/ martes 1 de enero de 2019

Roma: El emotivo homenaje de Cuarón a las mujeres montaña

Roma es también el dedo que señala el racismo mexicano

Mucho se ha hablado de Roma, la nueva obra de Alfonso Cuarón, tanto que ya se perfila como una de las nominadas al Óscar como Mejor Película Extranjera, lo que sí podemos decir de ésta es que es una pieza muy personal y significativa del director mexicano, una historia muy íntima y un sentido homenaje a las mujeres que lo criaron: Libo Rodríguez, su nana, representada por el personaje de Cleo, la sirvienta indígena y silenciosa que mantiene funcionando a la familia clasemediera de la que forma parte.


Cleo es el corazón que late a lo largo de la historia, a través de sus ojos atestiguamos los avatares de la madre, una mujer atrapada en los silencios y ausencias del marido, es Cleo el hilo conductor que nos va guiando hacia los estereotipos de masculinidad de la sociedad mexicana: los hombres de clase media, ausentes por el trabajo, que dejan tras de sí hijos sin ninguna culpa, que se preocupan más por autos y libreros, hombres que juegan a ser vaqueros con pistolas, que dejan a las sirvientas el trabajo de cuidar a los hijos, de darles afecto, y sí, también están los figurines políticos (hay propaganda política por todas lados: LEA, Luis Echeverría Álvarez, PRI) su contraparte, los hombres de abajo, los que no tienen nada y sueñan con ser alguien, los halcones, la carne de cañón, los que desgarran a la mujer y desaparecen, los hombres, en ambos extremos representan violencia.

Roma es también el dedo que señala el racismo mexicano, las mujeres pobres e indígenas, doble estigma, nacen para ser gatas, (mejor nacer muerta que heredar la condición de sirvienta), pero en la sociedad mexicana está tan enraizada esta tradición clasista, la forma correcta de no decirnos racistas, que parece normal que sean las indígenas quiénes nos sirvan, en silencio y abnegación, ilimitadamente, sirven, sin resistirse a su condición, dan afecto a los hijos ajenos, les cantan nanas en sus lenguas originales, sin embargo comparten algo con el resto de las mexicanas: estamos solas, siempre estamos solas, solas parimos hijos y los criamos, solas lloramos y solas nos sostenemos las unas a las otras, como una cordillera de montañas, bajo nuestras faldas florece la vida, o se consume, y solas resistimos las embestidas del mar y con determinación avanzamos, con miedo pero sin abandonar la esperanza.

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Cleo es el corazón que late a lo largo de la historia, a través de sus ojos atestiguamos los avatares de la madre, una mujer atrapada en los silencios y ausencias del marido, es Cleo el hilo conductor que nos va guiando hacia los estereotipos de masculinidad de la sociedad mexicana: los hombres de clase media, ausentes por el trabajo, que dejan tras de sí hijos sin ninguna culpa, que se preocupan más por autos y libreros, hombres que juegan a ser vaqueros con pistolas, que dejan a las sirvientas el trabajo de cuidar a los hijos, de darles afecto, y sí, también están los figurines políticos (hay propaganda política por todas lados: LEA, Luis Echeverría Álvarez, PRI) su contraparte, los hombres de abajo, los que no tienen nada y sueñan con ser alguien, los halcones, la carne de cañón, los que desgarran a la mujer y desaparecen, los hombres, en ambos extremos representan violencia.

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