/ lunes 26 de octubre de 2020

Sociedad conspirativa

Principalmente en situaciones de crisis, la información como combustible de la comunicación tiende a alejarse de la realidad. En situaciones como la pandemia ocasionada por el coronavirus SARS-CoV-2, en periodos de guerras, estados de inseguridad o en contiendas electorales, la información para tratar de entender el mundo es altamente inestable. En este tipo de contextos, la falsificación de la realidad tiene mayor éxito que cualquier explicación racional sobre los hechos (Viner, 2016). La crisis por Covid-19 ha desnudado nuestra fragilidad como consumidores de información. Más allá de las explicaciones científicas y de las recomendaciones de las autoridades, se impone como forma de comprensión de la existencia un abanico de teorías conspiratorias que sólo existen en la imaginación de sus creadores.

Como lo señalé en anteriores entregas, la pandemia del nuevo coronavirus posibilitó la expansión del pánico social, reforzó la desconfianza en las instituciones y evidenció la disonancia cognitiva. Las tecnologías de la información si bien permitieron digitalizar la vida y que gran cantidad de actividades -principalmente las económicas- no se detuvieran por completo, esta hipermediación se convirtió en la principal fuente de información para la mayoría de los usuarios. La inestabilidad en la práctica tecnológica permite que las narrativas institucionales se mezclen con otras narrativas fijadas en la mente. En el mundo entero, la emergencia sanitaria por el Covid-19 se encuentra aderezada por teorías conspirativas que intentan explicar la realidad a través de historias fantásticas y mitos urbanos.

¿Qué es una teoría conspirativa o de conspiración? Se trata de discursos alternos a las narrativas oficiales que buscan explicar un acontecimiento o un encadenamiento de hechos de relevancia social. Es un término con sentido peyorativo que comenzó a utilizarse en el campo político durante la década de los 60 del siglo XX (Ayto, 1999). Por lo general este tipo de teorías consideran que la historia es producto de la intervención de grupos de poder que operan de manera oculta y misteriosa (Patán y Pérez, 2009). Entre sus rasgos se encuentra la carencia de una explicación racional, la falta de evidencias sobre su comprobación y su distribución a través de rumores, suposiciones, filtraciones y afirmaciones subjetivas.

Durante los últimos meses de la pandemia, he registrado en los espacios mediatizados la circulación de una gran cantidad de teorías conspiratorias. Aquí algunas de ellas: se trata de un complot promovido por el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y la Organización Mundial de la Salud (OMS); la pandemia es un invento de grupos de poder y medios de comunicación; las personas no están enfermando por el nuevo virus sino por energías electromagnéticas a través de señales de Wi-Fi y por antenas de quinta generación (5G); se trata de una guerra para instalar un nuevo “orden mundial”; no existen víctimas de COVID-19, las personas muren de otras causas o son asesinadas por los médicos; la vacuna contra esta infección tendrá integrada un microchip a través del cual se controlará a la humanidad y que magnates como George Soros o Bill Gates están detrás de la crisis mundial.




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Principalmente en situaciones de crisis, la información como combustible de la comunicación tiende a alejarse de la realidad. En situaciones como la pandemia ocasionada por el coronavirus SARS-CoV-2, en periodos de guerras, estados de inseguridad o en contiendas electorales, la información para tratar de entender el mundo es altamente inestable. En este tipo de contextos, la falsificación de la realidad tiene mayor éxito que cualquier explicación racional sobre los hechos (Viner, 2016). La crisis por Covid-19 ha desnudado nuestra fragilidad como consumidores de información. Más allá de las explicaciones científicas y de las recomendaciones de las autoridades, se impone como forma de comprensión de la existencia un abanico de teorías conspiratorias que sólo existen en la imaginación de sus creadores.

Como lo señalé en anteriores entregas, la pandemia del nuevo coronavirus posibilitó la expansión del pánico social, reforzó la desconfianza en las instituciones y evidenció la disonancia cognitiva. Las tecnologías de la información si bien permitieron digitalizar la vida y que gran cantidad de actividades -principalmente las económicas- no se detuvieran por completo, esta hipermediación se convirtió en la principal fuente de información para la mayoría de los usuarios. La inestabilidad en la práctica tecnológica permite que las narrativas institucionales se mezclen con otras narrativas fijadas en la mente. En el mundo entero, la emergencia sanitaria por el Covid-19 se encuentra aderezada por teorías conspirativas que intentan explicar la realidad a través de historias fantásticas y mitos urbanos.

¿Qué es una teoría conspirativa o de conspiración? Se trata de discursos alternos a las narrativas oficiales que buscan explicar un acontecimiento o un encadenamiento de hechos de relevancia social. Es un término con sentido peyorativo que comenzó a utilizarse en el campo político durante la década de los 60 del siglo XX (Ayto, 1999). Por lo general este tipo de teorías consideran que la historia es producto de la intervención de grupos de poder que operan de manera oculta y misteriosa (Patán y Pérez, 2009). Entre sus rasgos se encuentra la carencia de una explicación racional, la falta de evidencias sobre su comprobación y su distribución a través de rumores, suposiciones, filtraciones y afirmaciones subjetivas.

Durante los últimos meses de la pandemia, he registrado en los espacios mediatizados la circulación de una gran cantidad de teorías conspiratorias. Aquí algunas de ellas: se trata de un complot promovido por el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y la Organización Mundial de la Salud (OMS); la pandemia es un invento de grupos de poder y medios de comunicación; las personas no están enfermando por el nuevo virus sino por energías electromagnéticas a través de señales de Wi-Fi y por antenas de quinta generación (5G); se trata de una guerra para instalar un nuevo “orden mundial”; no existen víctimas de COVID-19, las personas muren de otras causas o son asesinadas por los médicos; la vacuna contra esta infección tendrá integrada un microchip a través del cual se controlará a la humanidad y que magnates como George Soros o Bill Gates están detrás de la crisis mundial.




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