/ martes 16 de julio de 2019

Pregunta fundamental de Manuel Gil Antón: “¿Cualquiera puede enseñar?”

Trato de no perderme en algo los comentarios que cada semana publica un educólogo a quien ubico entre los mejores de nuestro país: a Manuel Gil Antón, profesor de la UAM. Muy recientemente, en su participación semanal en el periódico El Universal, el referido especialista en educación inquiría sobre si: ¿Cualquiera puede enseñar?

Sí, ciertamente Gil Antón se pone a cavilar, con maestría, en lo que debe ser un buen maestro o una buena maestra. La pregunta inicial con la que Gil Antón comienza su análisis es la de: ¿Qué se ha de entender por una persona que tiene condiciones adecuadas para trabajar en la docencia? No quién es o no un buen(a) profesor(a), sino quién es una persona adecuada para trabajar en la docencia.

Argumenta Gil Antón: “Andoni Garritz lo expresaba así: un buen maestro, una profesora valiosa, no es quien tiene el dominio total del contenido de su disciplina o especialidad (eso es ser erudito), sino la persona que tiene el dominio pedagógico del contenido establecido en los programas de estudio, esto es, del conocimiento que ha de proponer con creatividad e inteligencia para que otro lo haga suyo: eso es aprender”.

En estos tiempos, en que se están elaborando las leyes secundarias de la reforma educativa, conviene retomar el análisis del esquema de: “¿Qué experiencias formativas certificadas ha de tener quien opte por ocupar un puesto docente en el sistema educativo nacional?”

Y se va con todo Gil Antón contra la improvisación en la formación de los docentes. Transcribo literalmente: “(…) en aras de dar cumplimiento a lo establecido en el artículo 3 de la constitución, en cuanto a que los procesos de admisión al ejercicio de la docencia sean públicos, transparentes, equitativos e imparciales, con base en conocimientos y aptitudes procedentes, es necesario: que los egresados de Instituciones de Educación Superior (IES) no especializadas en la formación de profesionales de la educación, además del título que acredite su grado, han de aprobar, como condición indispensable, un proceso de habilitación para desempeñar la actividad docente”. Es decir, el hábito no hace al monje; o si se quiere, el título no quiere decir, de forma alguna, que se sabe enseñar.

A mí, que me tocado trabajar por años en la formación docente, me parece que es crucial la propuesta de Gil Antón, cuando señala que: “La profesión docente, bien vista, implica estar preparado para coordinar procesos de aprendizaje con solvencia pedagógica y conocimientos fundados.”

Sí, se deben aceptar como docentes en los diferentes niveles de la educación a quienes no sólo tengan los títulos exigibles respecto de los saberes que impartirá, sino, sobre todo, que posean las destrezas docentes para desempeñar de manera eficaz la enseñanza de saberes útiles, novedosos y adecuados.

Trato de no perderme en algo los comentarios que cada semana publica un educólogo a quien ubico entre los mejores de nuestro país: a Manuel Gil Antón, profesor de la UAM. Muy recientemente, en su participación semanal en el periódico El Universal, el referido especialista en educación inquiría sobre si: ¿Cualquiera puede enseñar?

Sí, ciertamente Gil Antón se pone a cavilar, con maestría, en lo que debe ser un buen maestro o una buena maestra. La pregunta inicial con la que Gil Antón comienza su análisis es la de: ¿Qué se ha de entender por una persona que tiene condiciones adecuadas para trabajar en la docencia? No quién es o no un buen(a) profesor(a), sino quién es una persona adecuada para trabajar en la docencia.

Argumenta Gil Antón: “Andoni Garritz lo expresaba así: un buen maestro, una profesora valiosa, no es quien tiene el dominio total del contenido de su disciplina o especialidad (eso es ser erudito), sino la persona que tiene el dominio pedagógico del contenido establecido en los programas de estudio, esto es, del conocimiento que ha de proponer con creatividad e inteligencia para que otro lo haga suyo: eso es aprender”.

En estos tiempos, en que se están elaborando las leyes secundarias de la reforma educativa, conviene retomar el análisis del esquema de: “¿Qué experiencias formativas certificadas ha de tener quien opte por ocupar un puesto docente en el sistema educativo nacional?”

Y se va con todo Gil Antón contra la improvisación en la formación de los docentes. Transcribo literalmente: “(…) en aras de dar cumplimiento a lo establecido en el artículo 3 de la constitución, en cuanto a que los procesos de admisión al ejercicio de la docencia sean públicos, transparentes, equitativos e imparciales, con base en conocimientos y aptitudes procedentes, es necesario: que los egresados de Instituciones de Educación Superior (IES) no especializadas en la formación de profesionales de la educación, además del título que acredite su grado, han de aprobar, como condición indispensable, un proceso de habilitación para desempeñar la actividad docente”. Es decir, el hábito no hace al monje; o si se quiere, el título no quiere decir, de forma alguna, que se sabe enseñar.

A mí, que me tocado trabajar por años en la formación docente, me parece que es crucial la propuesta de Gil Antón, cuando señala que: “La profesión docente, bien vista, implica estar preparado para coordinar procesos de aprendizaje con solvencia pedagógica y conocimientos fundados.”

Sí, se deben aceptar como docentes en los diferentes niveles de la educación a quienes no sólo tengan los títulos exigibles respecto de los saberes que impartirá, sino, sobre todo, que posean las destrezas docentes para desempeñar de manera eficaz la enseñanza de saberes útiles, novedosos y adecuados.