/ martes 16 de agosto de 2022

Separados pero iguales

En 1896, la Corte Suprema de los Estados Unidos de América, concibió la doctrina “Separate but equal” (separados pero iguales), al decidir sobre el caso Plessy vs. Ferguson en el que instauró, de manera constitucional, la segregación racial. En el asunto, Homer Plessy, hombre afroamericano de la ciudad de Luisiana, demandó que había sido discriminado y privado de sus derechos al no permitirle ocupar un asiento en el vagón para gente blanca del ferrocarril. Plessy fue arrestado por desobediencia civil, pues la ley de ese entonces prohibía la convivencia entre negros y blancos, pero se justificaba con el establecimiento de “iguales condiciones” para ambas razas. En ese sentido, había espacios materialmente iguales para negros y blancos: vagones, restaurantes o baños, siempre que se mantuvieran separados, pero iguales.

La Corte desestimó los argumentos de Plessy, señalando que no había discriminación alguna en el caso, pues se estaba acatando la política pública del Estado de Luisiana, que ofrecía a las razas las mismas “circunstancias”, manteniéndolas apartadas. Incluso, el máximo tribunal llegó a inferir, que la supuesta discriminación hacía los afroamericanos no existía, sino que era un problema psicológico atribuible a ellos mismos.

Tuvieron que pasar 58 años, para que esa tesis fuera superada y la Corte Suprema rectificara su decisión. En el caso Brown vs. Consejo de educación donde se reclamaba la discriminación acentuada que sufrían los niños y jóvenes afroamericanos a quienes se les negaba su admisión en escuelas para blancos, se terminó por reconocer su inconstitucionalidad. El hecho no sólo implicaba la negativa de poder estudiar en comunidad, sino que evidenciaba que la educación en realidad no era igual, pues en algunos Estados estaba incluso prohibida y era casi inexistente, por lo que la población afroamericana permanecía analfabeta y en desventaja.

Finalmente, el tribunal determinó que la doctrina de “separados pero iguales” era ilegal, no sólo porque perpetuaba de forma intrínseca la discriminación de los blancos a los negros, también, enfatizaba la falta de protección y derechos a este grupo de la sociedad.

Lo anterior encuentra sentido, dados los hechos ocurridos semanas atrás, en un famoso restaurante de la ciudad de México, donde se viralizó el trato que recibe el personal y las prácticas discriminatorias con que atienen a sus comensales, al mero y puro estilo del apartheid. Cualquiera pensaría que las conductas de discriminación y racismo son temas del pasado. Sin embargo, por lo menos en nuestro país, en la última encuesta sobre discriminación del CONAPRED, los niveles de exclusión se acrecientan entre la población con tonalidad de piel obscura, gente sin escolaridad, pobres, discapacitados e indígenas. Ello manifiesta que, a pesar de los precedentes, el racismo continúa siendo un problema estructural que trasciende fronteras, y cuyos instrumentos de protección carecen aún de firmeza.

En 1896, la Corte Suprema de los Estados Unidos de América, concibió la doctrina “Separate but equal” (separados pero iguales), al decidir sobre el caso Plessy vs. Ferguson en el que instauró, de manera constitucional, la segregación racial. En el asunto, Homer Plessy, hombre afroamericano de la ciudad de Luisiana, demandó que había sido discriminado y privado de sus derechos al no permitirle ocupar un asiento en el vagón para gente blanca del ferrocarril. Plessy fue arrestado por desobediencia civil, pues la ley de ese entonces prohibía la convivencia entre negros y blancos, pero se justificaba con el establecimiento de “iguales condiciones” para ambas razas. En ese sentido, había espacios materialmente iguales para negros y blancos: vagones, restaurantes o baños, siempre que se mantuvieran separados, pero iguales.

La Corte desestimó los argumentos de Plessy, señalando que no había discriminación alguna en el caso, pues se estaba acatando la política pública del Estado de Luisiana, que ofrecía a las razas las mismas “circunstancias”, manteniéndolas apartadas. Incluso, el máximo tribunal llegó a inferir, que la supuesta discriminación hacía los afroamericanos no existía, sino que era un problema psicológico atribuible a ellos mismos.

Tuvieron que pasar 58 años, para que esa tesis fuera superada y la Corte Suprema rectificara su decisión. En el caso Brown vs. Consejo de educación donde se reclamaba la discriminación acentuada que sufrían los niños y jóvenes afroamericanos a quienes se les negaba su admisión en escuelas para blancos, se terminó por reconocer su inconstitucionalidad. El hecho no sólo implicaba la negativa de poder estudiar en comunidad, sino que evidenciaba que la educación en realidad no era igual, pues en algunos Estados estaba incluso prohibida y era casi inexistente, por lo que la población afroamericana permanecía analfabeta y en desventaja.

Finalmente, el tribunal determinó que la doctrina de “separados pero iguales” era ilegal, no sólo porque perpetuaba de forma intrínseca la discriminación de los blancos a los negros, también, enfatizaba la falta de protección y derechos a este grupo de la sociedad.

Lo anterior encuentra sentido, dados los hechos ocurridos semanas atrás, en un famoso restaurante de la ciudad de México, donde se viralizó el trato que recibe el personal y las prácticas discriminatorias con que atienen a sus comensales, al mero y puro estilo del apartheid. Cualquiera pensaría que las conductas de discriminación y racismo son temas del pasado. Sin embargo, por lo menos en nuestro país, en la última encuesta sobre discriminación del CONAPRED, los niveles de exclusión se acrecientan entre la población con tonalidad de piel obscura, gente sin escolaridad, pobres, discapacitados e indígenas. Ello manifiesta que, a pesar de los precedentes, el racismo continúa siendo un problema estructural que trasciende fronteras, y cuyos instrumentos de protección carecen aún de firmeza.