Tenemos ante nuestros ojos el rápido cambio de las condiciones de vida, la transformación cultural operada al margen de lo que es nuestra historia y cultura, la pérdida de referencias y de valores morales para el comportamiento personal y social, el deterioro moral y social que no acaba de encontrar caminos de regeneración. Tampoco olvidamos los problemas de la juventud ni del amplio mundo de los marginados, la paz siempre frágil y amenazada y las situaciones de extrema pobreza y de hambre de gran parte del mundo y de cómo se viola la vida humana, por el terrorismo, la guerra, los malos tratos, el aborto, la eutanasia, la manipulación genética, y de tantas y tantas formas.
No miramos con amargura ni decepción nuestra situación, y menos con nostalgia, como hombres sin fe o sin esperanza. Creemos que vivimos una hora de Dios, en la que se escucha un poderoso llamamiento al encuentro con el Evangelio, que más que letra escrita es mensaje viviente. A pesar de, somos felices.