/ jueves 27 de febrero de 2020

Un crimen llamado educación (II)

Decíamos hace dos semanas que el crítico pedagogo norteamericano Jürgen Klaric supone que el modelo mundial de la educación actual conlleva al individuo a una suerte de lucha y competencia por escalar los esquemas más altos de la ocupación laboral. Cuando fui estudiante de arquitectura llegué a la conclusión de que: de no disponer de los materiales más caros, más cotizados y actualizados para el diseño de maquetas habría siempre de quedar en lugares mediocres, fuera del alcance de miradas creativas y ávidas de novedad de los profesores, por mucho empeño e imaginación que pusiera en mis tareas. Más tarde también constaté que de no vincularse con una gran constructora pasarías a ser el ayudante del oficial del otro oficial sin posibilidad de montar tu propio despacho. Al parecer solo podría crecer sin instrumentos si solo usaba mi mente para ello: es decir, los libros y las ideas, todos los cuales estaban en mi cabeza o en la biblioteca. Luego también me di cuenta que si no tenías un magnífico, excelente padrino tampoco habrías de llegar a las esferas más altas de la intelectualidad, ni a publicar, ni a producir a gran escala. La diversificación puede ayudar a salvaguardar esos escollos sin duda, pero yo misma vi despachar a una consultora de la UNESCO en una cafetería de una conocida cadena de establecimientos en el entonces Distrito Federal y sacar de su minúscula casa empolvada y mal oliente una hoja blanca para darme una recomendación. Sin duda el individuo juega un papel muy importante en el destino que te depara una profesión u otra, pero de que hay túneles muy estrechos para salir de ahí los hay.

Eso con respecto al estudiantado, pero…¿qué hay del profesor? ¿Es realmente aquel personaje que nos han hecho creer de la persona abnegada, entregada a sus alumnos, dichosa de crecer con ellos y de revitalizarse cada vez que asiste a una clase? El reportaje que presenta Jürgen Klaric muestra algunas de las maneras como se perciben algunos profesores en la actualidad y puede haber recriminaciones tan duras como la del ex Rector de la Universidad de Colombia que se autodenomina: “Anfibio cultural, fósil viviente, partera del futuro”. Entre las cosas que desmotivan a los docentes son la falta de incentivos, los bajos salarios, la ausencia de reconocimiento por parte de sus superiores y de la misma sociedad, añadiendo a esto un grado preocupante de frustración. A decir de Diego Bolombek (Doctor en Biología, Argentina) los docentes han dejado de ser el ícono de la excelencia en una sociedad como antes lo eran junto con el sacerdote y el médico en poblados o ciudades pequeñas. Si antes los docentes se alimentaban de los alumnos, ahora los alumnos, ante un desgane vital colectivo, están apagados y no tienen con qué estimular al profesor y viceversa. A esto hay que sumar los niveles de estrés altísimos de acuerdo a la cantidad de alumnos que hay que atender. ¿Cuál será la salida en el mundo que nos aguarda?

Decíamos hace dos semanas que el crítico pedagogo norteamericano Jürgen Klaric supone que el modelo mundial de la educación actual conlleva al individuo a una suerte de lucha y competencia por escalar los esquemas más altos de la ocupación laboral. Cuando fui estudiante de arquitectura llegué a la conclusión de que: de no disponer de los materiales más caros, más cotizados y actualizados para el diseño de maquetas habría siempre de quedar en lugares mediocres, fuera del alcance de miradas creativas y ávidas de novedad de los profesores, por mucho empeño e imaginación que pusiera en mis tareas. Más tarde también constaté que de no vincularse con una gran constructora pasarías a ser el ayudante del oficial del otro oficial sin posibilidad de montar tu propio despacho. Al parecer solo podría crecer sin instrumentos si solo usaba mi mente para ello: es decir, los libros y las ideas, todos los cuales estaban en mi cabeza o en la biblioteca. Luego también me di cuenta que si no tenías un magnífico, excelente padrino tampoco habrías de llegar a las esferas más altas de la intelectualidad, ni a publicar, ni a producir a gran escala. La diversificación puede ayudar a salvaguardar esos escollos sin duda, pero yo misma vi despachar a una consultora de la UNESCO en una cafetería de una conocida cadena de establecimientos en el entonces Distrito Federal y sacar de su minúscula casa empolvada y mal oliente una hoja blanca para darme una recomendación. Sin duda el individuo juega un papel muy importante en el destino que te depara una profesión u otra, pero de que hay túneles muy estrechos para salir de ahí los hay.

Eso con respecto al estudiantado, pero…¿qué hay del profesor? ¿Es realmente aquel personaje que nos han hecho creer de la persona abnegada, entregada a sus alumnos, dichosa de crecer con ellos y de revitalizarse cada vez que asiste a una clase? El reportaje que presenta Jürgen Klaric muestra algunas de las maneras como se perciben algunos profesores en la actualidad y puede haber recriminaciones tan duras como la del ex Rector de la Universidad de Colombia que se autodenomina: “Anfibio cultural, fósil viviente, partera del futuro”. Entre las cosas que desmotivan a los docentes son la falta de incentivos, los bajos salarios, la ausencia de reconocimiento por parte de sus superiores y de la misma sociedad, añadiendo a esto un grado preocupante de frustración. A decir de Diego Bolombek (Doctor en Biología, Argentina) los docentes han dejado de ser el ícono de la excelencia en una sociedad como antes lo eran junto con el sacerdote y el médico en poblados o ciudades pequeñas. Si antes los docentes se alimentaban de los alumnos, ahora los alumnos, ante un desgane vital colectivo, están apagados y no tienen con qué estimular al profesor y viceversa. A esto hay que sumar los niveles de estrés altísimos de acuerdo a la cantidad de alumnos que hay que atender. ¿Cuál será la salida en el mundo que nos aguarda?