/ lunes 18 de enero de 2021

Las enseñanzas de Calígula

Como muchos lectores lo saben, Cayo Julio César Augusto Germánico, comúnmente conocido como Calígula, fue un emperador de la antigua Roma que tuvo un brevísimo pero estridente período como titular de la magistratura máxima de sólo cuatro años. Hijo del general Germánico y sobrino del emperador Tiberio, a quien sucedió después de un período también de turbulencia política inenarrable.

La vida y obra de este personaje son más conocidas por sus escándalos públicos y privados que por las exiguas aportaciones a la administración imperial. Historiadores como Filón de Alejandría, Séneca el Joven, Suetonio, Dion Casio e inclusive Josefo, insisten en retratarlo para la posteridad como un demente irascible, caprichoso, derrochador, enfermo sexual y con una crueldad infinita. Se le acusaba de presumir reiteradamente que se acostaba con las esposas de sus súbditos, de los Senadores y de cuanta mujer hermosa o que le gustara, se le atravesaba en su camino; son elocuentes las historias que hablan de que en pleno banquete, y en la propia mesa, poseía a las esposas de los invitados quienes en ese momento departían con él y quienes, estupefactos, sólo se limitaban a observar por temor a ser degollados por la guardia pretoriana; de igual forma, se afirmaba que mantenía relaciones incestuosas con sus hermanas Agripina la Menor, Julia Drusila y Julia Livila, a quienes se dice que obligó a prostituirse, junto con las damas de la alta sociedad, para enderezar las torcidas finanzas del imperio, convirtiendo el palacio en un burdel; se le imputaba haber matado a su hermana Drusila embarazada, arrancando el bebé de su vientre mientras todavía estaba viva; es notable la inculpación que le indilgan de haber nombrado a su caballo Incitatus como Cónsul y Sacerdote del Imperio; y no menos grave, para la posteridad, el hecho de haberse declarado Dios, mandando colocar varias estatuas de su figura a lo largo y ancho de los territorios que gobernaba, incluyendo la gran imagen que se erigió en el Templo de Jerusalén. Por supuesto las matanzas indiscriminadas de Senadores, opositores políticos y cuanto se le atravesó en su camino, como consecuencia de sus delirios de persecución, se dan por sentadas por ser hechos muy referidos.

Lo cierto es que las acciones del emperador, ciertas o no, exageradas o precisas, afectaron gravemente los intereses de la clase gobernante en general, la estabilidad política del imperio y la disciplina de las fuerzas legionarias, por lo que, previa conspiración en su contra, el mismo fue asesinado por su propia guardia pretoriana, mediante un complot liderado por el tribuno Casio Querea.

En el momento actual, somos espectadores del fin del período de un presidente de nuestros vecinos del norte, a quien, muchos de sus coterráneos, han comparado con el emperador en comento y le han atribuido acciones, conductas y decisiones muy parecidas a las que observó Calígula en aquéllos entonces, dispensadas las necesarias diferencias de los paralelismos por los diversos momentos históricos.

La biografía de los gobernantes que se han caracterizado por la megalomanía, las locuras, ocurrencias, derroches, caprichos, mentiras y conceptos similares y adyacentes, nunca terminan bien.

Por eso dicen que la historia nunca se equivoca.

Como muchos lectores lo saben, Cayo Julio César Augusto Germánico, comúnmente conocido como Calígula, fue un emperador de la antigua Roma que tuvo un brevísimo pero estridente período como titular de la magistratura máxima de sólo cuatro años. Hijo del general Germánico y sobrino del emperador Tiberio, a quien sucedió después de un período también de turbulencia política inenarrable.

La vida y obra de este personaje son más conocidas por sus escándalos públicos y privados que por las exiguas aportaciones a la administración imperial. Historiadores como Filón de Alejandría, Séneca el Joven, Suetonio, Dion Casio e inclusive Josefo, insisten en retratarlo para la posteridad como un demente irascible, caprichoso, derrochador, enfermo sexual y con una crueldad infinita. Se le acusaba de presumir reiteradamente que se acostaba con las esposas de sus súbditos, de los Senadores y de cuanta mujer hermosa o que le gustara, se le atravesaba en su camino; son elocuentes las historias que hablan de que en pleno banquete, y en la propia mesa, poseía a las esposas de los invitados quienes en ese momento departían con él y quienes, estupefactos, sólo se limitaban a observar por temor a ser degollados por la guardia pretoriana; de igual forma, se afirmaba que mantenía relaciones incestuosas con sus hermanas Agripina la Menor, Julia Drusila y Julia Livila, a quienes se dice que obligó a prostituirse, junto con las damas de la alta sociedad, para enderezar las torcidas finanzas del imperio, convirtiendo el palacio en un burdel; se le imputaba haber matado a su hermana Drusila embarazada, arrancando el bebé de su vientre mientras todavía estaba viva; es notable la inculpación que le indilgan de haber nombrado a su caballo Incitatus como Cónsul y Sacerdote del Imperio; y no menos grave, para la posteridad, el hecho de haberse declarado Dios, mandando colocar varias estatuas de su figura a lo largo y ancho de los territorios que gobernaba, incluyendo la gran imagen que se erigió en el Templo de Jerusalén. Por supuesto las matanzas indiscriminadas de Senadores, opositores políticos y cuanto se le atravesó en su camino, como consecuencia de sus delirios de persecución, se dan por sentadas por ser hechos muy referidos.

Lo cierto es que las acciones del emperador, ciertas o no, exageradas o precisas, afectaron gravemente los intereses de la clase gobernante en general, la estabilidad política del imperio y la disciplina de las fuerzas legionarias, por lo que, previa conspiración en su contra, el mismo fue asesinado por su propia guardia pretoriana, mediante un complot liderado por el tribuno Casio Querea.

En el momento actual, somos espectadores del fin del período de un presidente de nuestros vecinos del norte, a quien, muchos de sus coterráneos, han comparado con el emperador en comento y le han atribuido acciones, conductas y decisiones muy parecidas a las que observó Calígula en aquéllos entonces, dispensadas las necesarias diferencias de los paralelismos por los diversos momentos históricos.

La biografía de los gobernantes que se han caracterizado por la megalomanía, las locuras, ocurrencias, derroches, caprichos, mentiras y conceptos similares y adyacentes, nunca terminan bien.

Por eso dicen que la historia nunca se equivoca.