/ lunes 5 de abril de 2021

Tres historias, una transformación

Esta vez me permitiré que la pluma sea guiada únicamente por el corazón. Por una cuestión de principios, al día que se publica esta columna, como todas y todos los zacatecanos deben saber, ya han arrancando las campañas electorales en nuestro estado. La gente que me conoce sabe que toda mi vida he huído de la incongruencia y del oportunismo, dos de los peores adjetivos que se le pueden dar no sólo a aquellos que nos dedicamos a la política, sino a cualquier ser humano.

Es por eso que el día de hoy quiero aprovechar este espacio no para hacer campaña. Sino para contar tres historias que han tocado fibras en mi corazón, y que tristemente, representan una realidad muy oscura de Zacatecas, realidad que la displicencia y soberbia de aquellos en el poder ha querido ocultar.

Conocí a Eusebio allá por el año de 1998, acompañando a mi hermano a esas regiones de Zacatecas que a los políticos tradicionales poco o nada les importan. Eusebio era un jornalero de la guayaba, padre de tres y abuelo de siete. Nunca tuvo la oportunidad de estudiar más allá de la secundaria, sin embargo, la forma en la que narraba sus anécdotas de juventud y la manera tan llena de amor con la que describía a su esposa e hijos no le pedían nada a ninguno de los grandes poetas zacatecanos. Sin embargo —y lo recuerdo tan claro ahora mismo, escribiendo estas palabras— sus ojos se llenaban de sombra al llegar a esas otras anécdotas, las de la carencia, las del trabajo que no da frutos, las de la injusticia y la precariedad.

También recuerdo a María José, a quien vi por última vez hace no más de un par de semanas. Nunca en mis 55 años de vida había conocido a una persona tan orgullosa de su tierra, y sobre todo, de su casa de estudios. Y tengo que ser sincero: me tomó por sorpresa. Luego de una conversación donde me externó las dificultades de ser alumna (y una ejemplar, por cierto) además de tener que trabajar, en su ímpetu había también una esperanza conmovedora, una inteligencia enorme, y sobre todo, una magnífica capacidad de salir adelante. Tres características que yo considero fundamentales para transformarlo todo, para mejorar las cosas, desde una carrera universitaria hasta una familia, desde un cargo profesional e incluso a todo un estado.

Pero quien sin duda me marcó hasta el día de hoy es Elsa, una ama de casa como las miles que hay en Zacatecas. Me recibió en su hogar una tarde nublada de abril, al lado de sus hijos. Entre todos cocinamos una cena que jamás olvidaré, porque en ese simple acto de sentarnos y conversar, pude recibir, en la historia de Elsa, una lección que jamás olvidaré. Habiendo llegado desde Ciudad Juárez hasta Zacatecas siendo una niña, Elsa creció, y cito sus palabras, amando a Zacatecas como si fuera una madre. Y a pesar de haber sido abandonada cobardemente por su esposo, y a pesar de sacar adelante con sus propias manos a sus hijos, ella lo sabe: siempre habrá alguien dispuesto a ayudar.

El neoliberalismo en Zacatecas es un lastre que sigue marcando vidas de personas trabajadoras y comprometidas, porque el neoliberalismo representa apenas a un puñado de personas que han hecho del poder político un espacio donde la vida es un negocio, donde el dinero es casi igual a Dios.

Esta vez me permitiré que la pluma sea guiada únicamente por el corazón. Por una cuestión de principios, al día que se publica esta columna, como todas y todos los zacatecanos deben saber, ya han arrancando las campañas electorales en nuestro estado. La gente que me conoce sabe que toda mi vida he huído de la incongruencia y del oportunismo, dos de los peores adjetivos que se le pueden dar no sólo a aquellos que nos dedicamos a la política, sino a cualquier ser humano.

Es por eso que el día de hoy quiero aprovechar este espacio no para hacer campaña. Sino para contar tres historias que han tocado fibras en mi corazón, y que tristemente, representan una realidad muy oscura de Zacatecas, realidad que la displicencia y soberbia de aquellos en el poder ha querido ocultar.

Conocí a Eusebio allá por el año de 1998, acompañando a mi hermano a esas regiones de Zacatecas que a los políticos tradicionales poco o nada les importan. Eusebio era un jornalero de la guayaba, padre de tres y abuelo de siete. Nunca tuvo la oportunidad de estudiar más allá de la secundaria, sin embargo, la forma en la que narraba sus anécdotas de juventud y la manera tan llena de amor con la que describía a su esposa e hijos no le pedían nada a ninguno de los grandes poetas zacatecanos. Sin embargo —y lo recuerdo tan claro ahora mismo, escribiendo estas palabras— sus ojos se llenaban de sombra al llegar a esas otras anécdotas, las de la carencia, las del trabajo que no da frutos, las de la injusticia y la precariedad.

También recuerdo a María José, a quien vi por última vez hace no más de un par de semanas. Nunca en mis 55 años de vida había conocido a una persona tan orgullosa de su tierra, y sobre todo, de su casa de estudios. Y tengo que ser sincero: me tomó por sorpresa. Luego de una conversación donde me externó las dificultades de ser alumna (y una ejemplar, por cierto) además de tener que trabajar, en su ímpetu había también una esperanza conmovedora, una inteligencia enorme, y sobre todo, una magnífica capacidad de salir adelante. Tres características que yo considero fundamentales para transformarlo todo, para mejorar las cosas, desde una carrera universitaria hasta una familia, desde un cargo profesional e incluso a todo un estado.

Pero quien sin duda me marcó hasta el día de hoy es Elsa, una ama de casa como las miles que hay en Zacatecas. Me recibió en su hogar una tarde nublada de abril, al lado de sus hijos. Entre todos cocinamos una cena que jamás olvidaré, porque en ese simple acto de sentarnos y conversar, pude recibir, en la historia de Elsa, una lección que jamás olvidaré. Habiendo llegado desde Ciudad Juárez hasta Zacatecas siendo una niña, Elsa creció, y cito sus palabras, amando a Zacatecas como si fuera una madre. Y a pesar de haber sido abandonada cobardemente por su esposo, y a pesar de sacar adelante con sus propias manos a sus hijos, ella lo sabe: siempre habrá alguien dispuesto a ayudar.

El neoliberalismo en Zacatecas es un lastre que sigue marcando vidas de personas trabajadoras y comprometidas, porque el neoliberalismo representa apenas a un puñado de personas que han hecho del poder político un espacio donde la vida es un negocio, donde el dinero es casi igual a Dios.