/ lunes 31 de mayo de 2021

El fantasma que nos amenaza

Esta es mi novena y mi última entrega —al menos, durante la campaña— en este espacio que tan generosamente me ha concedido El Sol de Zacatecas para la exposición de mis ideas e impresiones respecto a mi participación en el presente proceso electoral. Agradezco infinitamente al Ing. Gerardo de Ávila por esta oportunidad, así como a todas las personas que se han tomado unos minutos de su tiempo para leerme.

México es un país al que le costó décadas enteras sacudirse de encima el presidencialismo que llegó a padecer durante gran parte del siglo XX. Si definimos, con Jorge Carpizo, al presidencialismo como la preponderancia del poder ejecutivo nacional “sobre los pesos y contrapesos del régimen político y sobre los mecanismos de decisión política”, entonces es fácil darnos cuenta que ese fantasma no sólo no nos ha abandonado, sino que amenaza con fortalecerse si no damos suficiente margen a la pluralidad partidista que justamente nació como un mecanismo para evitar el reinado de una sola fuerza, la cual, con el tiempo, inevitablemente se vuelve vertical y autoritaria, según nos ha enseñado la historia.

Tal vez la gran diferencia es que aquel presidencialismo del siglo XX funcionaba como una maquinaria, un “ogro filantrópico” sin rostro, como bien lo describiera Octavio Paz, mientras que hoy en día, el presidencialismo que de facto comienza a adueñarse de la vida pública del país, tiene un rostro: el de un líder carismático cuyas decisiones radicales nos obligan a las y los ciudadanos a tomarnos con mucha responsabilidad el poder de nuestro voto, el cual puede hacer el contrapeso que hoy tanto se necesita para no sufrir las consecuencias de tales radicalismos.

La politóloga Soledad Loaeza nos recuerda que la democratización de la política en México fue posible gracias a “un cambio de valores y de actitudes del partido en el poder y de la opinión pública” (1). Ese partido en el poder era un PRI que en la década de los 70 supo corregir a tiempo los excesos del sistema y dio pie a la existencia de un marco legal que permitiese el fortalecimiento de la oposición. Sin ello, no nos explicaríamos que hoy sea otro partido el que gobierna. Esta alternancia política es, desde luego, sana para el país, siempre y cuando erradiquemos a tiempo los nuevos brotes autoritarios que amenazan a nuestra República.

Es por eso que lograr una conformación equilibrada en la representatividad de los partidos en San Lázaro y en los congresos locales se vuelve prioritaria, con el fin de evitar los monopolios políticos. Un país que no conoce su historia, está condenado a repetirla. No condenemos nuestro presente ni nuestro futuro al retroceso político.

Nada hay más honorable que una disidencia producto no de una pulsión reaccionaria, sino de una auténtica preocupación por el futuro del país y de un auténtico proyecto de desarrollo.


(1) Loaeza, Soledad, “Los partidos de oposición” en Cien ensayos para el Centenario, tomo 4, Gerardo Esquivel, Francisco Ibarra y Pedro Salazar (coords.), México, UNAM/Instituto Belisario Domínguez/Senado de la República, 2017, pág. 188.

Esta es mi novena y mi última entrega —al menos, durante la campaña— en este espacio que tan generosamente me ha concedido El Sol de Zacatecas para la exposición de mis ideas e impresiones respecto a mi participación en el presente proceso electoral. Agradezco infinitamente al Ing. Gerardo de Ávila por esta oportunidad, así como a todas las personas que se han tomado unos minutos de su tiempo para leerme.

México es un país al que le costó décadas enteras sacudirse de encima el presidencialismo que llegó a padecer durante gran parte del siglo XX. Si definimos, con Jorge Carpizo, al presidencialismo como la preponderancia del poder ejecutivo nacional “sobre los pesos y contrapesos del régimen político y sobre los mecanismos de decisión política”, entonces es fácil darnos cuenta que ese fantasma no sólo no nos ha abandonado, sino que amenaza con fortalecerse si no damos suficiente margen a la pluralidad partidista que justamente nació como un mecanismo para evitar el reinado de una sola fuerza, la cual, con el tiempo, inevitablemente se vuelve vertical y autoritaria, según nos ha enseñado la historia.

Tal vez la gran diferencia es que aquel presidencialismo del siglo XX funcionaba como una maquinaria, un “ogro filantrópico” sin rostro, como bien lo describiera Octavio Paz, mientras que hoy en día, el presidencialismo que de facto comienza a adueñarse de la vida pública del país, tiene un rostro: el de un líder carismático cuyas decisiones radicales nos obligan a las y los ciudadanos a tomarnos con mucha responsabilidad el poder de nuestro voto, el cual puede hacer el contrapeso que hoy tanto se necesita para no sufrir las consecuencias de tales radicalismos.

La politóloga Soledad Loaeza nos recuerda que la democratización de la política en México fue posible gracias a “un cambio de valores y de actitudes del partido en el poder y de la opinión pública” (1). Ese partido en el poder era un PRI que en la década de los 70 supo corregir a tiempo los excesos del sistema y dio pie a la existencia de un marco legal que permitiese el fortalecimiento de la oposición. Sin ello, no nos explicaríamos que hoy sea otro partido el que gobierna. Esta alternancia política es, desde luego, sana para el país, siempre y cuando erradiquemos a tiempo los nuevos brotes autoritarios que amenazan a nuestra República.

Es por eso que lograr una conformación equilibrada en la representatividad de los partidos en San Lázaro y en los congresos locales se vuelve prioritaria, con el fin de evitar los monopolios políticos. Un país que no conoce su historia, está condenado a repetirla. No condenemos nuestro presente ni nuestro futuro al retroceso político.

Nada hay más honorable que una disidencia producto no de una pulsión reaccionaria, sino de una auténtica preocupación por el futuro del país y de un auténtico proyecto de desarrollo.


(1) Loaeza, Soledad, “Los partidos de oposición” en Cien ensayos para el Centenario, tomo 4, Gerardo Esquivel, Francisco Ibarra y Pedro Salazar (coords.), México, UNAM/Instituto Belisario Domínguez/Senado de la República, 2017, pág. 188.