En su libro editado por Plaza & Janés, es un texto en la búsqueda del perdón, comprender cómo la solidaridad es el único camino para mantener la esperanza. En la narrativa encontramos paisajes de conmovedor humanismo frente a la brutal tragedia. Después de un denso y oscuro calvario el hermano de Nadia le dice “no llores, este es nuestro destino”.

Nadia, Premio Nobel de la Paz 2018, nos enseña sobre “el enorme valor” de la libertad, libertad que dignifica a cada ser humano, a cada mujer. A pesar de que su alma fue violada y mutilada, su coraje y valentía para denuncia ante el mundo a los fundamentalistas del Islam, explica: “Mi historia (…) es la mejor arma que tengo contra el terrorismo”.

La génesis del grupo fundamentalista de los talibanes en Afganistán se remite a los muyahidines, guerrilleros que derrocaron al ejército de la ex Unión Soviética en 1989. En su guerra santa iniciada en la década de los noventas del siglo pasado y en su fanática cruzada impusieron el terror y la burka como símbolo de la aniquilación de los derechos humanos de las mujeres. Con este antecedente, Afganistán preocupa, particularmente, a las mujeres.

La historia de Nadia Murad, narra las aberrantes entrañas de los combatientes del Estado Islámico. Su vida está contada en el límite de la supervivencia, el valor, el heroísmo, el coraje, también en el dolor, la tristeza y la humillación jamás imaginada e infligida a cualquier ser humano.

En su autobiografía “Yo seré la última”, Nadia narra cómo los talibanes asesinaron a su familia, aniquilaron a su pueblo y liquidaron la diversidad cultural y religiosa. “Los yazidíes, junto con otras minorías religiosas y étnicas, son lo que una vez hizo de Irak un gran país”. Dentro de todo el exterminio, el relato detalla la amputación espiritual y física de las mujeres. “Muchas supervivientes se sometieron incluso a cirugía para recuperar la virginidad, se hicieron reparar el himen con la esperanza de borrar el recuerdo y estigma de la violación”.

La voz de Nadia nos hace vislumbrar que el genocidio es una violación hacia la humanidad. Y la violación a cada mujer, representa la aniquilación o el más grande atentado a la persona. “Estar muerta era mejor que ser vendida como mercancía y violada hasta tener el cuerpo hecho pedazos”.

Su voz es la denuncia de la barbarie de sus secuestradores, torturadores y violadores, hombres enajenados con la absurda y radical interpretación del Corán. “No comprendo cómo alguien puede quedarse impasible mientras miles de yazidíes son vendidas como esclavas sexuales y violadas hasta que sus cuerpos se rompen. No existe justificación para esta clase de crueldad”.

En su libro editado por Plaza & Janés, es un texto en la búsqueda del perdón, comprender cómo la solidaridad es el único camino para mantener la esperanza. En la narrativa encontramos paisajes de conmovedor humanismo frente a la brutal tragedia. Después de un denso y oscuro calvario el hermano de Nadia le dice “no llores, este es nuestro destino”.

Nadia, Premio Nobel de la Paz 2018, nos enseña sobre “el enorme valor” de la libertad, libertad que dignifica a cada ser humano, a cada mujer. A pesar de que su alma fue violada y mutilada, su coraje y valentía para denuncia ante el mundo a los fundamentalistas del Islam, explica: “Mi historia (…) es la mejor arma que tengo contra el terrorismo”.