/ jueves 26 de mayo de 2022

¿Estás o no estás?

Es normal que, en sociedades plurales, como lo es la mexicana, no estemos siempre de acuerdo en cómo resolver los problemas. Hay muchos «Méxicos», por decirlo de alguna manera, situaciones y contextos variados que nos hacen entender la realidad de distintas formas. Las diversas opiniones son una riqueza. El problema es cuando el discurso se reduce a un simple «¿estás o no estás conmigo?».

Suponer que alguien tiene toda la razón en la forma de solucionar lo que nos aqueja como sociedad es un error. Culpar de todo a los anteriores es inexacto. Idealizar a nuestros líderes, del ámbito que sea incluyendo el religioso, como si pudieran resolver todo es una utopía, y nos lleva a una cerrazón que nos impide reconocer la realidad como es con sus matices.

La posición de quien reduce todo a «¿estás o no estás conmigo?», no soporta la crítica ni valora la retroalimentación. La única visión posible es la suya. Y muchas veces hemos caído en este juego. Nadie puede atribuirse la verdad absoluta, sobre todo en cuestiones prácticas que tienen diversas soluciones posibles.

Hemos perdido la capacidad de discernir sobre lo que sucede a nuestro alrededor, y peor aún, nos dejamos imponer ideologías contrarias a la verdad sin mucha reflexión. Por eso debemos ser conscientes del enfoque que le dan a los datos nuestras fuentes de información.

Con facilidad reducimos la realidad a dos bandos: uno está bien y el otro está mal. No caben términos medios y eso significa ignorar la complejidad del mundo en que vivimos. Esta actitud nos hace indiferentes a lo que no nos gusta, no nos conviene o simplemente no nos interesa. Y sin embargo, la realidad y sus problemas no dejan de existir, ni las personas que sufren.

No se trata de estar o no estar con alguien. Se trata de reconocer los hechos como son para salir adelante. La polarización que estamos viviendo en México no nos ayuda. El problema es la falta de realismo en unos y la cerrazón en otros para comprender a tantos mexicanos que no han tenido suficientes oportunidades. La división es consecuencia de una escandalosa y prolongada desigualdad que necesitamos combatir.

«Los problemas no se solucionan solos», ha dicho nuestro obispo Don Sigifredo Noriega en referencia al caso de Caleb, el niño de tres años que perdió la vida en Fresnillo por la inseguridad que vivimos. Los creyentes sabemos que podemos recurrir a la oración, pero también debemos aprender a solucionar los problemas de nuestro querido México juntos, con los que piensan como nosotros y sobre todo con los que piensan diferente, ya que queremos lo mismo: un mejor país para todos. ¡Gracias!

Es normal que, en sociedades plurales, como lo es la mexicana, no estemos siempre de acuerdo en cómo resolver los problemas. Hay muchos «Méxicos», por decirlo de alguna manera, situaciones y contextos variados que nos hacen entender la realidad de distintas formas. Las diversas opiniones son una riqueza. El problema es cuando el discurso se reduce a un simple «¿estás o no estás conmigo?».

Suponer que alguien tiene toda la razón en la forma de solucionar lo que nos aqueja como sociedad es un error. Culpar de todo a los anteriores es inexacto. Idealizar a nuestros líderes, del ámbito que sea incluyendo el religioso, como si pudieran resolver todo es una utopía, y nos lleva a una cerrazón que nos impide reconocer la realidad como es con sus matices.

La posición de quien reduce todo a «¿estás o no estás conmigo?», no soporta la crítica ni valora la retroalimentación. La única visión posible es la suya. Y muchas veces hemos caído en este juego. Nadie puede atribuirse la verdad absoluta, sobre todo en cuestiones prácticas que tienen diversas soluciones posibles.

Hemos perdido la capacidad de discernir sobre lo que sucede a nuestro alrededor, y peor aún, nos dejamos imponer ideologías contrarias a la verdad sin mucha reflexión. Por eso debemos ser conscientes del enfoque que le dan a los datos nuestras fuentes de información.

Con facilidad reducimos la realidad a dos bandos: uno está bien y el otro está mal. No caben términos medios y eso significa ignorar la complejidad del mundo en que vivimos. Esta actitud nos hace indiferentes a lo que no nos gusta, no nos conviene o simplemente no nos interesa. Y sin embargo, la realidad y sus problemas no dejan de existir, ni las personas que sufren.

No se trata de estar o no estar con alguien. Se trata de reconocer los hechos como son para salir adelante. La polarización que estamos viviendo en México no nos ayuda. El problema es la falta de realismo en unos y la cerrazón en otros para comprender a tantos mexicanos que no han tenido suficientes oportunidades. La división es consecuencia de una escandalosa y prolongada desigualdad que necesitamos combatir.

«Los problemas no se solucionan solos», ha dicho nuestro obispo Don Sigifredo Noriega en referencia al caso de Caleb, el niño de tres años que perdió la vida en Fresnillo por la inseguridad que vivimos. Los creyentes sabemos que podemos recurrir a la oración, pero también debemos aprender a solucionar los problemas de nuestro querido México juntos, con los que piensan como nosotros y sobre todo con los que piensan diferente, ya que queremos lo mismo: un mejor país para todos. ¡Gracias!