/ lunes 8 de abril de 2024

El costo de las campañas políticas

Tuve la desdicha de constatar con mis propios ojos, no con ajenos, y de cuerpo presente, el lamentable estado de la carretera que va a Concepción del Oro, en el tramo de alrededor de 200 kilómetros que comienza en Villa de Cos. Los baches que allí se formaron en nada tienen que envidiar a algunos cráteres lunares. Camino apto ahora para circular con vehículos todo terreno, llantas para cerros pedregosos y ánimo de aventurero inglés, y si se puede a pie, mejor. No es broma.

Ese lamentable estado físico de una de las principales vías de comunicación de nuestro Estado me hizo suponer que los presupuestos para esos rubros están secos, agotados, pues. No hay lana para ello, eso no es importante ni trascendente.

No pude menos que realizar una comparación mental con los dineros que ahora (todos) nuestros candidatos a puestos de elección popular están dispendiando de manera generosa, pues no es suyo el dinero que se dilapa, y me refiero a todos, de cualquier sabor, color, procedencia u orientación ideológica o erótica, ello sería lo de menos, pues si uno visita cualquier ciudad, solamente en las toneladas y toneladas de basura propagandística pegada y plasmada en todas las bardas y espacios publicitarios, se podrá uno dar cuenta de que para ese rubro específico de gasto, aquí no hay miseria ni pobreza, qué carajos.

Es innegable que el gasto excesivo en campañas políticas es un tema crucial en la arena electoral y su alto costo es un desafío innegable.

En la actualidad, las campañas políticas requieren una inversión significativa de recursos financieros. Los partidos y candidatos compiten por la atención de los votantes, y esto se traduce un cerro de dinero que los contribuyentes aportan. Sin embargo, gastar grandes sumas de dinero en campañas puede tener consecuencias negativas para la democracia y la sociedad en general. Veamos:

1. Desigualdad de Oportunidades. Cuando los candidatos con mayores recursos financieros pueden gastar más en publicidad, eventos y estrategias de campaña, se crea una desigualdad de oportunidades. Quien tiene más saliva traga más pinole, pues.

2. Prioridades Mal Enfocadas. Cuando se destina una gran cantidad de dinero a campañas, los candidatos pueden perder de vista las verdaderas necesidades de la población. En lugar de centrarse en solucionar problemas reales, pueden estar más preocupados por mantener su imagen y ganar la próxima elección. Esto puede llevar a una desconexión entre los líderes y los ciudadanos. En México los presupuestos para elecciones tienen hasta rango constitucional, en cambio la salud, educación, comunicaciones, seguridad, etcétera, son asuntos meramente secundarios.

3. Desperdicio de Recursos Públicos. Gastar enormes sumas de dinero en anuncios televisivos, vallas publicitarias y eventos masivos implica un uso ineficiente de los recursos que podrían destinarse a áreas más urgentes, como las ya enumeradas precedentemente.

Derrochar en campañas políticas puede erosionar la integridad del proceso democrático y alejar a los ciudadanos de la política. Deberíamos considerar medidas para limitar el gasto y garantizar una competencia más equitativa. La calidad de la democracia no debe medirse por la cantidad de dinero mal gastado en procesos electorales, sino por la participación activa de los ciudadanos y la representación efectiva de sus intereses.

Tuve la desdicha de constatar con mis propios ojos, no con ajenos, y de cuerpo presente, el lamentable estado de la carretera que va a Concepción del Oro, en el tramo de alrededor de 200 kilómetros que comienza en Villa de Cos. Los baches que allí se formaron en nada tienen que envidiar a algunos cráteres lunares. Camino apto ahora para circular con vehículos todo terreno, llantas para cerros pedregosos y ánimo de aventurero inglés, y si se puede a pie, mejor. No es broma.

Ese lamentable estado físico de una de las principales vías de comunicación de nuestro Estado me hizo suponer que los presupuestos para esos rubros están secos, agotados, pues. No hay lana para ello, eso no es importante ni trascendente.

No pude menos que realizar una comparación mental con los dineros que ahora (todos) nuestros candidatos a puestos de elección popular están dispendiando de manera generosa, pues no es suyo el dinero que se dilapa, y me refiero a todos, de cualquier sabor, color, procedencia u orientación ideológica o erótica, ello sería lo de menos, pues si uno visita cualquier ciudad, solamente en las toneladas y toneladas de basura propagandística pegada y plasmada en todas las bardas y espacios publicitarios, se podrá uno dar cuenta de que para ese rubro específico de gasto, aquí no hay miseria ni pobreza, qué carajos.

Es innegable que el gasto excesivo en campañas políticas es un tema crucial en la arena electoral y su alto costo es un desafío innegable.

En la actualidad, las campañas políticas requieren una inversión significativa de recursos financieros. Los partidos y candidatos compiten por la atención de los votantes, y esto se traduce un cerro de dinero que los contribuyentes aportan. Sin embargo, gastar grandes sumas de dinero en campañas puede tener consecuencias negativas para la democracia y la sociedad en general. Veamos:

1. Desigualdad de Oportunidades. Cuando los candidatos con mayores recursos financieros pueden gastar más en publicidad, eventos y estrategias de campaña, se crea una desigualdad de oportunidades. Quien tiene más saliva traga más pinole, pues.

2. Prioridades Mal Enfocadas. Cuando se destina una gran cantidad de dinero a campañas, los candidatos pueden perder de vista las verdaderas necesidades de la población. En lugar de centrarse en solucionar problemas reales, pueden estar más preocupados por mantener su imagen y ganar la próxima elección. Esto puede llevar a una desconexión entre los líderes y los ciudadanos. En México los presupuestos para elecciones tienen hasta rango constitucional, en cambio la salud, educación, comunicaciones, seguridad, etcétera, son asuntos meramente secundarios.

3. Desperdicio de Recursos Públicos. Gastar enormes sumas de dinero en anuncios televisivos, vallas publicitarias y eventos masivos implica un uso ineficiente de los recursos que podrían destinarse a áreas más urgentes, como las ya enumeradas precedentemente.

Derrochar en campañas políticas puede erosionar la integridad del proceso democrático y alejar a los ciudadanos de la política. Deberíamos considerar medidas para limitar el gasto y garantizar una competencia más equitativa. La calidad de la democracia no debe medirse por la cantidad de dinero mal gastado en procesos electorales, sino por la participación activa de los ciudadanos y la representación efectiva de sus intereses.