/ martes 5 de diciembre de 2023

Nuevas promesas, viejas ambiciones

Luego de un fin de semana lleno “crisis política” por la gubernatura en el Estado de Nuevo León, Samuel García reasumió sus funciones como titular del poder ejecutivo, tras un fallido intento por ser presidente de la República. Al igual que su antecesor, Samuel había asegurado que, antes de pensar en un segundo encargo, dirigiría todos sus esfuerzos y atención, en cumplir con la responsabilidad que el pueblo nuevoleonés le confió en 2021; sin embargo, su discurso tuvo que cambiar frente al hambre y necesidad de poder, para contender en las elecciones presidenciales del próximo año.

“Más tarda en caer un hablador que un cojo”, dicen por ahí: y es que este dicho popular parece cobrar mayor relevancia en la situación actual de Nuevo León, después del espectáculo vivido en aquella entidad, al caerse la candidatura de quien era el más joven de los aspirantes a la presidencia de México. Lo cierto es que, lo que Samuel pretendía vender como proyecto político, no tenía espacio en el presente proceso electoral, sino que representaría la plataforma para hacerse notar y con ello trazar una ruta hacia el 2030.

El reciente episodio político deja en evidencia una realidad recurrente en la política mexicana, las ambiciones personales a menudo priman sobre los compromisos adquiridos con la ciudadanía. Samuel García, con su rápido cambio de enfoque hacia la presidencia, ha demostrado una vez más lo efímeras que son las promesas cuando se trata de la seductora posibilidad del poder central. No es la primera vez que vemos a un político desviarse de sus compromisos iniciales, la historia política de nuestro país está marcada por casos similares en los que los intereses individuales se imponen sobre los deberes institucionales. Este fenómeno plantea preguntas cruciales sobre la integridad y la sinceridad de aquellos que lideran las instituciones.

La sociedad nuevoleonesa, que depositó su confianza en Samuel García en las elecciones pasadas, tiene ahora motivos para cuestionar la estabilidad política y la coherencia de su liderazgo ¿Cómo pueden los ciudadanos confiar en un gobernante que, apenas asumiendo su cargo, ya está mirando más allá y proyectando sus ambiciones personales por encima de las necesidades de su Estado? La respuesta a esta pregunta puede estar en la naturaleza misma del sistema político mexicano, donde las campañas electorales parecen ser perpetuas y las aspiraciones presidenciales eclipsan, con frecuencia, la atención y los recursos que deberían destinarse a resolver los problemas más apremiantes en los Estados y sus municipios.

Al final, las ambiciones de Samuel fueron frenadas por un supuesto chantaje que no estaba dispuesto en asumir al amparo de “acuerdos políticos” con el bloque opositor. Regresa reemplazando nuevamente sus prioridades y colocando a Nuevo León en el centro, otra vez. No obstante que su mensaje y campaña hacen alusión a lo “nuevo”, él termina por ser más de lo mismo.

Luego de un fin de semana lleno “crisis política” por la gubernatura en el Estado de Nuevo León, Samuel García reasumió sus funciones como titular del poder ejecutivo, tras un fallido intento por ser presidente de la República. Al igual que su antecesor, Samuel había asegurado que, antes de pensar en un segundo encargo, dirigiría todos sus esfuerzos y atención, en cumplir con la responsabilidad que el pueblo nuevoleonés le confió en 2021; sin embargo, su discurso tuvo que cambiar frente al hambre y necesidad de poder, para contender en las elecciones presidenciales del próximo año.

“Más tarda en caer un hablador que un cojo”, dicen por ahí: y es que este dicho popular parece cobrar mayor relevancia en la situación actual de Nuevo León, después del espectáculo vivido en aquella entidad, al caerse la candidatura de quien era el más joven de los aspirantes a la presidencia de México. Lo cierto es que, lo que Samuel pretendía vender como proyecto político, no tenía espacio en el presente proceso electoral, sino que representaría la plataforma para hacerse notar y con ello trazar una ruta hacia el 2030.

El reciente episodio político deja en evidencia una realidad recurrente en la política mexicana, las ambiciones personales a menudo priman sobre los compromisos adquiridos con la ciudadanía. Samuel García, con su rápido cambio de enfoque hacia la presidencia, ha demostrado una vez más lo efímeras que son las promesas cuando se trata de la seductora posibilidad del poder central. No es la primera vez que vemos a un político desviarse de sus compromisos iniciales, la historia política de nuestro país está marcada por casos similares en los que los intereses individuales se imponen sobre los deberes institucionales. Este fenómeno plantea preguntas cruciales sobre la integridad y la sinceridad de aquellos que lideran las instituciones.

La sociedad nuevoleonesa, que depositó su confianza en Samuel García en las elecciones pasadas, tiene ahora motivos para cuestionar la estabilidad política y la coherencia de su liderazgo ¿Cómo pueden los ciudadanos confiar en un gobernante que, apenas asumiendo su cargo, ya está mirando más allá y proyectando sus ambiciones personales por encima de las necesidades de su Estado? La respuesta a esta pregunta puede estar en la naturaleza misma del sistema político mexicano, donde las campañas electorales parecen ser perpetuas y las aspiraciones presidenciales eclipsan, con frecuencia, la atención y los recursos que deberían destinarse a resolver los problemas más apremiantes en los Estados y sus municipios.

Al final, las ambiciones de Samuel fueron frenadas por un supuesto chantaje que no estaba dispuesto en asumir al amparo de “acuerdos políticos” con el bloque opositor. Regresa reemplazando nuevamente sus prioridades y colocando a Nuevo León en el centro, otra vez. No obstante que su mensaje y campaña hacen alusión a lo “nuevo”, él termina por ser más de lo mismo.