/ martes 18 de julio de 2023

Colaboraciones disruptivas

En ocasiones, se suele escuchar que la colaboración y la cooperación entre las personas ayudan a potenciar las capacidades individuales y promueven soluciones integrales a problemas que, bajo ciertas circunstancias, se tornan más complejos cuando se afrontan de manera personal. Y así como en cualquier ámbito de la vida diaria, en la política, las alianzas o coaliciones electorales han significado una estrategia recurrente en el sistema político mexicano, que durante décadas ha servido a muchos para alcanzar el poder. Sin embargo, esta herramienta común de los procesos electorales, no siempre ha reflejado una verdadera colaboración ideológica o programática, también se ha empleado para realizar el reparto de poder entre las élites políticas.

El ejemplo más claro ocurrió en el siglo pasado, donde a través de alianzas, el partido revolucionario institucional se consolidó como el partido hegemónico de nuestro país, mientras formaba coaliciones con otros partidos para garantizar su presencia dominante en las legislaturas y gobiernos estatales. A pesar de ello, fueron las mismas uniones las que abrieron la transición democrática a partir de la década de los 90’s, situación que permitió la emergencia de nuevos institutos políticos y nuevas maneras de competir frente a las fuerzas dominantes en turno.

No obstante, su desarrollo en la era contemporánea de la democracia no siempre ha sido bien visto por los personajes del medio y la sociedad civil en general; cada vez son más frecuentes los casos en que partidos con agendas totalmente distintas, se unen con el único fin de obtener beneficios electorales, sin respeto a sus propios estatutos, a su militancia y, sobre todo, sin una convergencia ideológica clara, convincente y legítima. Lo anterior, deriva en conflictos en la mayoría de las veces y abruptas separaciones o desbandadas que provocan división y debilitamiento en la gobernabilidad en aquellos casos donde se ejerce poder. Además, las alianzas pragmáticas suelen confundir la afinidad de ideas con la lógica del reparto de cuotas, escenario que termina por causar confusión entre los electores y descontento ante las propuestas, plataformas y gestiones que cada partido adopta cuando la coalición simplemente no convence.

Resulta elemental que las alianzas y coaliciones en México han sido una constante en la historia política del país. Son una herramienta para competir en el sistema democrático plural, pero también han generado desafíos y conflictos por la cohesión ideológica y la confianza ciudadana. A medida que seguimos avanzando, será fundamental seguir observando cómo se desarrollan y transforman en el contexto venidero. El análisis a este fenómeno político es crucial para comprender la evolución de la competencia electoral y cómo éstas colaboraciones han impactado en la calidad de nuestra democracia. En vísperas del próximo proceso electoral, son bastante notorias las dos grandes alianzas que se conformarán para los comicios del 2024.

En ocasiones, se suele escuchar que la colaboración y la cooperación entre las personas ayudan a potenciar las capacidades individuales y promueven soluciones integrales a problemas que, bajo ciertas circunstancias, se tornan más complejos cuando se afrontan de manera personal. Y así como en cualquier ámbito de la vida diaria, en la política, las alianzas o coaliciones electorales han significado una estrategia recurrente en el sistema político mexicano, que durante décadas ha servido a muchos para alcanzar el poder. Sin embargo, esta herramienta común de los procesos electorales, no siempre ha reflejado una verdadera colaboración ideológica o programática, también se ha empleado para realizar el reparto de poder entre las élites políticas.

El ejemplo más claro ocurrió en el siglo pasado, donde a través de alianzas, el partido revolucionario institucional se consolidó como el partido hegemónico de nuestro país, mientras formaba coaliciones con otros partidos para garantizar su presencia dominante en las legislaturas y gobiernos estatales. A pesar de ello, fueron las mismas uniones las que abrieron la transición democrática a partir de la década de los 90’s, situación que permitió la emergencia de nuevos institutos políticos y nuevas maneras de competir frente a las fuerzas dominantes en turno.

No obstante, su desarrollo en la era contemporánea de la democracia no siempre ha sido bien visto por los personajes del medio y la sociedad civil en general; cada vez son más frecuentes los casos en que partidos con agendas totalmente distintas, se unen con el único fin de obtener beneficios electorales, sin respeto a sus propios estatutos, a su militancia y, sobre todo, sin una convergencia ideológica clara, convincente y legítima. Lo anterior, deriva en conflictos en la mayoría de las veces y abruptas separaciones o desbandadas que provocan división y debilitamiento en la gobernabilidad en aquellos casos donde se ejerce poder. Además, las alianzas pragmáticas suelen confundir la afinidad de ideas con la lógica del reparto de cuotas, escenario que termina por causar confusión entre los electores y descontento ante las propuestas, plataformas y gestiones que cada partido adopta cuando la coalición simplemente no convence.

Resulta elemental que las alianzas y coaliciones en México han sido una constante en la historia política del país. Son una herramienta para competir en el sistema democrático plural, pero también han generado desafíos y conflictos por la cohesión ideológica y la confianza ciudadana. A medida que seguimos avanzando, será fundamental seguir observando cómo se desarrollan y transforman en el contexto venidero. El análisis a este fenómeno político es crucial para comprender la evolución de la competencia electoral y cómo éstas colaboraciones han impactado en la calidad de nuestra democracia. En vísperas del próximo proceso electoral, son bastante notorias las dos grandes alianzas que se conformarán para los comicios del 2024.