Por principio la educación sexual debe darse primordialmente por los padres de familia. Más allá de una mera información sexual, que en ocasiones se ha pretendido impartir y en qué forma, que constituye, para adolescentes y jóvenes, una verdadera agresión a la conciencia moral de los ciudadanos. Quiérase que no, merece una repulsa porque responde a una concepción edonista de la vida.
Tales informaciones incitan a veces a prácticas sexuales que se oponen a la realización integral de la persona como tal, y su inserción responsable en la sociedad, y de ese modo, impulsan a dirigir las tendencias sexuales hacia el puro y simple placer, haciendo de la vida sexual algo trivial y carente de sentido plenamente humano. Desde el punto de vista ético, para quien así interesa verlo, la desviación de las mencionadas orientaciones es la separación radical que establecen de una parte, entre la sexualidad y el amor en una entrega estable de varón y mujer, y de otra, entre sexualidad y procreación.