Cada 17 de enero se celebra a San Antonio Abad, padre de los monjes cristianos y modelo de espiritualidad ascética. El ahora santo nació en Egipto, el 12 de enero de 251, en la llamada Heracleópolis Magna (parte del Egipto asimilado al Imperio romano), en el seno de una familia de labradores acaudalados. Murió a los 105 años, en 356.
Cuando murieron los de padres Antonio Abad, apenas había cumplido los 20 años y decidió llevar a la práctica aquel mandato de Jesús que le marcó el alma; entonces, repartió su herencia entre los pobres y se marchó al desierto. Allí vivió como ‘ermitaño’, en completa soledad, dedicado a la penitencia y la vida de oración.
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San Atanasio Obispo, a quien Antonio conoció y que más tarde fuera uno de sus biógrafos, escribió: “[Antonio] Trabajaba con sus propias manos, ya que conocía aquella afirmación de la Escritura: ‘El que no trabaja que no coma’; lo que ganaba con su trabajo lo destinaba parte a su propio sustento, parte a los pobres”.
Patrono de los animales y cementerios
San Antonio Abad murió en 356, en el monte Colzim, próximo al Mar Rojo. Se le venera como patrón de los tejedores de cestos, fabricantes de pinceles y carniceros; así como de los cementerios.
Desde hace mucho tiempo, en el Vaticano, se celebra una bendición de los animales el día de su fiesta. Ciertamente, a San Antonio se le conoce también como patrono de los animales.
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Dos historias sustentan dicho patronazgo: a la muerte de Pablo el Ermitaño, Antonio era el único que estaba en el lugar y podía darle sepultura; sin embargo, las condiciones eran totalmente adversas y no tenía quien lo ayudara. De pronto, en medio del desierto, aparecieron dos leones acompañados de otros animales que ayudaron al santo a cavar el hoyo donde colocaría los restos de San Pablo.
Con información de Aci Prensa