/ lunes 6 de mayo de 2024

Guerra de encuestas electorales

Tengo la ligerísima sospecha de que la mayor parte de las encuestas sobre preferencias electorales están trucadas, pagadas al mejor postor, pues. No es posible, desde el punto de vista estadístico, racional o del que se le vea, que existan algunas muestras que den treinta o cuarenta puntos de ventaja a un candidato o candidata y, luego otras, que las empaten o que den ventajas al inicialmente desaventajado. Ello no es verosímil.

Entonces, se preguntarán los atentísimos dos lectores de esta columna, incluyendo al suscrito, ¿porqué los estrategas de los partidos políticos se desviven y se desgarran las vestiduras, y destinan gran parte de los presupuestos para pagar a casas de sondeos y les den amplios márgenes de ventaja, con independencia de la realidad circundante?

La respuesta a esa pregunta es relativamente sencilla y tiene que ver con la psicología individual de la vanidad, la arrogancia y la soberbia social que inveteradamente caracteriza al votante, en este mundo y en los otros: a nadie le gusta perder, y todos quieren ser ganadores, aún cuando en materia del voto popular ello sea un sin sentido manifiesto, pues quien realmente gana es el político gandalla, y no quien por él se decide. Es decir, el sufragante siente que la opción por la que se decide “debe” ser la ganadora, pues de otra forma, si pierde esa alternativa, se verá como si estuviese equivocado en su decisión. A nadie le gusta que le digan: “perdió tu gallo (o gallina, para el caso actual)”, porque ello se traduce en un error de voluntad o de inteligencia del cual se hace responsable al propio votante. Por ello, las encuestas ganadoras fungen como inductoras del voto en determinado sentido. Así la pequeñez de nuestra cabecita.

Sabedores pues, de esta faceta psicológica, los estrategas electorales gastan el dinero de nuestras contribuciones en compañías de encuestas a modo para que las realicen con resultados acordados de antemano. Supongo, que a mayor margen de ventaja que se refleje en el susodicho resultado, es mayor el precio que se debe pagar, cual acuerdo de prostitución de márgenes crecientes: mayor diferencia, mayor precio.

Considero, adicionalmente, que, bajo ciertas circunstancias de inclinaciones electorales reales, los perversos cerebros partidistas, a través de publicar resultados notoriamente mentirosos y donde se da un amplio margen de ventaja a alguna aspirina, pretenden desincentivar la emisión del sufragio en una capa poblacional que no le es favorable a sus candidaturas, ello bajo la premisa de que si el arroz ya se coció, ya no vale la pena gastar el tiempo en ir a sufragar.

La mejor encuesta se realiza el día de las elecciones, yendo a votar, sin duda alguna.

Tengo la ligerísima sospecha de que la mayor parte de las encuestas sobre preferencias electorales están trucadas, pagadas al mejor postor, pues. No es posible, desde el punto de vista estadístico, racional o del que se le vea, que existan algunas muestras que den treinta o cuarenta puntos de ventaja a un candidato o candidata y, luego otras, que las empaten o que den ventajas al inicialmente desaventajado. Ello no es verosímil.

Entonces, se preguntarán los atentísimos dos lectores de esta columna, incluyendo al suscrito, ¿porqué los estrategas de los partidos políticos se desviven y se desgarran las vestiduras, y destinan gran parte de los presupuestos para pagar a casas de sondeos y les den amplios márgenes de ventaja, con independencia de la realidad circundante?

La respuesta a esa pregunta es relativamente sencilla y tiene que ver con la psicología individual de la vanidad, la arrogancia y la soberbia social que inveteradamente caracteriza al votante, en este mundo y en los otros: a nadie le gusta perder, y todos quieren ser ganadores, aún cuando en materia del voto popular ello sea un sin sentido manifiesto, pues quien realmente gana es el político gandalla, y no quien por él se decide. Es decir, el sufragante siente que la opción por la que se decide “debe” ser la ganadora, pues de otra forma, si pierde esa alternativa, se verá como si estuviese equivocado en su decisión. A nadie le gusta que le digan: “perdió tu gallo (o gallina, para el caso actual)”, porque ello se traduce en un error de voluntad o de inteligencia del cual se hace responsable al propio votante. Por ello, las encuestas ganadoras fungen como inductoras del voto en determinado sentido. Así la pequeñez de nuestra cabecita.

Sabedores pues, de esta faceta psicológica, los estrategas electorales gastan el dinero de nuestras contribuciones en compañías de encuestas a modo para que las realicen con resultados acordados de antemano. Supongo, que a mayor margen de ventaja que se refleje en el susodicho resultado, es mayor el precio que se debe pagar, cual acuerdo de prostitución de márgenes crecientes: mayor diferencia, mayor precio.

Considero, adicionalmente, que, bajo ciertas circunstancias de inclinaciones electorales reales, los perversos cerebros partidistas, a través de publicar resultados notoriamente mentirosos y donde se da un amplio margen de ventaja a alguna aspirina, pretenden desincentivar la emisión del sufragio en una capa poblacional que no le es favorable a sus candidaturas, ello bajo la premisa de que si el arroz ya se coció, ya no vale la pena gastar el tiempo en ir a sufragar.

La mejor encuesta se realiza el día de las elecciones, yendo a votar, sin duda alguna.