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Esta historia se la contó mi abuelo Renato a mi mamá Celestina. Ocurrió en una hacienda en el pueblo de Ixmiquilpan, en el estado de Hidalgo, en la región central de México.
Todo comenzó en una noche cuando se escucharon muchos gritos y alardeos de la gente, mi abuelo salió para ver de qué se trataba, toda la gente corría para esconderse.
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— ¡Corran, corran! ¡Que viene por nosotros, es un demonio!
Mi abuelo, sin saber qué era en realidad, se puso una torunda en la espalda, tomó su machete, camino hacia el sembradío, la siembra estaba completamente calcinada. Su amigo lo alcanzó.
— ¡Joaquín, espera qué vas a hacer, no te acerques que el demonio ha desatado su furia!
— ¿Alguien lo ha visto? ¿Saben cómo es?
Toda esa noche el ambiente estuvo tenso, todos los habitantes del pueblo de Ixmiquilpan tenían pánico, menos mi abuelo. De repente, se escuchó un trueno en los sembradíos, mi abuelo tomó nuevamente su machete y regresó a los pastizales, no se veía nada.
Un ruido fuerte le lastimó los oídos, caminó hacia los sembradíos y estando ahí, gritó:
—¡Demonio déjate ver, no dejaré que quemes mi cosecha!
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Mi abuelo y un amigo que lo acompañaba lo buscaron por los alrededores, pero no lo encontraron. Regresaron al sembradío. Iban caminando cuando vieron dos bolas de fuego que se acercaban hacia ellos, se separaron para esquivarlas.
Mi abuelo quedó retirado de donde cayó su amigo. Entonces vio que tenían de frente al extraño ser, al ver a la bestia quedó impactado por la forma, se veía extremadamente grande, el animal se paró sobre sus dos patas traseras, tenía unas pequeñas alas debajo de las otras patas delanteras, que le servían de brazos. Tenía la piel obscura, los ojos grandes y rojos.
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Mi abuelo, muy valiente desenfundó su machete y se enfrentó a ese ser, éste abrió la boca, de donde salió una luz brillante que se convertía en fuego cada vez que la dirigía hacia mi abuelo, logró esquivar las llamas en forma de bola de fuego; en ese momento comenzaba a amanecer, fue entonces cuando el demonio emprendió el vuelo, jamás regresó.
Nadie más volvió a saber lo que acechó al pueblo esa noche.
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