/ sábado 6 de octubre de 2018

La supervivencia es una ocupación muy absorbente

El escritor platica sobre su labor como cuentista y novelista la cual le ha dado prestigio internacional

Antonio Ortuño nació en Zapopan, Jalisco, en 1976. Es quizá uno de los cuentistas y novelistas mexicanos con más eco a nivel internacional. Desde joven se entusiasmó con el efecto cultural que deja la lectura y desde entonces comenzó a experimentar con las letras y el lenguaje. Busca en cada uno de sus proyectos literarios dejar ventanas y puertas abiertas que faciliten un diálogo con el lector; sus relatos y narraciones están escritos con un estilo fluido y natural que obsequia al lector la oportunidad de conocer al propio autor mediante cada uno de los personajes que encarnan sus obras.

¿Cuál es el mayor reto que tienes como cuentista?

Los cuentos tienen una curiosa suerte con los lectores. Muchos le conceden una paciencia mayor a las novelas y se impacientan con los relatos. Un libro de cuentos es un reto, porque no hay, en general, valor acumulativo, como en una novela. Con cada cuento empiezas de cero, hay que volver a aprender, hay que asomar a otro mundo. Una novela da muchos asideros. El reto, me parece, es doble: escribir con el mismo rigor y la misma libertad de un novelista pero establecer formas de tensión narrativa que no avienten a los lectores de un libro de relatos.

Por muchos años las grandes editoriales se olvidaron del cuento, preferían publicar novela y demás géneros. Ahora vemos un auge de lecturas y publicaciones de cuento.

¿Cómo es que se da esta “resurrección”, por así mencionarlo, del cuento?

El cuento en español no se eclipsó: algunos grupos editoriales se olvidaron del género, porque abundan los sacacifras y menudean los editores de verdad. Pero muchas independientes (a la cabeza de ellas Páginas de Espuma, en España, pero también otras) han dado un lugar al cuento para figurar y evolucionar. El “apagón” del cuento fue un 'cuento', justamente, de los grupos editoriales. Literariamente nunca hubo tal cosa.

¿Cómo nació en ti el impulso de ser escritor?

Fui lector desde muy joven. Crecí en una familia de lectores, en la que se hablaba en la mesa de lo que cada cual leía en ese momento, en la que se discutía sobre libros y autores. La literatura nunca me pareció una ocupación remota, ni olímpica. Fue siempre una forma de entretenimiento, de aprendizaje, una forma de estar en la vida, pues. En ese entorno supongo que fue bastante normal que me interesara por escribir. Otra cosa es la idea de 'ser escritor', que es algo que incluso ahora mismo no sé si quiero. Trato de escribir lo que se me ocurre de la mejor forma que puedo, pero me dan risa los que viven sintiéndose escritores todo el tiempo, hasta cuando salen a la cremería. Vivimos tantos cambios en el mundo a través del tiempo. Algunos naturales, otros no. El estrés, la ansiedad, los miedos, las deudas, hacen que vivamos de prisa, olvidándonos muchas veces de nuestra propia felicidad, haciendo de ella una vaga ambición. Algo muy humano desde siempre, ¿suscribes? La primera urgencia de una persona es sobrevivir. No hay más. Si no tienes recursos que te permitan estar ocioso no te queda más remedio, a menos que elijas los deleites de la indigencia… Y la supervivencia es una ocupación muy absorbente. Me resulta ridículo burlarme de que la gente trabaje todo el día y no tenga tiempo ni ganas de más que perderse en la televisión. Todo el que rompa con ese ciclo horrendo lo hace solo porque tiene una herencia que se lo permite o porque se esfuerza desmesuradamente para conseguirse un espacio propio o manera de reflexionar, respirar, leer, escribir.

Son cuentos narrados por un solo personaje. ¿Es válido para el lector?

El lector, me parece, no piensa en términos de género literario o de tendencias o escuelas, sino que entra al texto a ver qué hay, qué le ofrecen, en busca de una voz que lo interpele y lo haga quedarse. Si no la encuentra, pues se aburre y se va. La vaga ambición no es una autobiografía, desde luego, porque yo no soy Murray, pero sí que juega con la experiencia, porque uno escribe con una energía distinta sobre lo que conoce a fondo que sobre lo que estudia para escribir de ello.

¿Algún cuento que puedas considerar como el más memorable en tu vida?

Todos han sido interesantes y divertidos en alguna medida. Si no, pues los abandono.

Tu palabra favorita…

Siempre me ha gustado “espada”. Pero la que más uso, sin duda, es “no”.

Antonio Ortuño nació en Zapopan, Jalisco, en 1976. Es quizá uno de los cuentistas y novelistas mexicanos con más eco a nivel internacional. Desde joven se entusiasmó con el efecto cultural que deja la lectura y desde entonces comenzó a experimentar con las letras y el lenguaje. Busca en cada uno de sus proyectos literarios dejar ventanas y puertas abiertas que faciliten un diálogo con el lector; sus relatos y narraciones están escritos con un estilo fluido y natural que obsequia al lector la oportunidad de conocer al propio autor mediante cada uno de los personajes que encarnan sus obras.

¿Cuál es el mayor reto que tienes como cuentista?

Los cuentos tienen una curiosa suerte con los lectores. Muchos le conceden una paciencia mayor a las novelas y se impacientan con los relatos. Un libro de cuentos es un reto, porque no hay, en general, valor acumulativo, como en una novela. Con cada cuento empiezas de cero, hay que volver a aprender, hay que asomar a otro mundo. Una novela da muchos asideros. El reto, me parece, es doble: escribir con el mismo rigor y la misma libertad de un novelista pero establecer formas de tensión narrativa que no avienten a los lectores de un libro de relatos.

Por muchos años las grandes editoriales se olvidaron del cuento, preferían publicar novela y demás géneros. Ahora vemos un auge de lecturas y publicaciones de cuento.

¿Cómo es que se da esta “resurrección”, por así mencionarlo, del cuento?

El cuento en español no se eclipsó: algunos grupos editoriales se olvidaron del género, porque abundan los sacacifras y menudean los editores de verdad. Pero muchas independientes (a la cabeza de ellas Páginas de Espuma, en España, pero también otras) han dado un lugar al cuento para figurar y evolucionar. El “apagón” del cuento fue un 'cuento', justamente, de los grupos editoriales. Literariamente nunca hubo tal cosa.

¿Cómo nació en ti el impulso de ser escritor?

Fui lector desde muy joven. Crecí en una familia de lectores, en la que se hablaba en la mesa de lo que cada cual leía en ese momento, en la que se discutía sobre libros y autores. La literatura nunca me pareció una ocupación remota, ni olímpica. Fue siempre una forma de entretenimiento, de aprendizaje, una forma de estar en la vida, pues. En ese entorno supongo que fue bastante normal que me interesara por escribir. Otra cosa es la idea de 'ser escritor', que es algo que incluso ahora mismo no sé si quiero. Trato de escribir lo que se me ocurre de la mejor forma que puedo, pero me dan risa los que viven sintiéndose escritores todo el tiempo, hasta cuando salen a la cremería. Vivimos tantos cambios en el mundo a través del tiempo. Algunos naturales, otros no. El estrés, la ansiedad, los miedos, las deudas, hacen que vivamos de prisa, olvidándonos muchas veces de nuestra propia felicidad, haciendo de ella una vaga ambición. Algo muy humano desde siempre, ¿suscribes? La primera urgencia de una persona es sobrevivir. No hay más. Si no tienes recursos que te permitan estar ocioso no te queda más remedio, a menos que elijas los deleites de la indigencia… Y la supervivencia es una ocupación muy absorbente. Me resulta ridículo burlarme de que la gente trabaje todo el día y no tenga tiempo ni ganas de más que perderse en la televisión. Todo el que rompa con ese ciclo horrendo lo hace solo porque tiene una herencia que se lo permite o porque se esfuerza desmesuradamente para conseguirse un espacio propio o manera de reflexionar, respirar, leer, escribir.

Son cuentos narrados por un solo personaje. ¿Es válido para el lector?

El lector, me parece, no piensa en términos de género literario o de tendencias o escuelas, sino que entra al texto a ver qué hay, qué le ofrecen, en busca de una voz que lo interpele y lo haga quedarse. Si no la encuentra, pues se aburre y se va. La vaga ambición no es una autobiografía, desde luego, porque yo no soy Murray, pero sí que juega con la experiencia, porque uno escribe con una energía distinta sobre lo que conoce a fondo que sobre lo que estudia para escribir de ello.

¿Algún cuento que puedas considerar como el más memorable en tu vida?

Todos han sido interesantes y divertidos en alguna medida. Si no, pues los abandono.

Tu palabra favorita…

Siempre me ha gustado “espada”. Pero la que más uso, sin duda, es “no”.

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