/ jueves 2 de junio de 2022

Locura sin fin

Creo que en algún momento nos ha pasado a todos: querernos liberar de alguna idea, de algún trauma, de un vicio incontrolable (el que sea), de un pensamiento recurrente que no podemos echarlo al basurero del subconsciente, o simplemente, como en las pesadillas en donde vamos cayendo a un abismo sin fin, sin saber qué está en el fondo, y nuestras fuerzas son tan exiguas que nos abandonamos sin ganas y resignados a luchar en contra de lo que suponemos no podemos, sea por pereza o por aceptar un destino que no evitaremos de ninguna manera. En este contexto ontológico estamos siendo testigos de un desastre anunciado que culturalmente están viviendo nuestros vecinos del norte, en un contexto particular de violencia, pero que también a nosotros nos toca vivir, en otra situación como nación individual.

Desde días pasados, hemos sido espectadores de otro suceso traumático narrado a detalle por los medios masivos de comunicación y también viralizado en todas las redes sociales. La matanza de 19 niños en Uvalde, Texas, donde un joven de escasos dieciocho años, al menos con un rifle de asalto y otra arma, cegó la vida de pequeños inocentes, junto con dos maestras en las instalaciones de una primaria.

Ya desde hace décadas, en aquél país, han sido varios, diversos y recurrentes los tiroteos masivos en instituciones educativas, donde una persona, seguramente afectada en sus facultades mentales, cargando un arma automática entra a una escuela, se dirige a algún aula o lugar donde se encuentran varios infantes o adolescentes y comienza la masacre. Según datos disponibles, en la más sanguinaria fallecieron 20 niños, pero han existido varias que se acercan a esta cifra.

¿Qué mueve la mente y el deseo de una persona de matar niños simplemente por matarlos? Seguramente es una pregunta que seguirán tratando de contestar los más avezados especialistas en la materia, y a la cual, por su complejidad intrínseca, será difícil de responder con una sola teoría.

Sin embargo, una circunstancia que si es un hecho incontrovertible es que la facilidad en aquélla altitud de que casi todo mundo tiene de obtener un rifle de asalto y, en general, casi cualquier tipo de arma de fuego, es un factor causal en este tipo de tragedias, no obstante que algunos lo puedan negar. De hecho, comprar un arma en Texas y en algunos otros Estados de la Unión, es más accesible que comprar alcohol, tabaco o simplemente jugar a la lotería, algo que escapa a cualquier razonamiento sensato.

Una muestra de esquizofrenia colectiva es la propuesta de armar a maestros para repeler este tipo de agresiones, y que en términos llanos consiste en querer apagar el fuego con gasolina. La anteposición del derecho constitucional a poseer o portar un arma en relación con esta tragedia es comparable a querer discutir con una horda de trogloditas de la era cuaternaria.

Pero no se nos suponga libres de toda culpa histórica, ya que aquí tampoco cantamos mal las rancheras, pues ha sido política inveterada de los útlimos tiempos (varias décadas ya), el querer enfrentar la inseguridad rampante con la militarización, sin haber obtenido nunca ningún resultado positivo y tangible, es decir, se hace realidad aquélla célebre frase atribuida a un aún más egregio científico que reza más o menos así:

“Locura es hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes”.

Creo que en algún momento nos ha pasado a todos: querernos liberar de alguna idea, de algún trauma, de un vicio incontrolable (el que sea), de un pensamiento recurrente que no podemos echarlo al basurero del subconsciente, o simplemente, como en las pesadillas en donde vamos cayendo a un abismo sin fin, sin saber qué está en el fondo, y nuestras fuerzas son tan exiguas que nos abandonamos sin ganas y resignados a luchar en contra de lo que suponemos no podemos, sea por pereza o por aceptar un destino que no evitaremos de ninguna manera. En este contexto ontológico estamos siendo testigos de un desastre anunciado que culturalmente están viviendo nuestros vecinos del norte, en un contexto particular de violencia, pero que también a nosotros nos toca vivir, en otra situación como nación individual.

Desde días pasados, hemos sido espectadores de otro suceso traumático narrado a detalle por los medios masivos de comunicación y también viralizado en todas las redes sociales. La matanza de 19 niños en Uvalde, Texas, donde un joven de escasos dieciocho años, al menos con un rifle de asalto y otra arma, cegó la vida de pequeños inocentes, junto con dos maestras en las instalaciones de una primaria.

Ya desde hace décadas, en aquél país, han sido varios, diversos y recurrentes los tiroteos masivos en instituciones educativas, donde una persona, seguramente afectada en sus facultades mentales, cargando un arma automática entra a una escuela, se dirige a algún aula o lugar donde se encuentran varios infantes o adolescentes y comienza la masacre. Según datos disponibles, en la más sanguinaria fallecieron 20 niños, pero han existido varias que se acercan a esta cifra.

¿Qué mueve la mente y el deseo de una persona de matar niños simplemente por matarlos? Seguramente es una pregunta que seguirán tratando de contestar los más avezados especialistas en la materia, y a la cual, por su complejidad intrínseca, será difícil de responder con una sola teoría.

Sin embargo, una circunstancia que si es un hecho incontrovertible es que la facilidad en aquélla altitud de que casi todo mundo tiene de obtener un rifle de asalto y, en general, casi cualquier tipo de arma de fuego, es un factor causal en este tipo de tragedias, no obstante que algunos lo puedan negar. De hecho, comprar un arma en Texas y en algunos otros Estados de la Unión, es más accesible que comprar alcohol, tabaco o simplemente jugar a la lotería, algo que escapa a cualquier razonamiento sensato.

Una muestra de esquizofrenia colectiva es la propuesta de armar a maestros para repeler este tipo de agresiones, y que en términos llanos consiste en querer apagar el fuego con gasolina. La anteposición del derecho constitucional a poseer o portar un arma en relación con esta tragedia es comparable a querer discutir con una horda de trogloditas de la era cuaternaria.

Pero no se nos suponga libres de toda culpa histórica, ya que aquí tampoco cantamos mal las rancheras, pues ha sido política inveterada de los útlimos tiempos (varias décadas ya), el querer enfrentar la inseguridad rampante con la militarización, sin haber obtenido nunca ningún resultado positivo y tangible, es decir, se hace realidad aquélla célebre frase atribuida a un aún más egregio científico que reza más o menos así:

“Locura es hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes”.