Un hecho es susceptible de convertirse en 'signo de los tiempos' cuando, gracias a la toma de conciencia colectiva, está en condiciones de modificar en dirección mesiánica el equilibrio de las relaciones humanas de una determinada época.
La pobreza en la que se encuentran viviendo muchedumbres inmensas de hombres todavía no es, como tal, un 'signo de los tiempos'.
Tampoco lo es cuando suscita un movimiento de solidaridad. La historia de la Iglesia está llena de testimonios de caridad para con los pobres, pero excepto quizás en los tiempos primitivos del franciscanismo, esto no ha supuesto una nueva consideración efectiva del Evangelio.
Solo cuando algunos hombres comienzan a colocar la pobreza a la luz mesiánica y descubren un nuevo equilibrio en el Evangelio y en la Iglesia, para los cuales el misterio de la pobreza -en los pobres y en Cristo, que se hizo pobre- se convierte en el eje de la historia, el Evangelio se vuelve Evangelio de los pobres, y la Iglesia se vuelve Iglesia de los pobres... solo entonces comienzan los hombres a reconocer un signo de los tiempos.