/ lunes 22 de octubre de 2018

De xenófobos mexicanos

Decían los sabios ancianos escritores que no habían conocido a gente más racista que a los propios mexicanos. Algunos piensan que esas mañas se aprendieron en el otro lado, es decir, en los Estados Unidos, pues basta ver a los morenos agentes migratorios para saber que son los que más se ensañan con sus parientes ya considerados en el lado equivocado y más sucio de la frontera, y es aquí donde nos encontramos con los zarpazos psicológicos que consideran que la mejor negación en el ser humano es el de uno mismo, es decir, el de sus precisos orígenes. También habrá que estimar, puntualmente, que el racismo, es decir, ese rechazo hacia los que se consideran extraños a la tribu, es una constante universal desde que el Sapiens es Sapiens, y si no pregúntenles allí a nuestros extintos primos Neandertales, de cuya desaparición sobre la faz de la tierra la moderna antropología nos ha señalado como los causantes de su desaparición debido a que fuimos superiores en el arte de la guerra prehistórica. Y nos ha bastado, en días pasados, ver esa masa informe y desarrapada de migrantes cruzando las fronteras del sur del país para que las buenas conciencias de esta nación ya pongan el grito en el cielo, considerando que algo parecido a una invasión extraterrestre está ocurriendo ante la mirada complaciente e inservible de nuestras actuales autoridades, quienes no han atinado a poner en práctica una política congruente con los reclamos que día a día hacen ellas mismas a las autoridades relativas del vecino del norte en estos mismos escabrosos temas. Y allí las imágenes de la televisión y las fotografías de la prensa nos dan cuenta de un río incontable de destinos que no se dirigen hacia ninguna parte, de vidas de las que no se sabe su pasado, su presente y seguramente su incierto futuro quedará anclado en algún miserable pueblucho muy parecido a los andurriales de los que seguramente ahora están huyendo. Esos niños, jóvenes, y ancianos que se dirigen hacia el mismo abismo que Colón exorcizó ya hace más de quinientos años. Esos caminos de nadie que serán rechazados por todos debido a que, como ya acotamos, desde que el Homo Sapiens es tal todos los demás son extraños al propio clan.


Decían los sabios ancianos escritores que no habían conocido a gente más racista que a los propios mexicanos. Algunos piensan que esas mañas se aprendieron en el otro lado, es decir, en los Estados Unidos, pues basta ver a los morenos agentes migratorios para saber que son los que más se ensañan con sus parientes ya considerados en el lado equivocado y más sucio de la frontera, y es aquí donde nos encontramos con los zarpazos psicológicos que consideran que la mejor negación en el ser humano es el de uno mismo, es decir, el de sus precisos orígenes. También habrá que estimar, puntualmente, que el racismo, es decir, ese rechazo hacia los que se consideran extraños a la tribu, es una constante universal desde que el Sapiens es Sapiens, y si no pregúntenles allí a nuestros extintos primos Neandertales, de cuya desaparición sobre la faz de la tierra la moderna antropología nos ha señalado como los causantes de su desaparición debido a que fuimos superiores en el arte de la guerra prehistórica. Y nos ha bastado, en días pasados, ver esa masa informe y desarrapada de migrantes cruzando las fronteras del sur del país para que las buenas conciencias de esta nación ya pongan el grito en el cielo, considerando que algo parecido a una invasión extraterrestre está ocurriendo ante la mirada complaciente e inservible de nuestras actuales autoridades, quienes no han atinado a poner en práctica una política congruente con los reclamos que día a día hacen ellas mismas a las autoridades relativas del vecino del norte en estos mismos escabrosos temas. Y allí las imágenes de la televisión y las fotografías de la prensa nos dan cuenta de un río incontable de destinos que no se dirigen hacia ninguna parte, de vidas de las que no se sabe su pasado, su presente y seguramente su incierto futuro quedará anclado en algún miserable pueblucho muy parecido a los andurriales de los que seguramente ahora están huyendo. Esos niños, jóvenes, y ancianos que se dirigen hacia el mismo abismo que Colón exorcizó ya hace más de quinientos años. Esos caminos de nadie que serán rechazados por todos debido a que, como ya acotamos, desde que el Homo Sapiens es tal todos los demás son extraños al propio clan.