/ sábado 13 de abril de 2024

Crónica del poder / Las campañas deben promover participación y confianza ciudadana

Hasta el momento y cuando solo restan 6 semanas de campañas electorales en lo federal y local, estas jornadas que esencialmente debieran ser por la conquista del voto ciudadano, nomás no salen de la penumbra, los efectos del eclipse se mantienen para aplicar opacidad, irrelevancia, insignificantes, salvo 2 o 3 excepciones de candidatos que reflejan elevado nivel de competitividad y discursos de convencimiento sembradores de conciencia y responsabilidad ciudadanas, amén de exponer, discutir y analizar la grave y crónica problemática estatal que se convierta en demandas y reclamos sociales y comunitarios.

El grito triunfalista anticipado permanece en el hegemónico, Morena, como en el pasado y el viejo PRI, que "ya ganaron de todas todas" el carro completo o que han alcanzado el cumplimiento del Plan C, las mayorías absolutas en las Cámaras de Senadores y de Diputados, tras el objetivo medular de la aprobación de las 20 propuestas constitucionales del Presidente Andrés Manuel López Obrador, que sería el máximo objetivo del movimiento de la transformación, mientras las distancias entre las dos fuerzas políticas continúan abismales a través de la sistemática estrategia de las encuestas con otros datos poco creíbles y nada confiables.

Es el escenario que a partir del debate presidencial se hace aparecer, lo que implica reconocer que el impacto ha sido nulo entre la ciudadanía y el evento tan criticado como esquema y diseño inadecuados e ineficaces, solo acrecentó complejidad, confusión, contradicciones y conflictividad entre partidos y actores principales, para generar una atmósfera donde la promoción es por el desinterés, la indiferencia, el abstencionismo y la indecisión, sobre todo entre los jóvenes, el sector ciudadano considerado clave para consolidar una contundente victoria electoral que verdaderamente impulse los cambios que la emergencia social exige para alcanzar la normalidad.

Estos defectos en el proceso democrático electoral reducen la intencionalidad ciudadana por el sufragio, lo que es interpretado como escaso impacto de las campañas, porque los partidos políticos y sus candidatos no salen del tradicionalismo en sus estrategias, comportamientos tan gastados que por sexenios y trienios han hartado a la población, métodos o prácticas que ya no motivan a la participación ciudadana ante las urnas, inacciones que más propician las injerencias desde el poder y que los organismos electorales no logran regular ni contener.

Por lo visto, tampoco hay cauce a una convivencia civilizada en la contienda, han renacido, se multiplican y extienden las descalificaciones y ofensivas entre candidatos para protagonizar una guerra sucia que en nada abona a la cultura política y democrática del respeto entre los adversarios y tal parece que no hay voluntad política desde la autoridad electoral y menos desde el poder gubernamental, para poner límite a los excesos que impiden la justicia electoral y que manchan el proceso para que desemboquen en el conflicto poselectoral y los litigios políticos que contribuyen a la producción de efectos de confusión que pueden poner en entredicho, en duda o sospechosismo las cualidades de equidad, transparencia, imparcialidad y legitimidad del proceso y sus resultados. Urgen campañas generadoras de confianza.

Hasta el momento y cuando solo restan 6 semanas de campañas electorales en lo federal y local, estas jornadas que esencialmente debieran ser por la conquista del voto ciudadano, nomás no salen de la penumbra, los efectos del eclipse se mantienen para aplicar opacidad, irrelevancia, insignificantes, salvo 2 o 3 excepciones de candidatos que reflejan elevado nivel de competitividad y discursos de convencimiento sembradores de conciencia y responsabilidad ciudadanas, amén de exponer, discutir y analizar la grave y crónica problemática estatal que se convierta en demandas y reclamos sociales y comunitarios.

El grito triunfalista anticipado permanece en el hegemónico, Morena, como en el pasado y el viejo PRI, que "ya ganaron de todas todas" el carro completo o que han alcanzado el cumplimiento del Plan C, las mayorías absolutas en las Cámaras de Senadores y de Diputados, tras el objetivo medular de la aprobación de las 20 propuestas constitucionales del Presidente Andrés Manuel López Obrador, que sería el máximo objetivo del movimiento de la transformación, mientras las distancias entre las dos fuerzas políticas continúan abismales a través de la sistemática estrategia de las encuestas con otros datos poco creíbles y nada confiables.

Es el escenario que a partir del debate presidencial se hace aparecer, lo que implica reconocer que el impacto ha sido nulo entre la ciudadanía y el evento tan criticado como esquema y diseño inadecuados e ineficaces, solo acrecentó complejidad, confusión, contradicciones y conflictividad entre partidos y actores principales, para generar una atmósfera donde la promoción es por el desinterés, la indiferencia, el abstencionismo y la indecisión, sobre todo entre los jóvenes, el sector ciudadano considerado clave para consolidar una contundente victoria electoral que verdaderamente impulse los cambios que la emergencia social exige para alcanzar la normalidad.

Estos defectos en el proceso democrático electoral reducen la intencionalidad ciudadana por el sufragio, lo que es interpretado como escaso impacto de las campañas, porque los partidos políticos y sus candidatos no salen del tradicionalismo en sus estrategias, comportamientos tan gastados que por sexenios y trienios han hartado a la población, métodos o prácticas que ya no motivan a la participación ciudadana ante las urnas, inacciones que más propician las injerencias desde el poder y que los organismos electorales no logran regular ni contener.

Por lo visto, tampoco hay cauce a una convivencia civilizada en la contienda, han renacido, se multiplican y extienden las descalificaciones y ofensivas entre candidatos para protagonizar una guerra sucia que en nada abona a la cultura política y democrática del respeto entre los adversarios y tal parece que no hay voluntad política desde la autoridad electoral y menos desde el poder gubernamental, para poner límite a los excesos que impiden la justicia electoral y que manchan el proceso para que desemboquen en el conflicto poselectoral y los litigios políticos que contribuyen a la producción de efectos de confusión que pueden poner en entredicho, en duda o sospechosismo las cualidades de equidad, transparencia, imparcialidad y legitimidad del proceso y sus resultados. Urgen campañas generadoras de confianza.