El cuarteto de aspirantes a la silla presidencial mexicana terminarán como personajes de reparto, pero es tal la vehemencia de los argumentos de cada cual, el brillo de sus pupilas cuando hablan del futuro, el fervor de sus círculos inmediatos que uno podría suponer que hay cuatro tronos aguardando detrás de la boleta electoral.
Las grandes aspiraciones políticas no se consiguen sin una dosis considerable de ambición. Cualquiera que se sienta con los méritos suficientes para aspirar a dirigir los destinos de todos sus conciudadanos requiere de un ego de proporciones épicas.
Hay sin duda una cuota de soberbia que resulta indispensable para blindarse frente a los contratiempos y las muchas probabilidades adversas. Dejar de ver el elefante en la habitación, negarse a aceptar los datos que la incómoda realidad se empecina en enviarles.
Este cuarteto de suspirantes por la silla presidencial terminarán como personajes de reparto de esta historia. Los cuatro están convencidos que los otros no son más que animadores de su conquista histórica. Y tienen razón. Pero sólo uno ellos. ¿Cuál?