/ lunes 10 de mayo de 2021

Va por las madres de Zacatecas

Soy una convencida de que a nuestras madres hay que celebrarlas, reconocerlas, apapacharlas todos los días, y agradecer siempre porque han estado ahí para escucharnos, para comprendernos, para apoyarnos, para nutrirnos y formarnos. Y esa labor que ellas hacen es de todos los días.

Muchos quisiéramos que ellas fueran incansables, pero lo cierto es que no lo son. Esa fortaleza que muestran cada día ante tantas situaciones que enfrentan desde la experiencia de la maternidad, es en verdad una cualidad inspiradora, pero no debemos perder de vista que también ellas se cansan, que también ellas necesitan ser escuchadas, apoyadas, comprendidas, porque son humanas.

Mi madre es originaria de una comunidad de Momax. Ella hace honor a su nombre porque siempre ha significado una luz en mi vida. Ha sido fuente de sabiduría y de iluminación, incluso en los momentos más oscuros. Junto con mi padre, supo darme el clima emocional necesario para tener seguridad en mí misma y para desenvolverme en la vida con base en los valores que ambos nos inculcaron a mis hermanos y a mí: solidaridad, integridad, honestidad, esfuerzo y dedicación.

Me considero una guerrera, y eso se lo debo a mi madre. Ella siempre ha estado ahí, en las buenas y en las malas. En los momentos más difíciles de mi vida, fue siempre mi mayor motivación para salir adelante a como diera lugar. Proveniente de una familia de migrantes, mi mamá me inculcó que las oportunidades a veces llegan, y a veces hay que salir a buscarlas. Me inculcó que el trabajo constante siempre rinde frutos.

Historias como esta se repiten en miles de hogares en nuestro estado. Sin embargo, no todas las madres zacatecanas han tenido el mismo acceso a las oportunidades de desarrollo para ellas y para sus familias. Desde hace muchos años, en mi contacto con las comunidades urbanas y rurales, he sido testigo de que las jefas de familia son las que mueven la piedra, son las que juntan firmas, levantan la voz y hacen todo lo que sea necesario para que en su calle haya agua potable, para que en la escuela de sus hijos haya mejores condiciones para que puedan estudiar.

La huella de las madres en la vida pública, por lo tanto, ha estado siempre ahí, porque su lucha, en ese contexto, ha sido como la maternidad: una lucha de todos los días, con tal de que sus familias vivan de manera digna. Las madres son las mejores administradoras del presupuesto familiar: son las más preparadas para llevar las riendas del hogar.

Justo es que el Estado provea a las madres de todas las herramientas posibles para hacer su vida más llevadera, y la de sus familias. Justo es que los tres niveles de gobierno —municipal, estatal y federal— pongan en el centro de la mesa a las mujeres, y más concretamente a las madres, porque ellas son la célula de administración primordial de nuestras comunidades.

Ese es mi compromiso con las mamás zacatecanas. Y saben que lo voy a cumplir.

Soy una convencida de que a nuestras madres hay que celebrarlas, reconocerlas, apapacharlas todos los días, y agradecer siempre porque han estado ahí para escucharnos, para comprendernos, para apoyarnos, para nutrirnos y formarnos. Y esa labor que ellas hacen es de todos los días.

Muchos quisiéramos que ellas fueran incansables, pero lo cierto es que no lo son. Esa fortaleza que muestran cada día ante tantas situaciones que enfrentan desde la experiencia de la maternidad, es en verdad una cualidad inspiradora, pero no debemos perder de vista que también ellas se cansan, que también ellas necesitan ser escuchadas, apoyadas, comprendidas, porque son humanas.

Mi madre es originaria de una comunidad de Momax. Ella hace honor a su nombre porque siempre ha significado una luz en mi vida. Ha sido fuente de sabiduría y de iluminación, incluso en los momentos más oscuros. Junto con mi padre, supo darme el clima emocional necesario para tener seguridad en mí misma y para desenvolverme en la vida con base en los valores que ambos nos inculcaron a mis hermanos y a mí: solidaridad, integridad, honestidad, esfuerzo y dedicación.

Me considero una guerrera, y eso se lo debo a mi madre. Ella siempre ha estado ahí, en las buenas y en las malas. En los momentos más difíciles de mi vida, fue siempre mi mayor motivación para salir adelante a como diera lugar. Proveniente de una familia de migrantes, mi mamá me inculcó que las oportunidades a veces llegan, y a veces hay que salir a buscarlas. Me inculcó que el trabajo constante siempre rinde frutos.

Historias como esta se repiten en miles de hogares en nuestro estado. Sin embargo, no todas las madres zacatecanas han tenido el mismo acceso a las oportunidades de desarrollo para ellas y para sus familias. Desde hace muchos años, en mi contacto con las comunidades urbanas y rurales, he sido testigo de que las jefas de familia son las que mueven la piedra, son las que juntan firmas, levantan la voz y hacen todo lo que sea necesario para que en su calle haya agua potable, para que en la escuela de sus hijos haya mejores condiciones para que puedan estudiar.

La huella de las madres en la vida pública, por lo tanto, ha estado siempre ahí, porque su lucha, en ese contexto, ha sido como la maternidad: una lucha de todos los días, con tal de que sus familias vivan de manera digna. Las madres son las mejores administradoras del presupuesto familiar: son las más preparadas para llevar las riendas del hogar.

Justo es que el Estado provea a las madres de todas las herramientas posibles para hacer su vida más llevadera, y la de sus familias. Justo es que los tres niveles de gobierno —municipal, estatal y federal— pongan en el centro de la mesa a las mujeres, y más concretamente a las madres, porque ellas son la célula de administración primordial de nuestras comunidades.

Ese es mi compromiso con las mamás zacatecanas. Y saben que lo voy a cumplir.