/ viernes 5 de octubre de 2018

La paz, al final del camino errante

¿Cuándo entiende un ser humano estar en el otoño dorado de su vida? Podrían ser las canas que lucimos en la cabellera el detonante de haber llegado hasta dicha “estación”. Pero no, al margen de ello, uno certifica estar en el otoño dorado de su existencia cuando vive de forma espiritual sin importarle para nada todo aquello que tenemos dejar en nuestra partida. Es como una especie de comprensión interior, una forma de perdonarnos a nosotros mismos por todos los errores cometidos y, a partir de ese momento, a vivir la vida como si fuera el último día de nuestra existencia.

Cuando éramos jóvenes queríamos conquistar el mundo con nuestras acciones; ahora, para nuestra dicha, somos unos conquistados por la vida. No hay afanes que nos torturen, ni tampoco ambiciones que nos deslumbren. Ahora, un abrazo nos reconforta más que un fajo de billetes; una sonrisa nos alegra el alma; un amigo nos ayuda a vivir; y si tenemos salud sabemos comprender que somos esencialmente ricos. Esta es la diferencia que podemos encontrar desde la primavera ilusionante en que vivimos, al otoño dorado donde hemos logrado la paz que andábamos buscando en nuestra errante vida.


¿Cuándo entiende un ser humano estar en el otoño dorado de su vida? Podrían ser las canas que lucimos en la cabellera el detonante de haber llegado hasta dicha “estación”. Pero no, al margen de ello, uno certifica estar en el otoño dorado de su existencia cuando vive de forma espiritual sin importarle para nada todo aquello que tenemos dejar en nuestra partida. Es como una especie de comprensión interior, una forma de perdonarnos a nosotros mismos por todos los errores cometidos y, a partir de ese momento, a vivir la vida como si fuera el último día de nuestra existencia.

Cuando éramos jóvenes queríamos conquistar el mundo con nuestras acciones; ahora, para nuestra dicha, somos unos conquistados por la vida. No hay afanes que nos torturen, ni tampoco ambiciones que nos deslumbren. Ahora, un abrazo nos reconforta más que un fajo de billetes; una sonrisa nos alegra el alma; un amigo nos ayuda a vivir; y si tenemos salud sabemos comprender que somos esencialmente ricos. Esta es la diferencia que podemos encontrar desde la primavera ilusionante en que vivimos, al otoño dorado donde hemos logrado la paz que andábamos buscando en nuestra errante vida.


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