/ lunes 27 de mayo de 2024

Anarquistas a votar

Anarquismo, una corriente política y filosófica que defiende la abolición del Estado y la autoridad. Los anarquistas promueven una forma de organización social que prescinde del control gubernamental. Aunque el anarquismo no es específicamente un concepto aplicado al sistema político electoral, su esencia subraya la idea de descentralización del poder y la búsqueda de una sociedad sin jerarquías.

Hasta hace menos de tres lustros, el país estaba caracterizado por un sistema de partido hegemónico, donde el Partido Revolucionario Institucional (PRI) dominaba la mayoría de los cargos, incluida la Presidencia de la República. Sin embargo, una serie de reformas electorales transformaron este escenario, edificando un sistema de partidos más competitivo y un sistema electoral relativamente confiable. Estas reformas permitieron la alternancia y la posibilidad real de que otros institutos políticos obtuvieran triunfos suficientes para ser un contrapeso efectivo.

Aunque la doctrina de la anarquía no se aplica directamente al sistema político electoral actual, su énfasis en la autogestión y la abolición del Estado comparte ciertas similitudes con los cambios que muchos quieren que se establezcan en México.

Desde hace tiempo he tenido la ligera y fundada sospecha de que algunas de mis posiciones en el ámbito político electoral caen en el anarquismo inconsciente, pues, valga decirlo, sin saberlo, habría intuido que las elecciones sólo sirven para elegir al mentecato, mentecata, mentecatos o mentecatas, por aquello de la igualdad de género, que nos habrá de gobernar por un determinado período, y que, si este intento de ser contemplativo que resulte vencedor en la contienda se pone listo, se puede perpetuar por varios años, lustros o décadas, a través de si mismo o por interpósita persona, es decir, sea de viva voz y de cuerpo presente, seguir dictando sus directrices y defendiendo sus particularísimos intereses, o bien, colocando un incondicional en su lugar, sea este hijo, pariente, etcétera, que haga lo propio en su nombre, cual devoto mandatario.

Esto ha sucedido a través de los siglos de los siglos, en todos los lugares y en todas las culturas, pues es consubstancial al humano esa maldita ansia de poder, a tal grado, sabrá el atentísimo lector, que muchos políticos prefieren poseer poder que dinero, amor o salud, aunque, habrá que decirlo, casi todos estos conceptos van juntos e interrelacionados por esa substancialidad propia del homo sapiens, y que, cuando ese poderdante cae en desgracia, es decir, pierde ese dominio sobre los demás, lo más seguro es que caiga en una insalvable depresión existencial que, en más de los casos, lo puede llevar directo al Hades.

No obstante todo lo anotado, firmemente considero que nuestro país se encuentra en una encrucijada histórica donde se definirá un derrotero trascendente en el futuro de varias generaciones, por la incompatibilidad de los proyectos en disputa, luego si no vamos a votar no nos querellemos luego cual iletrados abogadetes que pierden una causa.

Anarquismo, una corriente política y filosófica que defiende la abolición del Estado y la autoridad. Los anarquistas promueven una forma de organización social que prescinde del control gubernamental. Aunque el anarquismo no es específicamente un concepto aplicado al sistema político electoral, su esencia subraya la idea de descentralización del poder y la búsqueda de una sociedad sin jerarquías.

Hasta hace menos de tres lustros, el país estaba caracterizado por un sistema de partido hegemónico, donde el Partido Revolucionario Institucional (PRI) dominaba la mayoría de los cargos, incluida la Presidencia de la República. Sin embargo, una serie de reformas electorales transformaron este escenario, edificando un sistema de partidos más competitivo y un sistema electoral relativamente confiable. Estas reformas permitieron la alternancia y la posibilidad real de que otros institutos políticos obtuvieran triunfos suficientes para ser un contrapeso efectivo.

Aunque la doctrina de la anarquía no se aplica directamente al sistema político electoral actual, su énfasis en la autogestión y la abolición del Estado comparte ciertas similitudes con los cambios que muchos quieren que se establezcan en México.

Desde hace tiempo he tenido la ligera y fundada sospecha de que algunas de mis posiciones en el ámbito político electoral caen en el anarquismo inconsciente, pues, valga decirlo, sin saberlo, habría intuido que las elecciones sólo sirven para elegir al mentecato, mentecata, mentecatos o mentecatas, por aquello de la igualdad de género, que nos habrá de gobernar por un determinado período, y que, si este intento de ser contemplativo que resulte vencedor en la contienda se pone listo, se puede perpetuar por varios años, lustros o décadas, a través de si mismo o por interpósita persona, es decir, sea de viva voz y de cuerpo presente, seguir dictando sus directrices y defendiendo sus particularísimos intereses, o bien, colocando un incondicional en su lugar, sea este hijo, pariente, etcétera, que haga lo propio en su nombre, cual devoto mandatario.

Esto ha sucedido a través de los siglos de los siglos, en todos los lugares y en todas las culturas, pues es consubstancial al humano esa maldita ansia de poder, a tal grado, sabrá el atentísimo lector, que muchos políticos prefieren poseer poder que dinero, amor o salud, aunque, habrá que decirlo, casi todos estos conceptos van juntos e interrelacionados por esa substancialidad propia del homo sapiens, y que, cuando ese poderdante cae en desgracia, es decir, pierde ese dominio sobre los demás, lo más seguro es que caiga en una insalvable depresión existencial que, en más de los casos, lo puede llevar directo al Hades.

No obstante todo lo anotado, firmemente considero que nuestro país se encuentra en una encrucijada histórica donde se definirá un derrotero trascendente en el futuro de varias generaciones, por la incompatibilidad de los proyectos en disputa, luego si no vamos a votar no nos querellemos luego cual iletrados abogadetes que pierden una causa.