/ lunes 22 de julio de 2019

De criminales divisiones

Hace poco realizamos un viaje hacia un país que apenas hace pocos años estaba siendo devastado por una guerra genocida. Las imágenes en televisión en aquél entonces nos horrorizaron, pues se daba cuenta de las matanzas étnicas de los unos contra los otros y los otros contra los unos. Cuestiones de discrepancias en la religión o de una mínima diferencia en el color de piel o de una estructura diferente en algún lóbulo de la oreja parecían ser el fundamento y causa última de tan abominables actos humanos. En estas discrepancias, las opiniones sobre si algún santo determinado está sentado a la derecha o a la izquierda de Dios, o si Jesucristo tuvo o no mujer conocida, o bien, como sucedió hace poco con algunas tribus africanas, que mataban a los contrarios identificándolos simplemente por la redondez o no de un lóbulo de la oreja, parecen ser los pretextos irrisorios para que la gente se empiece a matar entre si, circunstancias que ahora menciono porque en aquéllos lares que visitamos pareció instalarse una locura colectiva que trajo como fin y consecuencia una matanza de centenares de miles de seres humanos, el destrozo total de la economía local y el paso de una país de casi primer mundo a uno de cuarto o quinto.

El lugar en comento, y de cuyo nombre no referiré para no dar pie a ubicaciones terráqueas no requeridas para los efectos de estas líneas, e intrascendentes para los entendimientos que aquí se van a proponer, terminó dividiéndose en cinco naciones absolutamente independientes entre sí, con una población, territorio y gobierno que las hacen considerarse como verdaderos Estados, para todos los efectos legales de la pertenencia a la comunidad internacional como sujetos de derecho global.

En el recorrido por los susodichos lares, nos llamó la atención la ausencia casi total de lo que se denomina como las “cicatrices de guerra”, es decir, aquéllas secuelas psicológicas permanentes en la población que se acercan al concepto de lo que Max Scheler nombró como el resentimiento en la moral, esto es, ese volver a sentir en el alma más interna esa serie de sentimientos negativos que acompañan al ser humano desde que somos humanos. Un taxista nos confirmó nuestras observaciones al hacernos patente la circunstancia de que él años antes, en plena conflagración, había recibido una herida profunda en una pierna que lo había imposibilitado a trabajar en labores pesadas, pero que no le impedía conducir un vehículo con igual pericia que cualquier persona, y que le agradecía al creador el seguir vivo para continuar trabajando, y que no guardaba rencor alguno a las personas en lo individual que había conformado el ejército del otrora enemigo, pues aquéllos habían sufrido las mismas penurias que toda guerra trae consigo, y que ahora los dos o tres bandos que se enfrentaron vivían en sus territorios convertidos en naciones y que volvían a visitarse entre ellos, pues seguían compartiendo una lengua común, una historia permanente y los lazos familiares seguían existiendo por compartir hermanas, tías y hasta antepasados comunes. Nos remató la incipiente conversación diciendo que no deseaba a pueblo alguno enredarse en esa locura insensata que se llama guerra.

Pero lo más notable fue la reconstrucción total de las aldeas y ciudades, que ahora, después de veinte años de terminado en conflicto, lucían novísimas y renovadas, además de destino de los más adinerados turistas de todas las partes de la tierra.

Y lo que no entiendo ahora es cómo en este país estamos empezando a establecer una división profunda entre mexicanos que están arriba, o abajo, o en las izquierdas o en las derechas, o en una opción política ahora correcta o en la equivocada.

Así empezaron allá.

Hace poco realizamos un viaje hacia un país que apenas hace pocos años estaba siendo devastado por una guerra genocida. Las imágenes en televisión en aquél entonces nos horrorizaron, pues se daba cuenta de las matanzas étnicas de los unos contra los otros y los otros contra los unos. Cuestiones de discrepancias en la religión o de una mínima diferencia en el color de piel o de una estructura diferente en algún lóbulo de la oreja parecían ser el fundamento y causa última de tan abominables actos humanos. En estas discrepancias, las opiniones sobre si algún santo determinado está sentado a la derecha o a la izquierda de Dios, o si Jesucristo tuvo o no mujer conocida, o bien, como sucedió hace poco con algunas tribus africanas, que mataban a los contrarios identificándolos simplemente por la redondez o no de un lóbulo de la oreja, parecen ser los pretextos irrisorios para que la gente se empiece a matar entre si, circunstancias que ahora menciono porque en aquéllos lares que visitamos pareció instalarse una locura colectiva que trajo como fin y consecuencia una matanza de centenares de miles de seres humanos, el destrozo total de la economía local y el paso de una país de casi primer mundo a uno de cuarto o quinto.

El lugar en comento, y de cuyo nombre no referiré para no dar pie a ubicaciones terráqueas no requeridas para los efectos de estas líneas, e intrascendentes para los entendimientos que aquí se van a proponer, terminó dividiéndose en cinco naciones absolutamente independientes entre sí, con una población, territorio y gobierno que las hacen considerarse como verdaderos Estados, para todos los efectos legales de la pertenencia a la comunidad internacional como sujetos de derecho global.

En el recorrido por los susodichos lares, nos llamó la atención la ausencia casi total de lo que se denomina como las “cicatrices de guerra”, es decir, aquéllas secuelas psicológicas permanentes en la población que se acercan al concepto de lo que Max Scheler nombró como el resentimiento en la moral, esto es, ese volver a sentir en el alma más interna esa serie de sentimientos negativos que acompañan al ser humano desde que somos humanos. Un taxista nos confirmó nuestras observaciones al hacernos patente la circunstancia de que él años antes, en plena conflagración, había recibido una herida profunda en una pierna que lo había imposibilitado a trabajar en labores pesadas, pero que no le impedía conducir un vehículo con igual pericia que cualquier persona, y que le agradecía al creador el seguir vivo para continuar trabajando, y que no guardaba rencor alguno a las personas en lo individual que había conformado el ejército del otrora enemigo, pues aquéllos habían sufrido las mismas penurias que toda guerra trae consigo, y que ahora los dos o tres bandos que se enfrentaron vivían en sus territorios convertidos en naciones y que volvían a visitarse entre ellos, pues seguían compartiendo una lengua común, una historia permanente y los lazos familiares seguían existiendo por compartir hermanas, tías y hasta antepasados comunes. Nos remató la incipiente conversación diciendo que no deseaba a pueblo alguno enredarse en esa locura insensata que se llama guerra.

Pero lo más notable fue la reconstrucción total de las aldeas y ciudades, que ahora, después de veinte años de terminado en conflicto, lucían novísimas y renovadas, además de destino de los más adinerados turistas de todas las partes de la tierra.

Y lo que no entiendo ahora es cómo en este país estamos empezando a establecer una división profunda entre mexicanos que están arriba, o abajo, o en las izquierdas o en las derechas, o en una opción política ahora correcta o en la equivocada.

Así empezaron allá.