Las celebraciones religiosas de diciembre están relacionadas con el solsticio de invierno. Las comunidades judías del mundo acaban de encender las luces de Janucá, una fiesta que conmemora la esperanza y la libertad del pueblo hebreo a través de un milagro por el que nueve velas ardieron sin suficiente aceite durante ocho días.
Pero detrás de la Navidad, de las luces, de la lucha contra la oscuridad, laten los movimientos de la naturaleza, que han marcado el ritmo de la humanidad desde que se tiene memoria. Las fiestas de verano de los pueblos no dejan de ser las celebraciones de la cosecha, al igual que la Semana Santa coincide con el anuncio de la primavera. La Navidad seguramente nos trae muchos recuerdos: rememora las Navidades que han marcado nuestra vida desde la tristeza y alegrías, desde la niñez hasta una vejez huraña. Sin embargo, nos debería recordar sobre todo que vivimos en la naturaleza y formamos parte de ella, máxime ahora que, en medio de todas esas luces de esperanza, remarcamos la nueva venida de Jesús Dios, hacia la cima, en la que nos jugamos nuestro futuro.