/ miércoles 8 de agosto de 2018

La cantidad correcta es cero

Tomo para olvidar… que soy un alcohólico… Tomado de “El Principito”

El azúcar no siempre fue tan popular como lo es en la actualidad. De hecho, en algunos momentos de la Historia, este edulcorante era de uso exclusivo de las élites, y se asociaba con la solvencia económica.

Misteriosamente, las familias reales morían de saciedad, sin que se conociera el origen de sus males, muchos de ellos conectados con el consumo de azúcar. La miel, uno de los mejores alimentos y medicamentes, pasó a ser el endulzante de los pobres.

Los efectos nocivos del consumo excesivo de dulce eran ignorados por el común de las personas. Al parecer, George Washington murió habiendo perdido el total de su dentadura, gracias a su afición por los postres.

El consumo de tabaco, hasta hace relativamente poco tiempo era considerado inocuo y no sólo eso, sino además un símbolo de distinción y elegancia. Su labor destructiva sobre los pulmones, se conocía desde los primeros años del siglo XX, pero apenas con un siglo de retraso se empiezan a tomar medidas para proteger a los no fumadores, dada la gran capacidad expansiva de los gases producidos por la combustión del tabaco, mismos que contienen varios cientos de sustancias nocivas.

El alcohol tiene una historia semejante. Aún se cree que un consumo “moderado” de bebidas alcohólicas como el vino de mesa o la cerveza contribuyen a la conservación de la buena salud. Las mentiras muchas veces repetidas llegan a tomar el aspecto que sólo corresponde a la verdad.

En septiembre de 2015, la prestigiada publicación científica Clinics and Research in Hepatology and Gastroenterology (www.sciencedirect.com), publicó el artículo Chronic alcohol drinking: liver and pancreaticcancer?, firmado por el norteamericano Samir Zakhari de la Universidad de Washington.

En su trabajo, Zakhari identifica el consumo crónico de alcohol, como el hábito que no necesariamente conduce a la embriaguez: el aperitivo, la sobremesa, el brindis, y en fin, todas esas tradiciones alcohólicas consideradas parte de la “sana” convivencia cotidiana. Aporta además, elementos que apuntan hacia una relación causal entre este hábito de consumo y los cánceres hepático y pancreático.

Por supuesto, no se trata de un estudio concluyente, y afirmar que el consumo consuetudinario de alcohol tiene asociado un alto grado de riesgo es todavía prematuro. No obstante, no tardarán en aparecer otros estudios que hagan aportaciones científicas, y lo que si se desprende desde ahora es que no hay consumo alcohólico que aporte a la salud.

Tanto el azúcar como el tabaco y el alcohol poseen una gran capacidad adictiva, derivando en dependencia física y psicológica. En lo que se refiere al tabaco y al alcohol, por lo menos, la cantidad correcta es cero.


Tomo para olvidar… que soy un alcohólico… Tomado de “El Principito”

El azúcar no siempre fue tan popular como lo es en la actualidad. De hecho, en algunos momentos de la Historia, este edulcorante era de uso exclusivo de las élites, y se asociaba con la solvencia económica.

Misteriosamente, las familias reales morían de saciedad, sin que se conociera el origen de sus males, muchos de ellos conectados con el consumo de azúcar. La miel, uno de los mejores alimentos y medicamentes, pasó a ser el endulzante de los pobres.

Los efectos nocivos del consumo excesivo de dulce eran ignorados por el común de las personas. Al parecer, George Washington murió habiendo perdido el total de su dentadura, gracias a su afición por los postres.

El consumo de tabaco, hasta hace relativamente poco tiempo era considerado inocuo y no sólo eso, sino además un símbolo de distinción y elegancia. Su labor destructiva sobre los pulmones, se conocía desde los primeros años del siglo XX, pero apenas con un siglo de retraso se empiezan a tomar medidas para proteger a los no fumadores, dada la gran capacidad expansiva de los gases producidos por la combustión del tabaco, mismos que contienen varios cientos de sustancias nocivas.

El alcohol tiene una historia semejante. Aún se cree que un consumo “moderado” de bebidas alcohólicas como el vino de mesa o la cerveza contribuyen a la conservación de la buena salud. Las mentiras muchas veces repetidas llegan a tomar el aspecto que sólo corresponde a la verdad.

En septiembre de 2015, la prestigiada publicación científica Clinics and Research in Hepatology and Gastroenterology (www.sciencedirect.com), publicó el artículo Chronic alcohol drinking: liver and pancreaticcancer?, firmado por el norteamericano Samir Zakhari de la Universidad de Washington.

En su trabajo, Zakhari identifica el consumo crónico de alcohol, como el hábito que no necesariamente conduce a la embriaguez: el aperitivo, la sobremesa, el brindis, y en fin, todas esas tradiciones alcohólicas consideradas parte de la “sana” convivencia cotidiana. Aporta además, elementos que apuntan hacia una relación causal entre este hábito de consumo y los cánceres hepático y pancreático.

Por supuesto, no se trata de un estudio concluyente, y afirmar que el consumo consuetudinario de alcohol tiene asociado un alto grado de riesgo es todavía prematuro. No obstante, no tardarán en aparecer otros estudios que hagan aportaciones científicas, y lo que si se desprende desde ahora es que no hay consumo alcohólico que aporte a la salud.

Tanto el azúcar como el tabaco y el alcohol poseen una gran capacidad adictiva, derivando en dependencia física y psicológica. En lo que se refiere al tabaco y al alcohol, por lo menos, la cantidad correcta es cero.


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