/ martes 26 de abril de 2022

[Cofre de Leyendas]│Mundaca, el pirata que murió de amor

Mundaca llegó de España a Isla Mujeres, donde perdió la razón por una bella mujer que nunca le correspondió

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Los piratas no sólo existen en películas o cuentos de nuestra infancia, Isla Mujeres también tiene el suyo; su nombre era Fermín Mundaca y dicen que murió de amor.

Nació en España el 11 de octubre de 1825, pero fue en 1854 cuando Fermín Antonio Mundaca y Marecheaga llegó del Viejo Mundo a las costas de Isla Mujeres.

Cuando llegó a Quintana Roo, Mundaca ya era un notable Piloto de la Mar y Arquitecto amparado bajo el cargo de Agente Comercial de Cuba en Isla Mujeres, sin embargo, esto sólo era una fachada para tapar sus verdaderos negocios: tráfico de esclavos y contrabando.

El negocio de los esclavos le resultó lucrativo y a sus 29 años ya era una persona con dinero suficiente para darse varios lujos, excepto el de tener una mente tranquila; pues según relatan los lugareños, Mundaca llegó a Isla Mujeres huyendo de un “crimen inconfesable” que nunca reveló.

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A pesar de la culpa, Mundaca continuó con sus negocios de venta de esclavos y contrabando de mercancía de barcos ajenos; durante su vida gastó su fortuna en construir nuevas residencias a donde se mudaba a su antojo, pero su joya fue la hacienda Vista Alegre en Isla Mujeres.

Parecía que a Mundaca no le faltaba nada, tenía respeto y propiedades a su antojo; todo para envejecer tranquilo hasta que conoció a La Trigueña; una mujer dueña de una belleza increíble.

Mundaca intentó de todo para enamorarla: regalos, sonatas, cartas, joyas y si hubiera podido darle la luna, seguro que se la entregaba; incluso mandó construir a la entrada de su hacienda un arco que llamó “La Entrada de La Trigueña”, pero ella nunca caminó por ahí.

La Trigueña jamás aceptó el amor de Mundaca y se casó con un lugareño de su edad, con quien envejeció hasta su muerte.

Mundaca, preso del amor, comenzó a perder la cordura a tal grado que empezó a tallar su propia tumba; decorándola con una calavera para recordar sus días de contrabando y piratería; no sin olvidarse de su gran amor, para quien escribió en la piedra: “Como eres fui, como soy serás.”

Sin embargo los restos de Mundaca nunca descansaron bajo su tumba, pues preso de su locura abandonó su hacienda y tras varios días de peregrinar fue visto por última vez en Mérida, Yucatán.

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Cuando llegó a Quintana Roo, Mundaca ya era un notable Piloto de la Mar y Arquitecto amparado bajo el cargo de Agente Comercial de Cuba en Isla Mujeres, sin embargo, esto sólo era una fachada para tapar sus verdaderos negocios: tráfico de esclavos y contrabando.

El negocio de los esclavos le resultó lucrativo y a sus 29 años ya era una persona con dinero suficiente para darse varios lujos, excepto el de tener una mente tranquila; pues según relatan los lugareños, Mundaca llegó a Isla Mujeres huyendo de un “crimen inconfesable” que nunca reveló.

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A pesar de la culpa, Mundaca continuó con sus negocios de venta de esclavos y contrabando de mercancía de barcos ajenos; durante su vida gastó su fortuna en construir nuevas residencias a donde se mudaba a su antojo, pero su joya fue la hacienda Vista Alegre en Isla Mujeres.

Parecía que a Mundaca no le faltaba nada, tenía respeto y propiedades a su antojo; todo para envejecer tranquilo hasta que conoció a La Trigueña; una mujer dueña de una belleza increíble.

Mundaca intentó de todo para enamorarla: regalos, sonatas, cartas, joyas y si hubiera podido darle la luna, seguro que se la entregaba; incluso mandó construir a la entrada de su hacienda un arco que llamó “La Entrada de La Trigueña”, pero ella nunca caminó por ahí.

La Trigueña jamás aceptó el amor de Mundaca y se casó con un lugareño de su edad, con quien envejeció hasta su muerte.

Mundaca, preso del amor, comenzó a perder la cordura a tal grado que empezó a tallar su propia tumba; decorándola con una calavera para recordar sus días de contrabando y piratería; no sin olvidarse de su gran amor, para quien escribió en la piedra: “Como eres fui, como soy serás.”

Sin embargo los restos de Mundaca nunca descansaron bajo su tumba, pues preso de su locura abandonó su hacienda y tras varios días de peregrinar fue visto por última vez en Mérida, Yucatán.

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