Cuando un político habla no piensa tanto en lo que transmiten sus palabras sino en la repercusión que van a tener sus declaraciones. Por eso, los mensajes son cada vez más sintéticos, más simples. No se busca la reflexión, sino la acción.
Las redes sociales han ayudado a esa vulgarización de la política, a la pérdida de sus elementos más nobles. Se persigue el impacto y la adhesión.
La globalización, internet y las redes sociales también nos han traído la banalización de la política, el insulto como arma habitual y la mentira como recurso lícito
El insulto, la transgresión se han convertido en herramientas habituales de los que buscan ser alguien en la sociedad de la imagen. El mejor ejemplo de ello es el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. Miente por sistema, pero le da igual. Él también es un chamán de las redes y sabe mejor que nadie que a sus seguidores no les importa que les mienta. Lo que les decepcionaría es que traicionara su visión del mundo: que los inmigrantes les quitan los empleos a los norteamericanos, que América es lo primero, y chorradas por el estilo.
En fin, que la globalización también nos ha traído un resistente virus: la banalización de la política, la normalización del insulto y la mentira.