/ lunes 22 de junio de 2020

Sin reglas

Una de las principales características que han distinguido, distinguen y distinguirán a las regulaciones gubernamentales relacionadas con las conductas concretas que debemos observar como ciudadanos para enfrentar la pandemia que se nos vino encima es lo obscuro, opaco, inextricable, incomprensible y confuso de las mismas. Por no calificar muchas como irracionales y hasta absurdas.

Me explico: en realidad no sabemos a ciencia cierta, por ejemplo, si debemos o no usar cubrebocas al salir a la calle; si es obligatorio dicho uso, los tapabocas de qué calidad y cuáles normas deben cumplir para ser efectivos en la prevención; si debo usar el transporte público de manera preferente a utilizar mi vehículo, puesto que se ha restringido la movilidad vehicular en varios estados del país o ciudades; si es seguro acudir a un restaurante y cuáles son las medidas concretas que debo cumplir; y así miles y miles de etcéteras y de preguntas no contestadas.

En este mismo contexto, si soy dueño de un establecimiento comercial o industrial, de servicios o de la naturaleza que sea, se desconoce a ciencia cierta las medidas de prevención precisas obligatorias para poder dar seguridad a los clientes o personas que se encontrarán en el lugar: no se sabe si hay que colocar o no un tapete sanitizante en la entrada, qué elementos debe tener, cuáles son las substancias antisépticas que se le deben colocar; si debo o no tener un termómetro para medir la temperatura de los que acuden a dicho lugar, qué características, en su caso, debe tener dicho termómetro; si puedo o no permitir la entrada de una persona que vaya acompañada por menores de edad; cuántas personas por metros cuadrados se permiten ingresar; si existe algún número máximo de sujetos permitidos para realizar alguna reunión; y así, ad infinitum y ad nauseam las dudas y preguntas incontestadas.

En días pasados me comentaba el propietario de un establecimiento de servicios que se presentaron a su local unos inspectores municipales autonombrándose “soldados contra el Covid-19”, con ínfulas de generales de un ejército multinacional luchando en contra de la extinción de la raza humana y que le instruyeron y ordenaron de manera precisa que para dejar que abriera nuevamente su centro debía cumplir ciertas nuevas regulaciones de higiene para combatir, de manera eficiente y eficaz el susodicho virus, entre las que se incluían: que todo cliente que ingresara debía limpiarse la suela de los zapatos con agua y jabón, luego, pasar por una desinfección de esas mismas chanclas con una solución que incluyera cloro y alcohol al 90%, de allí pasarlo al baño a que se lavara las manos tres veces, con jabón neutro, sin aromas ni olores, y que en cada lavada debería supervisarse de manera precisa que se restregara las manos no menos de veinte veces, posteriormente se debería dar fe precisa si el susodicho portaba cubreboca N95 (no hay de otro) y careta de fibra de vidrio irrompible y flexible, sin límite de marcas o calidad, acto seguido debería tomársele la temperatura con un termómetro láser fabricado en los Estados Unidos, porque, dijeron, los chinos no sirven para nada, y que si un cliente aparecía con una temperatura de más de 37º centígrados, debía hacerse un reporte, de inmediato y sin dilación alguna, a la jurisdicción sanitaria municipal, dando cuenta exacta del nombre, domicilio, nacionalidad, edad, estado civil, nombre y número de hijos, y la lista de todos sus parientes en línea recta ascendente y descendente sin límite de grado, así como los colaterales hasta el quinto grado, y de igual manera, nombres y ubicaciones precisas de sus vecinos, ello, se dijo, para dar seguimiento y prevención puntual a más contagios; y así, le relataron una serie de medidas rayando en lo absurdo, caricaturesco e increíble, adicionando, además, los susodichos guardianes de la ley el orden pandémico, que si no cumplía al pie de la letra las instrucciones recibidas, se podría hacer acreedor y sujeto activo de un delito que ameritaba hasta cinco o más años de cárcel.

Lo aquí relatado es verídico, y se multiplica a lo largo y ancho de esta nación, lo que da prueba de la existencia de un pueblo donde cada autoridad inventa y emite las reglas con base en ocurrencias cantinflescas, y cada habitante acata lo que quiere, según su leal saber y desentender.

Una de las principales características que han distinguido, distinguen y distinguirán a las regulaciones gubernamentales relacionadas con las conductas concretas que debemos observar como ciudadanos para enfrentar la pandemia que se nos vino encima es lo obscuro, opaco, inextricable, incomprensible y confuso de las mismas. Por no calificar muchas como irracionales y hasta absurdas.

Me explico: en realidad no sabemos a ciencia cierta, por ejemplo, si debemos o no usar cubrebocas al salir a la calle; si es obligatorio dicho uso, los tapabocas de qué calidad y cuáles normas deben cumplir para ser efectivos en la prevención; si debo usar el transporte público de manera preferente a utilizar mi vehículo, puesto que se ha restringido la movilidad vehicular en varios estados del país o ciudades; si es seguro acudir a un restaurante y cuáles son las medidas concretas que debo cumplir; y así miles y miles de etcéteras y de preguntas no contestadas.

En este mismo contexto, si soy dueño de un establecimiento comercial o industrial, de servicios o de la naturaleza que sea, se desconoce a ciencia cierta las medidas de prevención precisas obligatorias para poder dar seguridad a los clientes o personas que se encontrarán en el lugar: no se sabe si hay que colocar o no un tapete sanitizante en la entrada, qué elementos debe tener, cuáles son las substancias antisépticas que se le deben colocar; si debo o no tener un termómetro para medir la temperatura de los que acuden a dicho lugar, qué características, en su caso, debe tener dicho termómetro; si puedo o no permitir la entrada de una persona que vaya acompañada por menores de edad; cuántas personas por metros cuadrados se permiten ingresar; si existe algún número máximo de sujetos permitidos para realizar alguna reunión; y así, ad infinitum y ad nauseam las dudas y preguntas incontestadas.

En días pasados me comentaba el propietario de un establecimiento de servicios que se presentaron a su local unos inspectores municipales autonombrándose “soldados contra el Covid-19”, con ínfulas de generales de un ejército multinacional luchando en contra de la extinción de la raza humana y que le instruyeron y ordenaron de manera precisa que para dejar que abriera nuevamente su centro debía cumplir ciertas nuevas regulaciones de higiene para combatir, de manera eficiente y eficaz el susodicho virus, entre las que se incluían: que todo cliente que ingresara debía limpiarse la suela de los zapatos con agua y jabón, luego, pasar por una desinfección de esas mismas chanclas con una solución que incluyera cloro y alcohol al 90%, de allí pasarlo al baño a que se lavara las manos tres veces, con jabón neutro, sin aromas ni olores, y que en cada lavada debería supervisarse de manera precisa que se restregara las manos no menos de veinte veces, posteriormente se debería dar fe precisa si el susodicho portaba cubreboca N95 (no hay de otro) y careta de fibra de vidrio irrompible y flexible, sin límite de marcas o calidad, acto seguido debería tomársele la temperatura con un termómetro láser fabricado en los Estados Unidos, porque, dijeron, los chinos no sirven para nada, y que si un cliente aparecía con una temperatura de más de 37º centígrados, debía hacerse un reporte, de inmediato y sin dilación alguna, a la jurisdicción sanitaria municipal, dando cuenta exacta del nombre, domicilio, nacionalidad, edad, estado civil, nombre y número de hijos, y la lista de todos sus parientes en línea recta ascendente y descendente sin límite de grado, así como los colaterales hasta el quinto grado, y de igual manera, nombres y ubicaciones precisas de sus vecinos, ello, se dijo, para dar seguimiento y prevención puntual a más contagios; y así, le relataron una serie de medidas rayando en lo absurdo, caricaturesco e increíble, adicionando, además, los susodichos guardianes de la ley el orden pandémico, que si no cumplía al pie de la letra las instrucciones recibidas, se podría hacer acreedor y sujeto activo de un delito que ameritaba hasta cinco o más años de cárcel.

Lo aquí relatado es verídico, y se multiplica a lo largo y ancho de esta nación, lo que da prueba de la existencia de un pueblo donde cada autoridad inventa y emite las reglas con base en ocurrencias cantinflescas, y cada habitante acata lo que quiere, según su leal saber y desentender.