En los últimos días hemos sido testigos de una dinámica electoral intensa y compleja en México. Claudia Sheinbaum mantiene el liderato en las encuestas sin incrementos significativos, mientras que la disputa entre Xóchitl y Máynez se agudiza en el discurso, porque en los números aún no es visible, con ambos candidatos instando al otro a declinar en su favor para “unificar” fuerzas y mejorar sus posibilidades en la contienda electoral.
Las alianzas partidistas siempre han sido un tema controversial en nuestro país. Su naturaleza frecuentemente pragmática, más que ideológica, ha llevado a coaliciones que pueden parecer incongruentes y hasta aberrantes para la ciudadanía. Estas alianzas, regularmente criticadas por su falta de coherencia, suelen ser una estrategia necesaria en un sistema político donde la fragmentación del voto puede resultar en la victoria de un candidato carente de una mayoría robusta. En ese sentido, cada día es más común ver coaliciones ideológicamente antónimas, pero que buscan consolidar fuerzas para presentar un frente más fuerte y competitivo.
La existencia de las alianzas o coaliciones puede verse desde dos perspectivas. Por un lado, podrían permitir una mayor representación de las diversas corrientes dentro del gobierno, facilitando una gobernabilidad más inclusiva. Por el otro, la falta de correspondencia ideológica puede conducir a conflictos internos y a una sensación de traición entre los votantes, quienes pueden percibir en la realidad, que no es más que una maniobra de poder sin compromiso genuino a un proyecto de nación racional.
En el caso particular entre Xóchitl y Máynez, la decisión de los candidatos de declinar en favor del otro puede constituir un impacto sustancial en el desenlace electoral. Sin embargo, debe ser analizada no sólo desde una perspectiva estratégica, sino también ética. Bajo un punto de vista pragmático, la unificación de sus fuerzas podría consolidar un bloque opositor más sólido y competitivo contra Sheinbaum. Esto, en teoría, beneficiaría a aquellos votantes que buscan una alternativa diferente al liderato actual.
Empero, es fundamental considerar si cualquier declinación sería realmente lo mejor para la oposición. Un candidato que decide declinar debe tener en cuenta la voluntad de sus seguidores y la alineación de sus propuestas y principios con el candidato en favor de quien declina. Si esta unificación no es legítima y no refleja una verdadera convergencia de intereses, puede resultar en un descontento mayor y en una desilusión al sistema político en general.
Para la sociedad, lo más conveniente es que cualquier alianza o declinación refleje una verdadera coalición de intereses y una oferta política coherente y creíble. La percepción de que estas decisiones son meramente tácticas erosionan la confianza en el proceso electoral y en las instituciones democráticas. Por tanto, mientras las alianzas y declinaciones sean instrumentos válidos dentro del juego político, su legitimidad y eficacia dependen de la transparencia, congruencia y representatividad que puedan demostrar ante el electorado.