/ jueves 17 de febrero de 2022

Los falsos profetas

Una de las advertencias más recurrentes en la Sagrada Escritura, desde el Antiguo Testamento, es estar alerta frente a los falsos profetas. Aquellos que se presentan como lo que no son o prometen lo que no pueden cumplir, ya sea porque las condiciones no lo permiten o simplemente por incompetencia. Hablan de algo que en realidad no viven o no creen, porque sus actos dicen lo contrario.

Nuestra condición frágil y vulnerable, pues estamos expuestos al sufrimiento físico, psicológico, moral o espiritual y finalmente a la muerte, nos empuja a buscar quién nos salve de todo tipo de aflicciones. Está bien ser conscientes de nuestras carencias, propias de la humanidad, el problema es buscar falsos mesías que al final nos llevan a callejones sin salida.

Los falsos profetas modernos parecen creer que en muchos sentidos la historia comienza con ellos. No siempre valoran lo anterior y se sienten creadores de un futuro totalmente nuevo. Por supuesto que todo tiempo pasado tiene sus luces y sombras. Sin embargo, somos parte de una realidad que no empieza con nosotros, pero sí nos toca transformarla discerniendo lo que debe permanecer y lo que debe cambiar.

Los falsos mesías terminan erigiéndose en la fuente de la verdad y la mentira. Decretan lo que está bien y lo que está mal. Por eso no soportan la crítica y los señalamientos, porque las normas éticas y morales, que son un referente para todos sin importar la posición o estatus, terminan estorbándoles a sus intereses. Sobre todo en el amañado uso del lenguaje se ve su juego entre la veracidad y la falacia. Una mentira dicha mil veces, sigue siendo una mentira, aunque la repetición de la misma puede hacer que muchos la crean.

Un falso profeta tiene también dificultad para aceptar su responsabilidad. Hoy parece una práctica frecuente. Se prefiere repartir culpas antes que reconocer las propias obligaciones o la incapacidad. No siempre es solo falta de compromiso, sino también insuficiente comprensión de las tareas asumidas.

Los falsos profetas en parte son también los falsos ídolos modernos. Los encumbramos como si pudieran salvarnos de todo, incluso pretendiendo traspasarles nuestra responsabilidad para que nos eximan de ella. Jesús nos advirtió en varias ocasiones: «Guárdense bien de los falsos profetas que se les acercan disfrazados de oveja, pero por dentro son lobos voraces. Por sus frutos los conocerán» (Mt 7, 15-16a). «Obras son amores y no buenas razones». En todo tipo de instituciones, públicas y privadas y a veces por desgracia también eclesiales, encontramos estos personajes. Solo Dios salva realmente y solo Dios merece adoración. Estemos atentos para no caer en este error o para no convertirnos en falsos profetas. ¡Gracias!

Una de las advertencias más recurrentes en la Sagrada Escritura, desde el Antiguo Testamento, es estar alerta frente a los falsos profetas. Aquellos que se presentan como lo que no son o prometen lo que no pueden cumplir, ya sea porque las condiciones no lo permiten o simplemente por incompetencia. Hablan de algo que en realidad no viven o no creen, porque sus actos dicen lo contrario.

Nuestra condición frágil y vulnerable, pues estamos expuestos al sufrimiento físico, psicológico, moral o espiritual y finalmente a la muerte, nos empuja a buscar quién nos salve de todo tipo de aflicciones. Está bien ser conscientes de nuestras carencias, propias de la humanidad, el problema es buscar falsos mesías que al final nos llevan a callejones sin salida.

Los falsos profetas modernos parecen creer que en muchos sentidos la historia comienza con ellos. No siempre valoran lo anterior y se sienten creadores de un futuro totalmente nuevo. Por supuesto que todo tiempo pasado tiene sus luces y sombras. Sin embargo, somos parte de una realidad que no empieza con nosotros, pero sí nos toca transformarla discerniendo lo que debe permanecer y lo que debe cambiar.

Los falsos mesías terminan erigiéndose en la fuente de la verdad y la mentira. Decretan lo que está bien y lo que está mal. Por eso no soportan la crítica y los señalamientos, porque las normas éticas y morales, que son un referente para todos sin importar la posición o estatus, terminan estorbándoles a sus intereses. Sobre todo en el amañado uso del lenguaje se ve su juego entre la veracidad y la falacia. Una mentira dicha mil veces, sigue siendo una mentira, aunque la repetición de la misma puede hacer que muchos la crean.

Un falso profeta tiene también dificultad para aceptar su responsabilidad. Hoy parece una práctica frecuente. Se prefiere repartir culpas antes que reconocer las propias obligaciones o la incapacidad. No siempre es solo falta de compromiso, sino también insuficiente comprensión de las tareas asumidas.

Los falsos profetas en parte son también los falsos ídolos modernos. Los encumbramos como si pudieran salvarnos de todo, incluso pretendiendo traspasarles nuestra responsabilidad para que nos eximan de ella. Jesús nos advirtió en varias ocasiones: «Guárdense bien de los falsos profetas que se les acercan disfrazados de oveja, pero por dentro son lobos voraces. Por sus frutos los conocerán» (Mt 7, 15-16a). «Obras son amores y no buenas razones». En todo tipo de instituciones, públicas y privadas y a veces por desgracia también eclesiales, encontramos estos personajes. Solo Dios salva realmente y solo Dios merece adoración. Estemos atentos para no caer en este error o para no convertirnos en falsos profetas. ¡Gracias!