/ lunes 4 de octubre de 2021

El metodólogo del deporte │ Le regalé toda mi vida a mi pasión

Desde muy chico me gustó hacer ejercicio, fue para mí una cosa increíble, pues, me levantaba muy temprano a ejercitarme, ya sea practicando el futbol, saliendo a correr en mi bicicleta, o simplemente a correr a pie.

Mi vida la fui fincando como deportista; tuve muchos entrenadores que me ayudaron a conocer las reglas del juego. Fui competidor de varias disciplinas deportivas, lo mismo en ciertas ocasiones actuaba como réferi o arbitro de competencia. Subí cerros, corrí maratones de 42 kilómetros, al igual competí en varias ocasiones en 100 metros planos; para mí no existía ni velocidad ni las largas distancias

Sin querer, empecé a fincar mis ideas de ser algún día un entrenador. Con el tiempo, comencé a estudiar en una escuela deportiva en la materia de entrenador deportivo. Durante mi etapa de entrenador, después de terminar la de competidor, entregué mis conocimientos a muchísimos alumnos, a los cuales a Dios le pido les mande su bendición. Ganamos grandes victorias como igual fuimos reconocidos en varios países al romper récord de competencia.

Hace seis años mi vida dio el giro que todos tenemos, llegaron las enfermedades unidas a la edad; me detectaron diabetes, en mi cuerpo avanzó muy rápido. Empecé a dejar por mi enfermedad de asistir a varios entrenamientos, comencé a extrañar a mis alumnos; fue muy difícil para mí, después de que toda mi vida tenía esa alegría. Luego de esto, me tuvieron que amputar todo un pie, y la silla de ruedas fue mi destino, aun así, seguía ayudando a mis alumnos, a los cuales siempre les llame mis hijos. A los tres años desgraciadamente me volvieron amputar el otro pie y aun así me llevaban a mirar los entrenamientos. Luego de esto mi vista empezó a perder luz y perdí en un ochenta por ciento mi vista.

En cierta ocasión escuché que alguien se acercó a mí y me abrazó, y me dijo “hola mi mejor amigo y mi más grande entrenador, ¿Cómo está? De momento no supe quién era, hasta que le pregunté, y si, un gran atleta del cual fuimos campeones juntos. Le pedí nuevamente que se acercara a mí, y le di un fuerte abrazo, créanmelo que de mi vista obscura salieron varias lágrimas de emoción.

Recordamos las grandes competencias y los lugares donde las ganamos, yo en ese momento fui muy feliz, olvidé por completo mi enfermedad y mi discapacidad al caminar y al ver. Luego de esto me dijo… ¿Qué es lo que hace aquí a diario? Lo he estado observando durante todo el mes y lo veo que platica solo y luego ríe…y…luego llora.

Me quedé callado un rato, y dirigí mis ojos al cielo y le dije… mira, platico con Dios, le doy gracias que como a ti, conocí a muchos otros y no los puedo cambiar ni con esta enfermedad crónico degenerativa que tengo, pues, ustedes para mi fueron mi verdadera familia, y una gran familia no se cambia por ninguna enfermedad. Mi alumno quedó callado un instante, luego sentí que se hinco frente a mí y me abrazo, y ahora era él quien lloraba. Nos fundimos en un fuerte abrazo como el de un gran padre con su hijo amado y viceversa.

Hoy fue un gran día en mi vida, me encontró un gran amigo y un gran atleta y, charlé con él, reímos, recordamos y, soy más feliz, porque sé que Dios nuestro Señor escuchó la última voluntad que le pedí desde aquí, en mi silla de ruedas con mi discapacidad y mi corazón abierto hacia Él.

Desde muy chico me gustó hacer ejercicio, fue para mí una cosa increíble, pues, me levantaba muy temprano a ejercitarme, ya sea practicando el futbol, saliendo a correr en mi bicicleta, o simplemente a correr a pie.

Mi vida la fui fincando como deportista; tuve muchos entrenadores que me ayudaron a conocer las reglas del juego. Fui competidor de varias disciplinas deportivas, lo mismo en ciertas ocasiones actuaba como réferi o arbitro de competencia. Subí cerros, corrí maratones de 42 kilómetros, al igual competí en varias ocasiones en 100 metros planos; para mí no existía ni velocidad ni las largas distancias

Sin querer, empecé a fincar mis ideas de ser algún día un entrenador. Con el tiempo, comencé a estudiar en una escuela deportiva en la materia de entrenador deportivo. Durante mi etapa de entrenador, después de terminar la de competidor, entregué mis conocimientos a muchísimos alumnos, a los cuales a Dios le pido les mande su bendición. Ganamos grandes victorias como igual fuimos reconocidos en varios países al romper récord de competencia.

Hace seis años mi vida dio el giro que todos tenemos, llegaron las enfermedades unidas a la edad; me detectaron diabetes, en mi cuerpo avanzó muy rápido. Empecé a dejar por mi enfermedad de asistir a varios entrenamientos, comencé a extrañar a mis alumnos; fue muy difícil para mí, después de que toda mi vida tenía esa alegría. Luego de esto, me tuvieron que amputar todo un pie, y la silla de ruedas fue mi destino, aun así, seguía ayudando a mis alumnos, a los cuales siempre les llame mis hijos. A los tres años desgraciadamente me volvieron amputar el otro pie y aun así me llevaban a mirar los entrenamientos. Luego de esto mi vista empezó a perder luz y perdí en un ochenta por ciento mi vista.

En cierta ocasión escuché que alguien se acercó a mí y me abrazó, y me dijo “hola mi mejor amigo y mi más grande entrenador, ¿Cómo está? De momento no supe quién era, hasta que le pregunté, y si, un gran atleta del cual fuimos campeones juntos. Le pedí nuevamente que se acercara a mí, y le di un fuerte abrazo, créanmelo que de mi vista obscura salieron varias lágrimas de emoción.

Recordamos las grandes competencias y los lugares donde las ganamos, yo en ese momento fui muy feliz, olvidé por completo mi enfermedad y mi discapacidad al caminar y al ver. Luego de esto me dijo… ¿Qué es lo que hace aquí a diario? Lo he estado observando durante todo el mes y lo veo que platica solo y luego ríe…y…luego llora.

Me quedé callado un rato, y dirigí mis ojos al cielo y le dije… mira, platico con Dios, le doy gracias que como a ti, conocí a muchos otros y no los puedo cambiar ni con esta enfermedad crónico degenerativa que tengo, pues, ustedes para mi fueron mi verdadera familia, y una gran familia no se cambia por ninguna enfermedad. Mi alumno quedó callado un instante, luego sentí que se hinco frente a mí y me abrazo, y ahora era él quien lloraba. Nos fundimos en un fuerte abrazo como el de un gran padre con su hijo amado y viceversa.

Hoy fue un gran día en mi vida, me encontró un gran amigo y un gran atleta y, charlé con él, reímos, recordamos y, soy más feliz, porque sé que Dios nuestro Señor escuchó la última voluntad que le pedí desde aquí, en mi silla de ruedas con mi discapacidad y mi corazón abierto hacia Él.