/ lunes 8 de noviembre de 2021

El metodólogo del deporte │ El día más tranquilo de mi vida

Llegó el momento de la competencia, se terminaron los duros y largos entrenamientos, el pensar que faltan pocos días para comenzar, las horas en que no pude conciliar mi sueño por tan sólo pensar en el día final.

Me levanté temprano, la competencia era a las cinco de la tarde; me bañé seguí al pie de la letra mi dieta. Luego de todo me recosté sobre un sillón de mi habitación, me relajé, visualicé todo el sacrificio viéndome mentalmente en cada uno de los fuertes entrenamientos que tuve. Me sentí confiado conmigo mismo por todo el esfuerzo por largos meses, luego de todo esto me quedé dormido por un tiempo de una hora, estaba tan relajado y no tenía ninguna presión por la competencia tan difícil que me esperaba, pues, comprendí que no debería estarlo pues yo mismo me propuse ese gran reto y aceptaría cualquier sacrificio por ganar lo que quería para mí mismo, todo esto me hacía sentirme satisfecho de que lo lograría, nada sería imposible para mí, luego abrí mi buro metí la mano y sin voltear a verlo agarré mi santo Rosario…si, mi mejor arma, un arma indestructible e invencible para las causas difíciles de lograr… poco a poco caminé sobre cada cuenta de mi Rosario hasta terminarlo… lo besé, lo colgué sobre mi cuello y me dije que no me lo quitaría hasta el momento de mi competencia. Más que todo era yo un hombre totalmente concentrado y seguro de lo que haría, los temores no fueron parte de ese día en mi mente, había esperado este día que no lo tendría que echar a perder por tan sólo temerle a mis miedos.

Abrí la puerta de mi ventana y respiré fuertemente, la brisa de los arboles me saludaban y me regalaban su oxígeno puro y fresco, el movimiento de sus hojas me saludaba y me daban ánimos al escucharlas en su movimiento con el viento, el sol abrazaba por completo mi cuerpo haciéndome sentir con una temperatura corporal que no sentí ni el frio ni el calor.

Todo estaba controlado, sólo esperaba algunas horas para entregar por completo todas las fuerzas de mi cuerpo a mí mismo dolor físico, pues, no temía a mi sangre, pues, era parte de mí, y sería interesante verla brotar sobre mis mejillas, este chorrito de sangre mía me daría un impulso increíble para darme cuenta que el camino estaría por terminar y que esta sangre quería verme levantar mis hombros en señal de victoria.

Hablé en silencio con Dios y le di gracias por darme la vida con tanto regalo tan hermoso en mi mente para crear en ella alegrías, triunfos, satisfacciones y emociones positivas no solo para mí sino, para todos aquellos que conocen de mi lucha y de mi alegría para conquistarlas.

Luego, observé mis antebrazos eran secos sin grasa y muy correosos muscularmente, mis piernas como troncos fuertes de un gran árbol frondoso. Me di cuenta que el día en que me propuse ser campeón mundial en box, ese mismo día invité a Dios a que me acompañara en todo mi trayecto hasta el último round y hasta escuchar la última campanada de la pelea. Y si… me escuchó y le gustó la idea de ir en busca de ese título mundial en mi compañía.

Era el atleta, era aquel hombre quien en cierto día y en su momento aceptó a Dios dentro de Él y lo mantuvo no tan sólo hasta la pelea si no que siempre tendría su habitación en mi corazón.

En el quinto round, con un gancho a la mandíbula noqueé a mi oponente y… me convertí en campeón mundial… todo, gracias a Dios por llevarlo a mi lado.

Llegó el momento de la competencia, se terminaron los duros y largos entrenamientos, el pensar que faltan pocos días para comenzar, las horas en que no pude conciliar mi sueño por tan sólo pensar en el día final.

Me levanté temprano, la competencia era a las cinco de la tarde; me bañé seguí al pie de la letra mi dieta. Luego de todo me recosté sobre un sillón de mi habitación, me relajé, visualicé todo el sacrificio viéndome mentalmente en cada uno de los fuertes entrenamientos que tuve. Me sentí confiado conmigo mismo por todo el esfuerzo por largos meses, luego de todo esto me quedé dormido por un tiempo de una hora, estaba tan relajado y no tenía ninguna presión por la competencia tan difícil que me esperaba, pues, comprendí que no debería estarlo pues yo mismo me propuse ese gran reto y aceptaría cualquier sacrificio por ganar lo que quería para mí mismo, todo esto me hacía sentirme satisfecho de que lo lograría, nada sería imposible para mí, luego abrí mi buro metí la mano y sin voltear a verlo agarré mi santo Rosario…si, mi mejor arma, un arma indestructible e invencible para las causas difíciles de lograr… poco a poco caminé sobre cada cuenta de mi Rosario hasta terminarlo… lo besé, lo colgué sobre mi cuello y me dije que no me lo quitaría hasta el momento de mi competencia. Más que todo era yo un hombre totalmente concentrado y seguro de lo que haría, los temores no fueron parte de ese día en mi mente, había esperado este día que no lo tendría que echar a perder por tan sólo temerle a mis miedos.

Abrí la puerta de mi ventana y respiré fuertemente, la brisa de los arboles me saludaban y me regalaban su oxígeno puro y fresco, el movimiento de sus hojas me saludaba y me daban ánimos al escucharlas en su movimiento con el viento, el sol abrazaba por completo mi cuerpo haciéndome sentir con una temperatura corporal que no sentí ni el frio ni el calor.

Todo estaba controlado, sólo esperaba algunas horas para entregar por completo todas las fuerzas de mi cuerpo a mí mismo dolor físico, pues, no temía a mi sangre, pues, era parte de mí, y sería interesante verla brotar sobre mis mejillas, este chorrito de sangre mía me daría un impulso increíble para darme cuenta que el camino estaría por terminar y que esta sangre quería verme levantar mis hombros en señal de victoria.

Hablé en silencio con Dios y le di gracias por darme la vida con tanto regalo tan hermoso en mi mente para crear en ella alegrías, triunfos, satisfacciones y emociones positivas no solo para mí sino, para todos aquellos que conocen de mi lucha y de mi alegría para conquistarlas.

Luego, observé mis antebrazos eran secos sin grasa y muy correosos muscularmente, mis piernas como troncos fuertes de un gran árbol frondoso. Me di cuenta que el día en que me propuse ser campeón mundial en box, ese mismo día invité a Dios a que me acompañara en todo mi trayecto hasta el último round y hasta escuchar la última campanada de la pelea. Y si… me escuchó y le gustó la idea de ir en busca de ese título mundial en mi compañía.

Era el atleta, era aquel hombre quien en cierto día y en su momento aceptó a Dios dentro de Él y lo mantuvo no tan sólo hasta la pelea si no que siempre tendría su habitación en mi corazón.

En el quinto round, con un gancho a la mandíbula noqueé a mi oponente y… me convertí en campeón mundial… todo, gracias a Dios por llevarlo a mi lado.