/ sábado 1 de diciembre de 2018

Ciencia, tecnología e innovación, el camino a la cuarta transformación I

Este sábado los reflectores estarán enfocados en la toma de posesión del nuevo presidente, un evento trascendente en la vida de nuestro país. Pero lo fundamental, más allá de los protocolos y ceremonias, es el plan de gobierno que estará vigente durante los próximos seis años.

López Obrador ha tomado como bandera la llamada cuarta transformación, haciendo eco de las otras tres grandes coyunturas en la historia de México: la Independencia, la Revolución y la Reforma.

Como mexicano estoy convencido de que todos –empresarios, políticos, académicos y sociedad civil– queremos lo mejor para nuestro país. La historia y la propia vida nos enseñan que el cambio es inevitable; la verdadera pregunta no es si queremos transformarnos, sino cómo hacerlo en beneficio de todos.

En esta columna sostenemos que una cuarta transformación social debe ir acompañada de una agenda fuerte en Ciencia, Tecnología e Innovación (CTI), acorde a la cuarta revolución industrial que experimentamos a nivel global. La primera revolución consistió en la máquina de vapor; la segunda, en cadenas de montaje e hidrocarburos; la tercera, en electrónica e información.

Esta cuarta revolución industrial se basa en dos pilares fundamentales para garantizar el crecimiento de nuestro país en las próximas décadas: la Industria 4.0 que consiste en la automatización e interconexión de todos los procesos productivos, y una nueva economía del conocimiento que privilegia la formación de capital humano.

Por ejemplo, México es la octava potencia en manufactura, pero sólo ocupa el lugar 46 en el Índice Global de Competitividad. Esta diferencia se explica porque en la Industria 4.0 ya no basta con una manufactura fuerte para ser un líder; ahora se necesita fomentar el uso y la creación de nuevas tecnologías que permitan tener una industria eficiente y ecológica, así como productos y servicios de alto valor agregado.

En cuanto a la economía del conocimiento, basta con señalar que el propio Banco Mundial anunció una nueva forma para medir la riqueza de los países, ya no mediante aspectos monetarios, sino con el Índice de Capital Humano. México es la quinceava economía del mundo en PIB total, pero en este nuevo parámetro apenas alcanza el lugar 64.

Además, de acuerdo a Conacyt, México cuenta con un acervo de 16 millones de habitantes capacitados para ejercer una actividad científica o tecnológica, de los cuales sólo se encuentran en activo 6.2 millones. Esto significa que casi 10 millones de ciudadanos preparados están desocupados o no ejercen una actividad afín a sus estudios.

La conclusión es clara: una cuarta transformación social requiere una inversión productiva en un ecosistema sólido de CTI, no sólo en el discurso, sino también en la partida presupuestal, para aprovechar este enorme capital humano con empleos acordes a su talento, acelerando así el desarrollo de México.


Este sábado los reflectores estarán enfocados en la toma de posesión del nuevo presidente, un evento trascendente en la vida de nuestro país. Pero lo fundamental, más allá de los protocolos y ceremonias, es el plan de gobierno que estará vigente durante los próximos seis años.

López Obrador ha tomado como bandera la llamada cuarta transformación, haciendo eco de las otras tres grandes coyunturas en la historia de México: la Independencia, la Revolución y la Reforma.

Como mexicano estoy convencido de que todos –empresarios, políticos, académicos y sociedad civil– queremos lo mejor para nuestro país. La historia y la propia vida nos enseñan que el cambio es inevitable; la verdadera pregunta no es si queremos transformarnos, sino cómo hacerlo en beneficio de todos.

En esta columna sostenemos que una cuarta transformación social debe ir acompañada de una agenda fuerte en Ciencia, Tecnología e Innovación (CTI), acorde a la cuarta revolución industrial que experimentamos a nivel global. La primera revolución consistió en la máquina de vapor; la segunda, en cadenas de montaje e hidrocarburos; la tercera, en electrónica e información.

Esta cuarta revolución industrial se basa en dos pilares fundamentales para garantizar el crecimiento de nuestro país en las próximas décadas: la Industria 4.0 que consiste en la automatización e interconexión de todos los procesos productivos, y una nueva economía del conocimiento que privilegia la formación de capital humano.

Por ejemplo, México es la octava potencia en manufactura, pero sólo ocupa el lugar 46 en el Índice Global de Competitividad. Esta diferencia se explica porque en la Industria 4.0 ya no basta con una manufactura fuerte para ser un líder; ahora se necesita fomentar el uso y la creación de nuevas tecnologías que permitan tener una industria eficiente y ecológica, así como productos y servicios de alto valor agregado.

En cuanto a la economía del conocimiento, basta con señalar que el propio Banco Mundial anunció una nueva forma para medir la riqueza de los países, ya no mediante aspectos monetarios, sino con el Índice de Capital Humano. México es la quinceava economía del mundo en PIB total, pero en este nuevo parámetro apenas alcanza el lugar 64.

Además, de acuerdo a Conacyt, México cuenta con un acervo de 16 millones de habitantes capacitados para ejercer una actividad científica o tecnológica, de los cuales sólo se encuentran en activo 6.2 millones. Esto significa que casi 10 millones de ciudadanos preparados están desocupados o no ejercen una actividad afín a sus estudios.

La conclusión es clara: una cuarta transformación social requiere una inversión productiva en un ecosistema sólido de CTI, no sólo en el discurso, sino también en la partida presupuestal, para aprovechar este enorme capital humano con empleos acordes a su talento, acelerando así el desarrollo de México.