/ lunes 29 de enero de 2024

Los Crímenes de Villa

En un libro por demás ameno, interesante y, sobre todo, disruptivo, Reidezel Mendoza nos detalla las atrocidades criminales cometidas por uno de nuestros héroes nacionales: Francisco Villa. Y me refiero al texto titulado “Crímenes de Francisco Villa. Testimonios” (publicado de manera independiente, segunda edición 2020), y dedicado a las víctimas anónimas y a la guerra fratricida.

En el volumen se relata a detalle cincuenta episodios donde Francisco Villa asesinó a más de 1,500 personas. Y hay que poner el énfasis en el “asesinó”, porque no se trató de privar de la vida a alguien con motivo de una revolución, con las consecuentes y previsibles bajas humanas, como la que sucedió en nuestro país a partir de 1910, sino de que, los episodios relatados se tratan de actos cobardes y canallescos perpetrados en contra de niños, mujeres, ancianos y hombres del todo inocentes, en contra de los cuales se cometieron atrocidades inenarrables por este bandolero que convertimos posteriormente en un ícono de las causas sociales.

Bien sabemos, pues nadie lo ha puesto en duda, aún los historiadores más “villistas” que Villa, que el nombre real de este sujeto es el de Doroteo Arango, y que, previo al inicio de la Revolución Mexicana, se dedicaba al robo de ganado, al asalto en caminos y al secuestro, toda una fichita, pues, y que la entrada de este “revolucionario” a la lucha armada se debió a que quiso congraciarse con los levantados para que, una vez que triunfaran, le fueran perdonados sus “pecadillos” cometidos.

Desde niño “….Se involucraba en riñas y robos de gallinas y objetos de poco valor, actividades que con el tiempo lo llevaron a ser aprehendido y encarcelado en San Juan de Río… … de pequeños robos, pasó a la delincuencia organizada, al incorporarse a las bandas de forajidos, lideradas por Ignacio Parra y Francisco Villa (el verdadero), que asaltaban viajeros y pastores, saqueaban rancherías y robaban ganado a terratenientes y pequeños propietarios en los estados de Durango y Chihuahua”.

A los poblados donde llegaba con sus huestes guerreras les esperaba lo indecible: violaciones tumultuarias de jovencitas, extorsión de personas exigiéndoles el pago de un rescate, asesinatos violentos a los que no cooperaban, y aun cooperando, y se llegó a documentar que uno de sus métodos preferidos de exterminio era el de rociar a las personas con petróleo y prenderles fuego.

Fue famoso el episodio donde Villa mandó fusilar y quemar (a algunas vivas) a 120 soldaderas y sus hijos menores, hasta de brazos, con el argumento de que le estorbaban y lo habían traicionado.

Para no abonar más, es necesario que el atento lector lea este texto, con lo cual, estoy cierto, se derrumbará uno de los mitos nacionales, siendo siempre la pregunta: ¿por qué los mexicanos tenemos como nuestros ídolos a puros delincuentes, sicópatas, violadores, y, sobre todo, perdedores?

Cosas de la psiquiatría nacional.

En un libro por demás ameno, interesante y, sobre todo, disruptivo, Reidezel Mendoza nos detalla las atrocidades criminales cometidas por uno de nuestros héroes nacionales: Francisco Villa. Y me refiero al texto titulado “Crímenes de Francisco Villa. Testimonios” (publicado de manera independiente, segunda edición 2020), y dedicado a las víctimas anónimas y a la guerra fratricida.

En el volumen se relata a detalle cincuenta episodios donde Francisco Villa asesinó a más de 1,500 personas. Y hay que poner el énfasis en el “asesinó”, porque no se trató de privar de la vida a alguien con motivo de una revolución, con las consecuentes y previsibles bajas humanas, como la que sucedió en nuestro país a partir de 1910, sino de que, los episodios relatados se tratan de actos cobardes y canallescos perpetrados en contra de niños, mujeres, ancianos y hombres del todo inocentes, en contra de los cuales se cometieron atrocidades inenarrables por este bandolero que convertimos posteriormente en un ícono de las causas sociales.

Bien sabemos, pues nadie lo ha puesto en duda, aún los historiadores más “villistas” que Villa, que el nombre real de este sujeto es el de Doroteo Arango, y que, previo al inicio de la Revolución Mexicana, se dedicaba al robo de ganado, al asalto en caminos y al secuestro, toda una fichita, pues, y que la entrada de este “revolucionario” a la lucha armada se debió a que quiso congraciarse con los levantados para que, una vez que triunfaran, le fueran perdonados sus “pecadillos” cometidos.

Desde niño “….Se involucraba en riñas y robos de gallinas y objetos de poco valor, actividades que con el tiempo lo llevaron a ser aprehendido y encarcelado en San Juan de Río… … de pequeños robos, pasó a la delincuencia organizada, al incorporarse a las bandas de forajidos, lideradas por Ignacio Parra y Francisco Villa (el verdadero), que asaltaban viajeros y pastores, saqueaban rancherías y robaban ganado a terratenientes y pequeños propietarios en los estados de Durango y Chihuahua”.

A los poblados donde llegaba con sus huestes guerreras les esperaba lo indecible: violaciones tumultuarias de jovencitas, extorsión de personas exigiéndoles el pago de un rescate, asesinatos violentos a los que no cooperaban, y aun cooperando, y se llegó a documentar que uno de sus métodos preferidos de exterminio era el de rociar a las personas con petróleo y prenderles fuego.

Fue famoso el episodio donde Villa mandó fusilar y quemar (a algunas vivas) a 120 soldaderas y sus hijos menores, hasta de brazos, con el argumento de que le estorbaban y lo habían traicionado.

Para no abonar más, es necesario que el atento lector lea este texto, con lo cual, estoy cierto, se derrumbará uno de los mitos nacionales, siendo siempre la pregunta: ¿por qué los mexicanos tenemos como nuestros ídolos a puros delincuentes, sicópatas, violadores, y, sobre todo, perdedores?

Cosas de la psiquiatría nacional.