/ martes 31 de marzo de 2020

La perfección en mármol... la Piedad de Miguel Ángel

El cuerpo de Cristo muerto corresponde al que es héroe y Dios a la vez, por tanto encarna la perfección absoluta

La imagen de la virgen sorprendió tanto en su época como ahora por su extrema juventud, un rostro de facciones finas y delicadas, casi adolescente, ante el que cabe preguntarse cómo es posible que una madre sea más joven que su propio hijo.

Esto corresponde a una explicación teológica. María por su condición de Inmaculada Concepción está libre de pecado y por tanto posee pureza eterna, físicamente incorrupta e inmune al paso del tiempo. Una idea que Miguel Ángel refuerza al hacer referencia a las palabras de Dante en el Paraíso: “Virgen madre, hija de tu hijo”, nuevamente donde la virginidad y maternidad no se contraponen sino que se subliman.

Llama la atención también la actitud serena del rostro de María, una madre que no se desmorona ante tamaña tragedia, cómo puede conseguir aunar en un gesto, confusión, dolor contenido y resignación, mientras mira el cuerpo del Hijo muerto.

Miguel Ángel consigue aunar en uno toda la angustia y serenidad posibles, como si ambas pudiesen ir unidas, y lo hace porque en estos años de su juventud pesaba todavía más la belleza neoplatónica renacentista que en la carga dramática que vendría después, y que fue constante en su obra.

Respecto al tratamiento del ropaje que envuelven a madre e hijo es todo un magistral alarde de pliegues finos y quebrados, todo un juego de claroscuros, tersuras y alisados que se suceden y retuercen como si su autor quisiera agotar todas las posibilidades en las que se pudiera ondular el mármol. En la parte superior son mucho más finos y pulidos mientras que la parte inferior se van haciendo gradualmente más potentes, una degradación que da estabilidad y majestad al conjunto.

-EL CUERPO DEL HOMBRE MÁS HERMOSO TALLADO-

El cuerpo de Cristo muerto corresponde al que es héroe y Dios a la vez, por tanto encarna la perfección absoluta. Por ello, nada altera el canon de belleza en sus proporciones, su rostro, su piel, de la que se ha eliminado hasta las heridas de la pasión.

Es la piel fina y tersa de un cuerpo que parece decirnos que no puede morir del todo, que es inmortal, así una total ausencia del rigor mortis, sobre todo en las piernas que muestran cierta flexibilidad. Un cuerpo tendido, desplomado, donde los brazos caen también pero que no parecen muertos del todo. Los músculos tratados con delicadeza en cada uno de sus relieves, donde Miguel Ángel se muestra equilibrado y contiene su lección de conocimientos de anatomía.

En cuanto al rostro de Cristo, varonil pero delicado, como suspendido en un sueño más que muerto, presenta un quinto incisivo que de acuerdo con el simbolismo religioso de la época era definido como ‘el diente de pecado’, un atributo que tienen los personajes negativos, pero que para su descubridor el historiador del arte Marco Bussagli, aquí es el símbolo de cómo Cristo, con su muerte, toma consigo, y asume, todos los pecados del mundo.

-ÚNICA OBRA FIRMADA POR MIGUEL ÁNGEL-

Dice Giorgio Vasari, en su obra “Las Vidas” de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos del siglo XV: “es ciertamente un milagro que un bloque de piedra sin forma haya podido quedar reducido a una perfección que la naturaleza apenas es capaz de crear en la carne”.

Tal fue la admiración que causó la obra que cuando la terminó y se la entregó a quién se la había encargado, el cardenal Jean Bilhères de Lagraulas, algunos pusieron en duda que un hombre tan joven hubiera sido el verdadero autor de una obra tan soberbia y comenzaron a atribuírsela a otro artista, un tal Gobbio de Milán.

Al enterarse Buonarroti, en uno de sus arranques de ira, se escondió en la iglesia donde se hallaba y grabó a cincel su nombre sobre el cinto que cruza el pecho de la Virgen, donde se lee: «Michael Angelus Bonarotus Florentinus Faciebat» (Lo hizo Miguel Ángel Buonarroti, el florentino), convirtiéndose en su única obra firmada.

-BANDINI, LA PIEDAD QUE DISEÑÓ PARA SU TUMBA-

Casi cincuenta años después de esculpir La Piedá, cuando contaba ya 72 años, Miguel Ángel esculpió la conocida como Piedad Florentina (1547), un conjunto de cuatro figuras de más de dos metros, en la que un poderoso Cristo de enormes brazos es recogido en su descendimiento por la Virgen y la Magdalena, mientas desde arriba un Nicodemo, al que Miguel Ángel da su rostro, intenta centrar tan estremecedora y complicada composición.

Nuevamente el biógrafo de los artistas del Renacimiento cuenta que Miguel Ángel quedó tan insatisfecho con el resultado de la obra que arremetió a martillazos, simplemente porque advirtiera alguna imperfección en el mármol. El resultado, una obra inacabada cuyo único rostro terminado -la Magdalena- fue realizado por uno de sus discípulos.

Tras desechar Miguel Ángel esta Piedad que había ideado para su propia sepultura en Roma, se la regaló a uno de sus discípulos Antonio Da Casteldurante, quién tras arreglarla acabó vendiéndosela al banquero Francesco Bandini, de ahí que sea conocida también como Piedá Bandini.

Toda una pena porque tras su muerte a los 89 años en Roma, Miguel Ángel fue trasladado unos meses después a Florencia, donde está enterrado en la Iglesia de la Santa Croce junto a otros ilustres florentinos ilustres, en una sepultura que pese a ser diseñada por Vasari, resulta poco expresiva para el genio que la ocupa.

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Esto corresponde a una explicación teológica. María por su condición de Inmaculada Concepción está libre de pecado y por tanto posee pureza eterna, físicamente incorrupta e inmune al paso del tiempo. Una idea que Miguel Ángel refuerza al hacer referencia a las palabras de Dante en el Paraíso: “Virgen madre, hija de tu hijo”, nuevamente donde la virginidad y maternidad no se contraponen sino que se subliman.

Llama la atención también la actitud serena del rostro de María, una madre que no se desmorona ante tamaña tragedia, cómo puede conseguir aunar en un gesto, confusión, dolor contenido y resignación, mientras mira el cuerpo del Hijo muerto.

Miguel Ángel consigue aunar en uno toda la angustia y serenidad posibles, como si ambas pudiesen ir unidas, y lo hace porque en estos años de su juventud pesaba todavía más la belleza neoplatónica renacentista que en la carga dramática que vendría después, y que fue constante en su obra.

Respecto al tratamiento del ropaje que envuelven a madre e hijo es todo un magistral alarde de pliegues finos y quebrados, todo un juego de claroscuros, tersuras y alisados que se suceden y retuercen como si su autor quisiera agotar todas las posibilidades en las que se pudiera ondular el mármol. En la parte superior son mucho más finos y pulidos mientras que la parte inferior se van haciendo gradualmente más potentes, una degradación que da estabilidad y majestad al conjunto.

-EL CUERPO DEL HOMBRE MÁS HERMOSO TALLADO-

El cuerpo de Cristo muerto corresponde al que es héroe y Dios a la vez, por tanto encarna la perfección absoluta. Por ello, nada altera el canon de belleza en sus proporciones, su rostro, su piel, de la que se ha eliminado hasta las heridas de la pasión.

Es la piel fina y tersa de un cuerpo que parece decirnos que no puede morir del todo, que es inmortal, así una total ausencia del rigor mortis, sobre todo en las piernas que muestran cierta flexibilidad. Un cuerpo tendido, desplomado, donde los brazos caen también pero que no parecen muertos del todo. Los músculos tratados con delicadeza en cada uno de sus relieves, donde Miguel Ángel se muestra equilibrado y contiene su lección de conocimientos de anatomía.

En cuanto al rostro de Cristo, varonil pero delicado, como suspendido en un sueño más que muerto, presenta un quinto incisivo que de acuerdo con el simbolismo religioso de la época era definido como ‘el diente de pecado’, un atributo que tienen los personajes negativos, pero que para su descubridor el historiador del arte Marco Bussagli, aquí es el símbolo de cómo Cristo, con su muerte, toma consigo, y asume, todos los pecados del mundo.

-ÚNICA OBRA FIRMADA POR MIGUEL ÁNGEL-

Dice Giorgio Vasari, en su obra “Las Vidas” de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos del siglo XV: “es ciertamente un milagro que un bloque de piedra sin forma haya podido quedar reducido a una perfección que la naturaleza apenas es capaz de crear en la carne”.

Tal fue la admiración que causó la obra que cuando la terminó y se la entregó a quién se la había encargado, el cardenal Jean Bilhères de Lagraulas, algunos pusieron en duda que un hombre tan joven hubiera sido el verdadero autor de una obra tan soberbia y comenzaron a atribuírsela a otro artista, un tal Gobbio de Milán.

Al enterarse Buonarroti, en uno de sus arranques de ira, se escondió en la iglesia donde se hallaba y grabó a cincel su nombre sobre el cinto que cruza el pecho de la Virgen, donde se lee: «Michael Angelus Bonarotus Florentinus Faciebat» (Lo hizo Miguel Ángel Buonarroti, el florentino), convirtiéndose en su única obra firmada.

-BANDINI, LA PIEDAD QUE DISEÑÓ PARA SU TUMBA-

Casi cincuenta años después de esculpir La Piedá, cuando contaba ya 72 años, Miguel Ángel esculpió la conocida como Piedad Florentina (1547), un conjunto de cuatro figuras de más de dos metros, en la que un poderoso Cristo de enormes brazos es recogido en su descendimiento por la Virgen y la Magdalena, mientas desde arriba un Nicodemo, al que Miguel Ángel da su rostro, intenta centrar tan estremecedora y complicada composición.

Nuevamente el biógrafo de los artistas del Renacimiento cuenta que Miguel Ángel quedó tan insatisfecho con el resultado de la obra que arremetió a martillazos, simplemente porque advirtiera alguna imperfección en el mármol. El resultado, una obra inacabada cuyo único rostro terminado -la Magdalena- fue realizado por uno de sus discípulos.

Tras desechar Miguel Ángel esta Piedad que había ideado para su propia sepultura en Roma, se la regaló a uno de sus discípulos Antonio Da Casteldurante, quién tras arreglarla acabó vendiéndosela al banquero Francesco Bandini, de ahí que sea conocida también como Piedá Bandini.

Toda una pena porque tras su muerte a los 89 años en Roma, Miguel Ángel fue trasladado unos meses después a Florencia, donde está enterrado en la Iglesia de la Santa Croce junto a otros ilustres florentinos ilustres, en una sepultura que pese a ser diseñada por Vasari, resulta poco expresiva para el genio que la ocupa.

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