/ martes 19 de diciembre de 2023

Entre incertidumbre e indiferencia

En las últimas décadas, nuestro país ha enfrentado una atormentada realidad que ha provocado cicatrices imborrables en el tejido social: la crisis de los desaparecidos. Este fenómeno, marcado por la inexplicable ausencia de miles de personas, ha suscitado una profunda preocupación a nivel nacional e internacional, por los recientes acontecimientos relativos a la actualización de cifras de personas desaparecidas y no localizadas por la Secretaría de Gobernación. Más allá de ser sabedores de que como en otros aspectos, la estadística no es ajena al error humano y, efectivamente, el Registro Nacional pudiera presentar errores o inconsistencias, lo alarmante del asunto es la nula intervención de las fiscalías estatales, las ONG’s, las comisiones de búsqueda o la CNDH, para la realización del nuevo censo.

La actualización en los números por parte de las autoridades, se presenta como un intento de proporcionar una visión más precisa de la magnitud de la crisis de desapariciones en México. No obstante, esta aparente disminución en los datos ha levantado críticas y escepticismo en diversos sectores de la sociedad y expertos en la materia. La contradicción entre la percepción ciudadana y las cifras oficiales refleja una brecha preocupante en la comunicación y la transparencia gubernamental. ¿Cómo es posible que las cifras disminuyan cuando la angustia de las familias y la presión social indican lo contrario? Indiscutiblemente, en el debate público, se plantean preguntas incómodas sobre la confiabilidad de los datos oficiales y la necesidad de una evaluación más crítica de las metodologías utilizadas para contabilizar las personas desaparecidas.

Entre la discrepancia de las percepciones de la sociedad y las cifras oficiales, también destaca la urgente necesidad de fortalecer la confianza entre las autoridades y la población. En medio de un escenario igualmente caótico para los órganos autónomos – sobre todo aquellos que protegen estas causas –, que temen por los síntomas de su extinción, la transparencia, la rendición de cuentas y la participación ciudadana son elementos esenciales para construir una respuesta efectiva a la crisis de los desaparecidos.

En este sombrío panorama, es imperativo reconocer que la problemática de los desaparecidos en México no puede ser abordada de manera aislada ni relegada a simples controversias estadísticas. Es una realidad que nos toca a todos de cerca, pues actualmente, cada uno de nosotros puede contar con un relato cercano de un familiar, amigo o conocido que ha desaparecido. Esta dolorosa cercanía nos obliga a transcender la indiferencia y a movilizarnos en búsqueda de respuestas y soluciones concretas.

Esta crisis exige una movilización ciudadana, una presión constante a las instituciones y una colaboración decidida entre todos los actores involucrados. Solo así podremos avanzar hacia una sociedad que protege y respeta la vida de cada individuo. La realidad de los desaparecidos no puede seguir siendo una estadística fría; es un llamado urgente a la acción que todos estamos obligados a atender.

En las últimas décadas, nuestro país ha enfrentado una atormentada realidad que ha provocado cicatrices imborrables en el tejido social: la crisis de los desaparecidos. Este fenómeno, marcado por la inexplicable ausencia de miles de personas, ha suscitado una profunda preocupación a nivel nacional e internacional, por los recientes acontecimientos relativos a la actualización de cifras de personas desaparecidas y no localizadas por la Secretaría de Gobernación. Más allá de ser sabedores de que como en otros aspectos, la estadística no es ajena al error humano y, efectivamente, el Registro Nacional pudiera presentar errores o inconsistencias, lo alarmante del asunto es la nula intervención de las fiscalías estatales, las ONG’s, las comisiones de búsqueda o la CNDH, para la realización del nuevo censo.

La actualización en los números por parte de las autoridades, se presenta como un intento de proporcionar una visión más precisa de la magnitud de la crisis de desapariciones en México. No obstante, esta aparente disminución en los datos ha levantado críticas y escepticismo en diversos sectores de la sociedad y expertos en la materia. La contradicción entre la percepción ciudadana y las cifras oficiales refleja una brecha preocupante en la comunicación y la transparencia gubernamental. ¿Cómo es posible que las cifras disminuyan cuando la angustia de las familias y la presión social indican lo contrario? Indiscutiblemente, en el debate público, se plantean preguntas incómodas sobre la confiabilidad de los datos oficiales y la necesidad de una evaluación más crítica de las metodologías utilizadas para contabilizar las personas desaparecidas.

Entre la discrepancia de las percepciones de la sociedad y las cifras oficiales, también destaca la urgente necesidad de fortalecer la confianza entre las autoridades y la población. En medio de un escenario igualmente caótico para los órganos autónomos – sobre todo aquellos que protegen estas causas –, que temen por los síntomas de su extinción, la transparencia, la rendición de cuentas y la participación ciudadana son elementos esenciales para construir una respuesta efectiva a la crisis de los desaparecidos.

En este sombrío panorama, es imperativo reconocer que la problemática de los desaparecidos en México no puede ser abordada de manera aislada ni relegada a simples controversias estadísticas. Es una realidad que nos toca a todos de cerca, pues actualmente, cada uno de nosotros puede contar con un relato cercano de un familiar, amigo o conocido que ha desaparecido. Esta dolorosa cercanía nos obliga a transcender la indiferencia y a movilizarnos en búsqueda de respuestas y soluciones concretas.

Esta crisis exige una movilización ciudadana, una presión constante a las instituciones y una colaboración decidida entre todos los actores involucrados. Solo así podremos avanzar hacia una sociedad que protege y respeta la vida de cada individuo. La realidad de los desaparecidos no puede seguir siendo una estadística fría; es un llamado urgente a la acción que todos estamos obligados a atender.