/ miércoles 23 de mayo de 2018

Un proceso permanente de cambio… “la educación inclusiva”

Los sistemas educativos actuales vienen afrontando en las últimas décadas el reto de la calidad y la excelencia educativa. Ahora bien, este reto no puede permitirse el lujo de excluir al alumnado que pueda mostrar en algún momento de su escolarización algún tipo de necesidad específica de apoyo educativo.

En este sentido, nadie duda de la necesidad de un cambio de paradigma en la mentalidad y en la propia identidad de los centros educativos en relación con la educación inclusiva, que todavía persiste identificándose como una educación especial que aboga por la integración y no por la inclusión, dato que sigue permeando en el colectivo docente.

Resulta incuestionable que, por un lado, la referencia a la necesidad de una educación inclusiva está cada día más presente en el panorama educativo, tanto en el plano nacional como internacional. Por ejemplo, la UNESCO, desde la 48ª reunión de la Conferencia Internacional de Educación (2008), hizo referencia a ella, nada menos que como “el camino hacia el futuro” en la orientación común que deberían adoptar los sistemas educativos en cualquier parte del mundo.

De la educación inclusiva lo primero que habría que señalar, es su carácter paradójico y contradictorio, empezando por el hecho de que siendo una temática de enorme complejidad, no se está falto de conocimientos y capacidades para llevarlo a cabo, sino que no han existido al momento la o las políticas específicas para su implementación en el aula y sobre todo como cultura social que permita ver y convivir con la diversidad; ya que un principio fundamental ante la presencia de la discapacidad es que lo normal ante éstas personas es un trato normal.

Otro elemento indiscutible que requiere atención es aquel que ha manifestado el profesor Ainscow donde asegura que el mayor déficit de la inclusión es en el ámbito de la voluntad y la determinación de los actores para romper los esquemas poco funcionales y llevar a la práctica lo mucho que sabrían hacer, desde la innovación y la atención a la diversidad.

En definitiva, parte de los procesos que habrá que seguir en la consecución de la Inclusión educativa es la idea de que educar para la y en la diversidad supone una actitud de valoración positiva hacia la comunicación e interacción entre personas diferentes, y la educación inclusiva del siglo XXI; un proceso permanente de cambio hacia la comprensión de lo diverso como un factor de aprendizaje positivo y necesario en las actuales organizaciones escolares.

Estimado lector, agradezco de antemano la atención prestada al presente. Nos leemos la próxima semana y espero que haya sido de su agrado. VIVA LA VIDA.

Los sistemas educativos actuales vienen afrontando en las últimas décadas el reto de la calidad y la excelencia educativa. Ahora bien, este reto no puede permitirse el lujo de excluir al alumnado que pueda mostrar en algún momento de su escolarización algún tipo de necesidad específica de apoyo educativo.

En este sentido, nadie duda de la necesidad de un cambio de paradigma en la mentalidad y en la propia identidad de los centros educativos en relación con la educación inclusiva, que todavía persiste identificándose como una educación especial que aboga por la integración y no por la inclusión, dato que sigue permeando en el colectivo docente.

Resulta incuestionable que, por un lado, la referencia a la necesidad de una educación inclusiva está cada día más presente en el panorama educativo, tanto en el plano nacional como internacional. Por ejemplo, la UNESCO, desde la 48ª reunión de la Conferencia Internacional de Educación (2008), hizo referencia a ella, nada menos que como “el camino hacia el futuro” en la orientación común que deberían adoptar los sistemas educativos en cualquier parte del mundo.

De la educación inclusiva lo primero que habría que señalar, es su carácter paradójico y contradictorio, empezando por el hecho de que siendo una temática de enorme complejidad, no se está falto de conocimientos y capacidades para llevarlo a cabo, sino que no han existido al momento la o las políticas específicas para su implementación en el aula y sobre todo como cultura social que permita ver y convivir con la diversidad; ya que un principio fundamental ante la presencia de la discapacidad es que lo normal ante éstas personas es un trato normal.

Otro elemento indiscutible que requiere atención es aquel que ha manifestado el profesor Ainscow donde asegura que el mayor déficit de la inclusión es en el ámbito de la voluntad y la determinación de los actores para romper los esquemas poco funcionales y llevar a la práctica lo mucho que sabrían hacer, desde la innovación y la atención a la diversidad.

En definitiva, parte de los procesos que habrá que seguir en la consecución de la Inclusión educativa es la idea de que educar para la y en la diversidad supone una actitud de valoración positiva hacia la comunicación e interacción entre personas diferentes, y la educación inclusiva del siglo XXI; un proceso permanente de cambio hacia la comprensión de lo diverso como un factor de aprendizaje positivo y necesario en las actuales organizaciones escolares.

Estimado lector, agradezco de antemano la atención prestada al presente. Nos leemos la próxima semana y espero que haya sido de su agrado. VIVA LA VIDA.

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