Todos hemos tenido un mal día, de esos días en los que conforme va pasando dices: ¿Por qué?, ¿Por qué me levanté de mi cama?...
¿Quién no ha tenido uno de esos días en los que de plano solo ruegas para que termine?
Cuando mi mamá empezaba a dejarme salir sola de la casa, para ir a la tienda de la esquina que vendían unos helados riquísimos, yo había ahorrado toda la semana para salir e ir directamente a ese lugar, pedir una enorme bola de nieve de fresa y saborearlo “hasta el infinito y más allá”, así lo hice, se llegó el día, agarré mi dinero, compré el helado, un helado grande doble de fresa, con mi cono, salí de la tienda orgullosa de habérmelo comprado con mi dinerito y sobre todo para disfrutarlo todito, mi boca estaba ‘hecha agua’, saqué mi lengua, le di la primer lamida y ¡ZAZ!, de pronto vi en cámara lenta como todo mi suculento helado se caía al asfalto… me quedé mirándolo como 3 segundos, miré a todos los lados, no había gente, justo era lo que quería, que no hubiera gente, para entonces hacer mi osadía… recoger el helado con mi mano y volverlo a colocar en el cono, olvidarme del asunto y continuar mi camino.
¿Qué pasó? ¿Fui una chiquilla sucia al recogerlo del piso? ¿Fui muy atrevida por todos los gérmenes que pude haber ingerido? Estamos hablando de ASFALTO, donde pasa el perro y hace sus necesidades, los zapatos de miles de personas, están la tierra, los bichos y otras tantas cosas que no voy a escribir… aún con todo y eso… Sí, ME LO SABOREE, Y ESTABA DELICIOSO.
Eso es justamente lo que ocurre con los días malos, en tu mente tienes una idea general de cómo estará el día, pero muchas veces, lo comienzas, llegas al trabajo no encuentras estacionamiento, checas tarde, llegas a tu oficina y se acumulan los problemas laborales; te hablan de la escuela, que ya tu niño se pegó y se abrió la frente y hay que ir por él; haces la comida y ya se te quemó el arroz, tomas tu café y te quemas la lengua, luego se va la luz, y con ella la internet… es decir, te pasa una cosa, tras otra, tras otra, todo, en un solo día y terminas como niña pequeña (lo digo por mí) Llorando.
Ya sé, cuando ocurren esos días, es muy difícil lidiar con ellos, pero siempre habrá alguien que te escuche, que te diga “Serénate, todo tiene solución ¡MAÑANA SERÁ OTRO DÍA!” y esos amigos que siempre están para escucharte, cuídalos, son los más valiosos.
Nos leemos el próximo lunes para Olvidar lo que Sabes de