/ miércoles 11 de julio de 2018

¿Votaste por Andrés? … ¡Ayúdale!

El futuro de los niños es hoy. Mañana siempre es tarde…

Gabriela Mistral


Para algunos, y sobre todo muchos de los adversarios del presidente electo, la jornada electoral no ha concluido. Siguen anunciando la llegada del anticristo, de las siete pestes y de muchas otras debacles. Y en este punto me surge la interrogante: ¿cuál es la prioridad?, ¿no es acaso México?

Mi respuesta es afirmativa: ¡claro!, la prioridad es México y los mexicanos, en su mayoría pobres. Esperamos mejores y más oportunidades, paz y tranquilidad, bienestar pues. Y eso no se hace sólo, y tampoco lo hace un individuo, por muy presidente, por muy carismático y por muy popular que sea.

Dependerá, fundamentalmente, de ese 53% de votantes que lo llevó a Palacio Nacional, operar en los hechos, en los detalles, en las acciones a pequeña escala, contribuyendo al cambio. Por supuesto, las acciones presidenciales deberán ser imitables para que sean productivamente reproducibles.

Todos los reflectores le apuntan, con simpatía o desprecio. Él será el primer presidente a quien la gente le llame por su nombre de pila, ya sea por familiaridad o por irreverencia

La columna vertebral del plan de gobierno de Andrés Manuel, repetida hasta el cansancio, es el combate a la corrupción. Este fenómeno es como un litoral, se compone tanto de grandes acantilados, como de minúsculos granos de arena. Enormes desfalcos como los de los Duarte, Elba Esther, Romero Deschamps y otros tristemente célebres; de medio pelo como los de Rosario Robles y José Antonio Meade; o los cotidianos, de los que somos responsables usted y yo.

Hacer un catálogo de conductas identificables como corruptas haría de esta modesta columna una obra en varios volúmenes. En lugar de ello, trataré de elaborar una definición genérica, proponiendo un ejemplo.

La corrupción es descomposición, falta de armonía. Cada vez que satisfacemos una de nuestras necesidades, ignorando o peor aún, depreciando los intereses de nuestros semejantes, incurrimos en hechos de corrupción. Cuando las consecuencias de nuestras acciones, para otros, no ocupa consideración alguna de nuestra parte, abonamos a la corrupción.

Recientemente escuché a un padre quejarse de que en la escuela de su hijo, el aseo de las aulas correspondía a su usuarios, los niños, a pesar de contar con personal de limpieza. Para esta persona, el pequeño no tiene necesidad de hacerse responsable de la basura y la suciedad que produce.

Para él, el personal de limpieza debe servir a su hijo, no colaborar con él. La holgazanería de su pequeño se coloca por encima de la dignidad del trabajador. El infante crecerá convencido de que lo merece todo, y por encima de todos, como Javier Duarte. ¿Será deseable?


El futuro de los niños es hoy. Mañana siempre es tarde…

Gabriela Mistral


Para algunos, y sobre todo muchos de los adversarios del presidente electo, la jornada electoral no ha concluido. Siguen anunciando la llegada del anticristo, de las siete pestes y de muchas otras debacles. Y en este punto me surge la interrogante: ¿cuál es la prioridad?, ¿no es acaso México?

Mi respuesta es afirmativa: ¡claro!, la prioridad es México y los mexicanos, en su mayoría pobres. Esperamos mejores y más oportunidades, paz y tranquilidad, bienestar pues. Y eso no se hace sólo, y tampoco lo hace un individuo, por muy presidente, por muy carismático y por muy popular que sea.

Dependerá, fundamentalmente, de ese 53% de votantes que lo llevó a Palacio Nacional, operar en los hechos, en los detalles, en las acciones a pequeña escala, contribuyendo al cambio. Por supuesto, las acciones presidenciales deberán ser imitables para que sean productivamente reproducibles.

Todos los reflectores le apuntan, con simpatía o desprecio. Él será el primer presidente a quien la gente le llame por su nombre de pila, ya sea por familiaridad o por irreverencia

La columna vertebral del plan de gobierno de Andrés Manuel, repetida hasta el cansancio, es el combate a la corrupción. Este fenómeno es como un litoral, se compone tanto de grandes acantilados, como de minúsculos granos de arena. Enormes desfalcos como los de los Duarte, Elba Esther, Romero Deschamps y otros tristemente célebres; de medio pelo como los de Rosario Robles y José Antonio Meade; o los cotidianos, de los que somos responsables usted y yo.

Hacer un catálogo de conductas identificables como corruptas haría de esta modesta columna una obra en varios volúmenes. En lugar de ello, trataré de elaborar una definición genérica, proponiendo un ejemplo.

La corrupción es descomposición, falta de armonía. Cada vez que satisfacemos una de nuestras necesidades, ignorando o peor aún, depreciando los intereses de nuestros semejantes, incurrimos en hechos de corrupción. Cuando las consecuencias de nuestras acciones, para otros, no ocupa consideración alguna de nuestra parte, abonamos a la corrupción.

Recientemente escuché a un padre quejarse de que en la escuela de su hijo, el aseo de las aulas correspondía a su usuarios, los niños, a pesar de contar con personal de limpieza. Para esta persona, el pequeño no tiene necesidad de hacerse responsable de la basura y la suciedad que produce.

Para él, el personal de limpieza debe servir a su hijo, no colaborar con él. La holgazanería de su pequeño se coloca por encima de la dignidad del trabajador. El infante crecerá convencido de que lo merece todo, y por encima de todos, como Javier Duarte. ¿Será deseable?


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